V

89 19 27
                                    

Dos días después decidí llamar a Helen para invitarle a mi casa, no estaba seguro de si era una buena idea, pero a ella pareció agradarle.

Cuando fui al Orfanato a recogerle, se encontraba ocupada, uno de los internos había consumido Cloro de forma "accidental" según me explicó, y necesita ser desintóxicado lo antes posible. Viendo la situación en la que se encontraba quice seguirle para poder ayudarle, pero una vez se dirigió a lo que era la enfermería del resinto; a mí me fue detenido el paso por un guardia que jamás había visto, asegurando que la entrada sólo era permitida al personal autorizado. Acepté y retrocedí por el pasillo, donde por cosas de la vida, quizás, me topé con el pequeño Sebastián.

- Yo pensé que eras diferente polícia.
- Me dijo como mostrando desinterés.

- ¿A qué te refieres?

- A que eres tonto, sólo bastó con ver un culo sexi para que se te volara la tapa de los sesos.

- ¿Qué aquí no les enseñan a respetar a los demás?

- Sí, pero lo hacen mal. Dicen "respeten a los mayores" y yo opino que deberían decir "respeten a quien sea digno de respetarse".

- ¿Pero enamorarme me hace tonto?

- No, enamorarte de ella sí.

- ¿Por qué?

- Porque está con el enemigo.

- ¿Quién es el enemigo?

- Ella.

- Pero qué dices, ella está aquí para ayudarles, el doctor Adams le ha traido por lo que pasó con tu amigo, así estaran más seguros.

- Y usted les cree.

- ¿Por qué no debería hacerlo?

- Porque es mentira. Si aún está interesado en que esto no se vaya a la mierda, o sea, en saber la verdad, aún puedo mostrarle, sólo venga antes de que me convierta en el próximo.

- ¿El próximo?

- Sí.

Oscar tomó un pasillo distinto al mío y le observé caminar con desanimo, como si estuviese agotado.

Me senté en el patió de en frente a esperar a Helen, quien luego de haberme concedido un largo rato como para pensar en la forma de cambiar al mundo, decidió aparecer saboteando mis planes revolucionarios. Se disculpó y nos dirigimos al coche, me dijo que Cristian (el niño que se había intóxicado) se encontraba estable y que por suerte no había consumido la cantidad sufiente como para llegar al envenenamiento.

Cuando llegamos a casa, le invité sentarse mientras preparaba comida, nunca fui un buen cocinero, así que todos los alimentos eran precocidos que requerían mi atención sólo para ponerse dentro del microondas.

- Listo, acá está nuestro delicioso menú, te advierto que lo único verdaderamente natural son las frutas.

- Soy vegetariana.

- Oh no sabía, pero puedo prepararte un jugo de frutas, al menos sé hacer eso.

- Está bien.

Cenamos y yo intentaba hacer uno que otro chiste para hacerle reír, aunque creo que sólo lo hacía por cortesía.

- ¿Por qué me invitaste a tu casa?
-preguntó de pronto.

- Porque ehh, pues porque creo que, pues que me gustas. -Le respondí nervioso.

- Ah, pero eso ya lo sabía.

- ¿Cómo? ¿Ya lo sabías?

- Sí, estás nervioso, me invitaste a tu casa donde se nota que no acostumbras traer nadie e intentaste cocinar a pesar de no saber ni, bueno, quizás sabes hervir agua.

- Ok... esto ya es raro Helen, lo siento si te ofendí, entiendo si no sientes lo mismo.

- También me gustas.

Esa conversación desencadenó, lo que luego fue poco a poco convirtiendose en algo más que una amistad, en muy poco tiempo me fui convirtiendo en su esclavo, de sus besos, sus carisias, de su silueta, de su cabello, su sonrisa, su suave piel e incluso su manera de hablar, pero más que nada, me convertí en el guardian de sus secretos.

Experimento 908Donde viven las historias. Descúbrelo ahora