El tiempo perdido

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Estas últimas semanas la noticia del embarazo de la novia y recién prometida de Pablo había corrido ya dentro de la pizzería. Tanto que le era ya imposible a Ricardo no pensar en lo que significaba su traición. Todos y cada uno de los empleados le interceptaron algunas veces en grupos otras en persona, lo común era que le comentaban las buenas nuevas, por supuesto, no tanto para él. Inclusive Amanda, quien poco se mantenía con ellos se lo llego a decir. El recordatorio constante había sobrepasado su límite, tanto que decidió hablar con ella. Resolvió que era necesario alejarse tanto como la vida se lo permitiera y presentar su renuncia era el primer paso. Podrían ser celos, rencor, angustia; no lo sabía con exactitud, pero así lo había decidido ya. Tras la charla, Amanda seguía sin comprender los motivos, desistió a su arrebato. Argumentando que ella necesitaba una razón de peso para aceptarle la renuncia, reteniéndole unos cuantos días más.

Y como en cada uno de los días anteriormente vividos él se comenzaba a cansar de escuchar los dolientes comentarios sobre Alice o Taylor, nombres que ya se habían decido en cualquiera de los casos. Como también lo hacía las infinitas veces que Pablo se acercó a excusarse y pedir su absolución por cometer ese error. Por haber faltado a todo lo que era ese amor.

Le dolía tanto el pecho cada mañana al recibir algún texto pidiendo perdón, expresando que era un error. Pero que podía hacer él si cuando aquellos ojos celestes, tan puros, le derretían con tan solo sostenerle la mirada; aguándose como cristalinos lagos en miniatura; sin con solo escuchar su voz su piel se erizaba y le recorrían los mismos escalofríos. Vueltas le daba su roto corazón al verle llegar, al verle irse.

Fallándose a él mismo, Ricardo aquella última semana regresó a aquello que fue hacía tiempo. Al menos con Pablo, y con el resto, cada vez que se acercaban hablando sobre el tema. Actuando de la manera antipática y fría les alejaba. Sus groserías, altanerías y malos modales salieron a flote, y, haciéndose esto cada vez menos soportable logró al menos calmarse un rato. Agradecido que Pablo hubiese tenido turno matutino y el vespertino. Apenas y le vio.

Recostado sobre el sofá el chico de piel canela intentaba prestarle la suficiente atención a lo que pasaban por la televisión, algo verdaderamente difícil.

El timbre de la residencia resonó por dentro de la misma. Ricardo oyó a su madre acercarse, con premura saltó del mueble y en susurros le pidió a Raquel, quien un poco más aliviada, a cualquiera que le fuese a buscar digiera que no estaba.

Tras la puerta sin llegar a ser visto el moreno aguardo.

—Buena noche señora, ¿se encuentra Ricardo?

Él reconoció la voz de inmediato.

—Buena noche, ¿Ricardo? No. Llamó y me dijo que llegaría hasta tarde.

—Muchas gracias.

—Descuide.

Ella cerró la puerta y le dejó atónito.

Pablo permaneció allí de pie, afuera en la puerta.

Pasados unos minutos ella le dijo que debían salir a comprar algunas cosas. Vieron por el ojal de la puerta y al verle aún allí Ricardo desistió a acompañarle. Entonces ella salió.

—¿Señora él está adentro?

Ella negó con la cabeza.

—Gracias.

Ella bajó a la acera y emprendió su camino.

Ricardo le veía tras el ojal de la puerta sintiendo como se le estrujaba no sólo el corazón sino también el alma. No quería sentirlo, pero no podía evitarlo. Aun le dolía, aun le quería.

El sabor de tu piel (gay) -Completa, en corrección-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora