Mi vida sabe a ti

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Sentado en una mullida butaca de color gris, con una valija pequeña al lado y con la mirada perdida se encontraba lo que quedaba de Ricardo. Por más que trató el fortachón, de lechosa piel, en mitigar el colapso que seguramente se vendría sobre de él, no lo consiguió. Desde muy temprano en la madrugada habían llegado, él en su motocicleta y Xavier en un taxi, tan solo un par de días antes habían tenido una noche inolvidable, la que ahora parecía un chiste. Lo irónica que podía llegar a ser la vida, y las contrariedades que la misma imponía.

Sumergido en la densa bruma de las remembranzas el mulato jugueteaba ausente con el anillo de plata que se hallaba en su dedo y que en su interior tenía gravado: En la vida y para siempre. Frase casi perfecta ante tal situación.

Permaneciendo en ese agonizante estado recordó que aquella primera vez también sobrellevaba a cuestas algo que no era amor; y bajo el sol ardiente de medio día descubrió su cuerpo ante su escéptica mirada. Muchas de aquellas personas hoy no eran nadie, y otras más seguro llegarían, pero nada sería lo mismo. Inverosímil era aquello. Sin embargo, solamente él permaneció. Se vio con los blancos cables colgándole desde las orejas al reproductor. Algo similar. Sonrió con aires de dolor. Y como si de un haz de luz, sobre la bruma, se tratara, cogió el aparato y rebuscó con tal avidez lo que necesitaba. Formando en el artefacto el único regalo tangible que se permitió.

Suspiró hondo y profundo, lo había logrado a donde fuera que fuese, con quien quiera que estuviese siempre tendría algo suyo acompañándole. Sonrió aún a sabiendas que una lágrima pudiese derramársele; que la misma era el cumulo de los muchos altibajos, del amor, la desilusión que conllevaba el adiós, y la esperanza de una larga amistad.

Levantándole el mentón con los dedos anular, medio y pulgar Xavier captó su atención. Por las parlantes de los auriculares la triste melodía de una trágica canción le abrazó. Enfocó mejor su visión. Aquellas palabras decían que no podía llevar una vida plena sin la persona amada y así se sintió el también.

—¿Sucede algo?

—No mucho, ¡ah!, sólo que ya casi te vas —soltó sin darse cuenta.

—No lo hagas más difícil...

—Perdón, en serio, no sé qué ocurre..., bueno, la verdad es que sí; pero, no por ello deja de ser duro decirte adiós.

Se quitó los auriculares y se los brindó al fortachón, buscó hábil la canción deseada y pulsó play.

Ricardo le sostuvo la mirada al Xavier mientras éste le dedicaba tiempo, lo poco que ahora les quedaba. Su rostro evidenciaba en ciertas partes de la composición fragmentos de dolor, del peso de la realidad. Todo eso que sabía, pero que ahora arremetía directamente a su pecho, formándole a él también una herida casi idéntica que al mulato. Torció el gesto en un intento de sonrisa cuando los últimos acordes sonaron en decreciendo. Sus ojos se aguaron. Ricardo supo que había valido la pena, absolutamente todo, hasta las más duras experiencias tenían su valor.

—¿En verdad crees eso?

Asintió sin pronunciar palabras.

—Deseo que tú seas feliz, yo no lo seré sin ti.

—Así es la vida. Aunque si sirve de algo, jamás he sentido más alivió y vida sino estando a tu lado.

Xavier se acercó al hombre que se volvió en cruz y bendición. Le abrazó, entregándole la más simple caricia con regusto a despedida. Quizá, sólo quizá, la vida fuera benévola y de nuevo les trajera de vuelta; como aves que retornan a su nido serían felices. Frotó su espalda y Ricardo se perdió dentro de esos brazos que nunca más tendría. Inhalaron tanto de lo que pudieron del aroma del otro. Se dijeron cosas en susurros, tan cerca de sus oídos y sus lágrimas brotaron a continuación.

El sabor de tu piel (gay) -Completa, en corrección-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora