El vacío

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El clima costero con su interminable calor y su sal viajando por el aire recibió a Ricardo esté al abrir sus ojos. Se sentía tan embotado como si la noche anterior hubiese tomado hasta perder el sentido. Le dolían muchas partes de su cuerpo y sin embargo se sentía tan extrañamente bien que su rostro ensanchaba una sonrisa. Estirándose en la mullida cama extendió los brazos, fue grande su sorpresa al darse cuenta hasta ese momento que Xavier no se encontraba a su lado como suponía. Aún se hallaba dentro de esa burbuja de recuerdos en la cual él era único participe. Reviviendo de nuevo lo pasado la noche que hacía un par de horas desparecía, la que jamás volvería.

Se ayudó con los brazos para poder sentarse en la cama, con la espalda pegada a la cabecera suspiró. Cerró los ojos y sin proponérselo lo recordó de nuevo. Pasó su pulgar por sobre sus labios y, la imagen de sus labios sobre los suyos propios se aglomero en una facción de segundo. El sonido de su respiración al percibir su aliento, el sentir su piel, se tornaba mágico y sonreía convencido. Había valido la pena la espera. Varias imágenes más refulgieron en su inconciencia. Los golpes, la tristeza, el abandono, los reencuentros, el dolor, la distancia y el amor; esa insignificante palabra que tanto bien y mal le hacía. Sonreía ampliamente aun a sabiendas que ahora vendrían momentos muy difíciles: de nuevo la distancia les llevaría a verse en el vacío. Y, aunque se llamasen todos los días y se escribieran y, ahora con la tecnología pudiesen sentirse más cerca, un beso al despertar, un apretón de mano o un simple abrazo no podrían tener.

Ya comenzaba a cambiarle el rostro a Ricardo cuando un buen día del corpulento hombre le hizo manar de su interior toda la felicidad que él poseía, incluso más, la que se venía acumulando por años salió a la luz.

—Buen día —respondió el chico de piel canela con la más sincera y animada de sus sonrisas plasmársele en su rostro.

—Me encanta verte así.

—¿Cómo? —inquirió.

—Hermosamente feliz.

Esta frase casi le saca las lágrimas, pues sí bien recordaba: Xavier era un tipo un poco frío y escucharlo decir aquello era la prueba fehaciente de que este tiempo había logrado cambiar todo. Quizá no en su totalidad, pero eso era un comienzo.

—¿Qué sucede? —preguntó Xavier con cierto tono de alarma en su voz.

Entonces el moreno quiso responder, pero fue justo en ese instante de felicidad que se percató del nudo en la garganta, el mismo que le incapacito de dar una respuesta certera.

Los pesados pasos que daba Xavier sobre el piso de madera se escucharon venir hacia donde se hallaba Ricardo. Pero sólo cuando la presencia del fortachón se hizo inherente a su lado supo pues que se encontraba llorando y las lágrimas deshabitaban los ojos por si solas; a este punto los abrazos nacían por si solos también y como era de esperar los brazos del otro se aferraron fuertemente en torno al cuerpo contrario que ni la fuerza de los dioses podrían separar este amor.

—Te amo —susurró Ricardo topando su aliento con la piel blanca del hombro de Xavier.

—Yo no —dijo Xavier como si nada, lo cual desencanto al moreno. Cuando sintió que esté le comenzaba a soltar dejó escapar una grave carcajada y añadió: —Yo no sólo te amo, yo te anhelo, te quiero, te adoro.

Ricardo se avergonzó y besó su rasposa barbilla. Algo que se resintió en ambos cuerpos. Una risa no muy estrepitosa, más bien, tímida se escuchó.

—¿Cómo vamos a detenernos? —indagó vagamente Ricardo.

—¿Es necesario hacerlo? —remató Xavier, y se rio un poco.

El sabor de tu piel (gay) -Completa, en corrección-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora