El paso del olvido

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Cuatro días hace que Noel había muerto. El dolor y la tristeza no disiparon el sentido común en Xavier, como sucedió con la muerte de Lucia. No porque el chico significara menos que su madre, sino que esta vez, tenía el incondicional apoyo de Ricardo, su amigo, su confianza, su amor prohibido.

Todo el enloquecedor proceso no le fue lo mismo, Ricardo se mantuvo firme, en todo cuanto pudo. Sabía que aquello estaba mal pero tanto su padre como Amanda le habían solucionado algunos días para que estuvieran juntos. Los días fueron más que todo para el velatorio y el entierro del jovencito. Para los días posteriores su ausencia se comenzaba a sentir. Pero al salir del trabajo Ricardo le iba a visitarlo. Esto le devolvía la sonrisa al musculoso. No se sentía solo ni mucho menos desamparado, pues él estaba ahí. Puede que no como deseara pero al menos le tenía, a su lado, dando todo lo que las circunstancias les permitían. Cosas que al inseguro, celoso y posesivo de Pablo no le agradaban. Siendo la relación con Ricardo la que estaba a punto de caer al mar del olvido. Era tanto que cualquier cosilla estaba en pleito. Y así pasaron los días. Diez más para ser exactos.

Maximiliano luego de haber encontrado a su hijo volvió a lo que sabía hacer mejor. Abrió su consultorio. Audrey no volvió con él pues en ese tiempo, tras cerrar la antigua oficina, la chica buscó otro empleo sin demora, pues como todo el mundo ella tenía necesidad y el quedarse sin ese dinero le vendría mal. Unos cuantos colegas suyos le devolvieron a sus pacientes y otro más le enviaron nuevos, sabían lo bueno que era Maximiliano en su trabajo y que no podían estar en mejores manos. Ahora que ya todo había pasado y que volvía a ser el mismo Maximiliano sabía de sobra que debía hacer. Protegería al único ser que sabía había procreado por amor. Esto último ninguno de los tres hermanos lo sabía y jamás lo diría, esta era su cruz y sería su secreto hasta la muerte.

Esa noche, recostado en la cama en la penumbra de su habitación, recordaba la sarta de mentiras y estupideces que había cometido Raquel en el transcurso de los años, simplemente porque no deseaba dejar ir a aquel pez gordo. Se centró en la vez en que quedó embarazada de Katherine para atarle a su lado, y años más tarde, cuando la ruptura era inminente buscó la manera de seducirle, llevarle a su lecho y quedar en cinta una vez más; está vez de Marcos. Cuando Maximiliano cayó en cuenta de que separarse iba a ser imposible decidió por voluntad propia un tercer y último hijo. No estaba bien lo que hacía pero jamás les dio motivos a sus hermanos para que pensaran que, efectivamente, era Ricardo el preferido de ellos.

Entre cavilación y recuerdos, el sueño se fue haciendo más y más grande en su embotada mente hasta que, sin darse cuenta, se quedó profundamente dormido.

Como acostumbraba, despertó temprano esperó su turno en la ducha que compartía con Ricardo y luego de vestirse y bajar a comer salía a su trabajo. Ese día llego un par de horas antes. Dio un leve recuento a todo lo que había dejado inconcluso y, entre todos los papeles encontró un sobre con su nombre escrito sobre el mismo.

La lectura de lo que contenía fue rápida y poco provechosa. La mayoría de frases se prestaban para ofender al tipo, solamente un par de cosas se podían remarcar de esa sarta de injurias. La primera: Raquel estaba enferma. La segunda, y quizá la más dolorosa, la firma de la carta. Fueron dos palabras que hicieron desprendérsele el incipiente corazón al buen hombre. Dejó el trozo de furia sobre su escritorio y estuvo pensando largo rato. No sabía qué hacer, Raquel aún era su esposa; haya lo que haya hecho lo seguía siendo. ¿No le podía dejar sola en ese estado, o sí?

Toda la mañana hizo sus labores pensando en el bienestar de su esposa. Al mediodía se comunicó con Ricardo.

—Hola, hijo —la voz del hombre se escuchaba contrariada.

El sabor de tu piel (gay) -Completa, en corrección-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora