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Capítulo cuarenta y ocho.

Alegría.

No conozco a la Carla que he visto hoy.

Como siempre, ella baña al pequeño antes de acostarlo, y yo he recogido la cocina después de la cena.

He subido hasta el baño pero me quedé en la puerta al ver lo que Carla le estaba haciendo a Manuel.

Sus manos enjabonadas recorrían el pequeño cuerpo del niño, pero no de una forma maternal, sino más bien erótica.

He tenido que correr escaleras abajo para vomitar la cena en el fregadero.

Manuel solo tiene cuatro años.

Tengo que buscar ayuda, y solo conozco a una persona de confianza que sé que no me juzgará.

-¿Qué haces?

Mi corazón se detiene al escuchar el gruñido y levanto mi mirada hacia la puerta de mi habitación. Ahí está Ella, con la cara roja por el enfado.

-¿Qué hago yo o qué has hecho tú?-pregunto y frunzo el ceño. Le enseño el diario con manos temblorosas y sacudo la cabeza.- ¿A un niño de cuatro años?

-Dame eso.-me intenta arrebatar el diario de la mano pero yo lo consigo apretar contra mi pecho a tiempo.

-No, no te lo voy a dar.-exclamo y rodeo la cama, poniéndola entre las dos.- ¿Cómo has podido? ¿No te bastaba con una vez que tenías que repetirlo conmigo?

-Eres una zorra.

-No, yo no.-murmuro con los dientes apretados.-Estás enferma, papá intentó ayudarte pero tú te enteraste y lo envenenaste la noche de Fin de Año.

Contengo el aliento deseando que lo niegue, que me mire como si estuviera loca y se defienda. Pero al recordar esto, una sonrisa malévola recorre su boca.

-Oh, sí, mi Roberto cometió un gran error al intentar llevarme con esa psicóloga de pacotilla, yo lo tenía que parar. Él no podía prohibirme que les diera cariño a mis hijos.

La miro con los ojos llenos de lágrimas y la bilis subiendo por mi esófago.

-¿Cariño? ¿Eso es lo que piensas que me das?-pregunto y ella amplía su sonrisa.

-¿Qué otra cosa sería? Intento ser una buena madre y tener a mis hijos contentos. Tu padre me alejó de Manuel, pero de ti no pudo. Ni podrá nunca más. No tienes un héroe, pequeña.-dice con voz petulante y las náuseas me atacan de nuevo.

-Me has destrozado la vida.

Ladea la cabeza en un gesto simple, como el de un pajarillo, y muerde su labio inferior con excitación.

-¿Sí?-sus ojos oscuros están satisfechos y yo niego con la cabeza.

-Estas enferma.

Su diversión desaparece y sus rasgos se endurecen. Ahí está la que conozco, la que se mete en mi cama por las noches.

-Y tú estarás muerta.

Esas cuatro palabras me hacen estremecer y cojo aire.

-¿Qué te he hecho yo?

-Pregúntate qué no me has hecho, querida.-masculla con voz oscura y veo que aprieta su mandíbula.-Siempre la más querida, la alegría de la casa, la esperanza de Roberto de que yo no recayera en mis "problemas".-se ríe secamente, sin ningún tipo de sentimiento.-Me obligó a tenerte ¿sabes? Yo quería abortar, no quería otro mocoso en mi vida. Nunca he querido a nadie como a él, y cuando tu hermano nació.-su boca hace una mueca de asco y noto cómo tiene arcadas.-Fue una desgracia para mí. Lo que quería es que estuviéramos solos, él y yo, juntos y sin ningún problema haciéndose caca o babeando todo el día. No lo soporté, así que intenté desfogarme con tu hermano, pero tu padre me pilló y me hizo engullir las pastillas que la doctora le había mandado para mí. Esas pastillas me hacían dormir todo el día, me bajaban el ánimo y no tenía ganas de nada. Las odiaba. Fingí estar mejor para dejar de tomarlas, y luego me quedé embarazada de ti. Niña estúpida, nunca deberías haber nacido.-escupe con odio. Tengo la respiración entrecortada y no puedo creer lo que Ella está diciendo.-Dejé que Roberto pensara que todo iba bien, dejé que creyera que yo estaba recuperada, pero con cada año que pasaba, yo iba acumulando mi odio y mis ganas de mataros. A Manuel no pude tocarlo más, era demasiado mayor, pero tú eras una niñita de ocho años, bonita y apetecible.-se humedece los labios con hambre.-Supe que esa noche Roberto me había visto mientras te vestía, cómo mis ojos recorrían tu cuerpecito, cómo mis manos te acariciaban, y supe que había llamado a esa doctora idiota. Entonces puse matarratas en sus uvas, ni siquiera se enteró.-se vuelve a reír y se apoya en mi armario.-Todos estos años he hecho lo que no he podido hacer por culpa de tu padre. Y me siento tan bien.

-No lo volverás a hacer.-gruño y esta vez ríe a carcajada limpia.

-¿Tú me lo vas a impedir?-clava sus ojos en los míos y cualquier indicio de sonrisa se borra de su rostro.-No podrás, porque estarás muerta.

Entonces la puerta principal se abre, Manuel y Tamara entrando en casa entre risas.

Del infierno al cielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora