VI

74 19 9
                                    

Sebastián  siempre fue un niño bastante astuto, sabía lo que ocurriría, sabía que lo iban descubrir tarde o temprano, la noticia llegó a mí mientras iba de camino al orfanato, fue como si alguien clavase un puñal en mi pecho e incluso llegué a escuchar sus palabras resonar en mi subconsciente "antes de que sea el próximo".

Llegué tarde.

Fue la primera vez que me sentí tan angustiado por una muerte, sentía que se me había muerto un familiar muy sercano, como un hijo.

— ¿Qué le pasó?
— pregunté al doctor Adams, que se encontraba ya haciendose cargo de la situación.

— Tenía taquicardia.

— No. Él no tenía taquicardia, hablaba mucho con ese niño doctor Adams, él nunca comentó nada sobre eso.

— En efecto es cierto que no lo hizo, eso se debe a que no lo sabía. Cuando un niño del orfanato sufre algún tipo de enfermedad, lo mantenemos oculto, sin que el pequeño se entere.

— Si es cierto que hacen eso, ¿Porqué lo hacen? —Proseguí.

— Esos niños sufren mucho Oficial, creemos que es mejor vigilarlos en silencio y permitir que puedan vivir una vida sin preocuparse de ese tipo de problemas.

Su opinión me pareció razonable, era cierto, no había porqué contarle a un pequeño de 13 años que estaba enfermo, eso quizás hasta podría hacerle enfermar aún más. Pero no, aunque eso sonó lógico, mis dudas no se esfumaron, Sebastián había confiado en mí, y era hora de hiciera mi parte.

Me dirigí a la oficina de Olga, con la intención de solicitar un permiso para registrar la habitación del pequeño Sebastián.

— Buenos días Sr. Olga, lamento mucho lo sucedido con Sebastián, yo lo apreciaba mucho, casi tanto como a un hijo.

— Buenos días Jones. Tome asiento.
—dijo señalando la silla que se encontraba a mi lado—. Es lamentable la muerte de ese jovencito, él nunca fue como los demás sabe, no se ajustaba a las reglas, creía poder hacer lo que le venía en gana, y siempre se comportaba de manera extraña, pero lo quería, al igual que a todos los niños de este resinto.

Sus palabras fueron crueles, duras, pero fue una de las pocas veces que creí hablaba con sinceridad. —¿Puedo registrar su habitación? —cuestioné.

—Puede, pero sólo tiene veinte minutos.

— Eso bastará.

Fui directamente allá, para mi sorpresa, Sebastián compartia habitación con otro niño de una edad mucho menor que la suya, Carlos, cuando entré se encontraba distraído, mirando por la ventana que estaba sobre el cabezar de la cama.

— Hola, soy el detec...

— El papá de Sebastián —me interrumpió.

—No, no soy su papá, bueno eso no importa, soy policia. Isaac Jones, así me llamo.

— Sebastián siempre decía que eras su padre. —dijo sin apartar la mirada de la ventana.

— ¿Y que más decía?

— Que si no venías a buscarlo moriría.

Tragué saliba y intenté calmar mis pálpitos acelarados.

— Entiendo... —dije sentandome a su lado.

— Él dejó algo para ti.

—¿Para mí?  

— Sí. Me dijo que era un regalo, pero que sólo debía entregartelo si él se iba.

Carlos se acercó a la cama de sebastián y luego la arrastró hacia delante. Había un hueco, parecía haber sido utilizado para colocar una caja de fusibles, dentro se encontraba una pequeña caja marrón. Carlos me la entregó y al abrirla esperaba ver salir una pequeña bailarina de ballét girando. Dentro de la caja habían pequeños trozos de papel, con algunas palabras y muchos dibujos, eran sus investigaciones, sus anotaciones, sobre lo que él suponía estaba ocurriendo, tomé la pequeña caja y la guardé. Revoloteé el cabello rubio de Carlos y me dirigí a la puerta. — ¡Dijo que era importante! — me gritó.

Experimento 908Donde viven las historias. Descúbrelo ahora