XI

58 15 3
                                    

Mi cabeza no paraba de dar vueltas. Esas imagenes se quedaron plasmadas en mi mente hasta el día de hoy y ese día me apuñalaban el alma.

Smelt no dijo nada en todo el camino y eso hizo que todo pareciera eterno, supongo que ese es el trabajo del silencio, alargar el tiempo de la angustia. Cuando llegamos a la comisaría, los patrulleros salieron un minuto después de haber llegado, Smelt me quitó las esposas y acto seguido exclamó:

-Jones por Dios como has podido cometer tal locura, entrar a un lugar sin orden judicial en medio de la noche es peligroso y lo peor de todo es que lo has hecho por una falda.

-¿A que te refieres Smelt?

-A Helen.

-No Smelt, estás loco... La razón por la que entré allí fue por las muertes de Oscar y Sebastián. He encontrado cosas que no  imaginarías nunca.

-Jones la gente del pueblo está loca, tú y yo sabemos que no hay demonios, fantasmas, espiritus, almas en pena o lo que sea que esta gente loca asegura habita en el orfanato, lo sabes Jones.

-No hablo de esas cosas Smelt ...¿Recuerdas segundo niño que mataron? -asintió-. Sebastián, él no mentía,  siempre dijo la verdad, solo que los espiritus que él aseguraba existian eran sólo Helen y Adams.  Smelt quiero, necesito tu ayuda, he descubierto algo grande, algo oscuro, el verdadero fantasma... cuando asistí al funerar de Sebastián me dí cuenta de una cosa, su lápida estaba ennumerada con el n° 907, luego me dirigí a la lápida de Oscar y sorpresa, numerada en el orden exacto, 906... Tiempo después fui al orfanato, La oficina de Orga estaba vacía y sobre su escritorio reposaba el libro de registro, me acerqué y lo abrí en las letras O y S, y por desgracia ocurrió lo mismo, numeraciones... #906 y #907 .

-¿Eso qué quiere decir Jones?

- Hoy en el laboratorio he descubierto un  albúm de fotografías del señor Adams, es asqueroso Smelt, hay animales de todo tipo, ratas, aves, cerdos, gallinas... una granja completa, todos muertos, algunos ya podridos, otros con apariencia de dormidos, animales ennumerados desde el n° 1 hasta el n° 905... luego de eso hay dos Smelt, dos números y dos nombres: Oscar (#906) Sebastián (#907)... Están experimentando con ellos, no sé para qué, no sé que le hacen, pero todos los niños de 10, 11 y 12 años corren peligro allí Smelt, todos están ennumerados en el libro de registro, (908; 909; 1000...) Sería una masacre...

-Por Dios quieres decir que van a...

-A matarlos.

-¿Qué hacemos?

-No hay pruebas, necesitamos pruebas y quiero tu ayuda en algo. En el laboratorio tienen un gran suministro de un medicamento llamado Xilocaína. No sé que sea, pero quiero que lo hagas analizar.

-De acuerdo... pero Jones, no puedes seguir ejerciendo tu cargo.

-Smelt...

-Levantaría sospechas, sigue averiguando y haremos creer que estás suspendido de tu labor durante las próximas dos semanas.

Smelt me retiró la placa y el arma de mando, recuerdo que me guiñó un ojo porque el más que yo sabía que no era la única arma que poseía.

Durante el resto de la noche me paseé por la ciudad y observé su paz, su cilencio y mientras lo hacía algo en mí decidió que eso no debía cambiar, no podía permitirlo, no era justo para nadie, no después de lo mucho que había sufrido el pueblo. Yo ignoraba mis sentimientos, pero muy en el fondo yo pensaba en ella, en como quería ayudarme y en como me delató más tarde, pensaba en si ella y Adams en verdad tenían alguna relación o si ella era simplemente una enfermera que había terminado involucrada en algo inesperado.

Cuando los primeros rayos del sol empezaron a salir mi reloj marcaba las seis AM, me dirigí a casa y en 20 minutos estaba frente a la puerta y justo a su lado se encontraba ella.

- ¿qué haces aquí Helen?

-Lo siento mucho Jones -dijo abrazandome y no pude negarme a corresponderle.

-Helen dime que es lo que ocurre por favor, no te culpo de nada, pero dime la verdad.

- Es que no puedo.
Su voz se escuchaba triste, vacía.

-Entonces vete.

Sus ojos, jamás ví tanta amargura en algunos ojos, ella lo sabía, sabía la verdad, pero algo le impedía decirla, algo la obligaba a callar, era algo o era alguien.

Le ví partir y se me acongojó el alma, quería ir trás ella, pero ya no la conocía, si ella sabía la verdad y callaba eso la hacía parte del problema y mi mente ya había empezado a aceptarlo.

Experimento 908Donde viven las historias. Descúbrelo ahora