Varios enfermeros fueron hasta él llevando una camilla. Les explicó rápidamente la situación y desaparecieron con ella hdetrás de las puertas de vaivén. Estaba muy nervioso, asustado, no se había quedado quieto desde que la había traído. Incluso había dejado las puertas abiertas de la camioneta en plena calle. Esperaba que hubiera llegado a tiempo.
Ya se imaginaba la preocupación de su familia al ver que el tiempo pasaba y no llegaban para el almuerzo. Una enfermera, apiadada por su nerviosismo le ofreció un vaso de agua y le indicó que dentro de poco tiempo podría pasar a verla. Sonrió cortésmente y se sentó en la sala de espera. Aún así golpeteaba sus pies contra el piso como si así hiciera correr al tiempo a la velocidad que él deseaba.
Un médico de unos cincuenta años cruzó las puertas y él se acercó de inmediato.
- ¿Usted está con la chica de la medusa? -preguntó quitándose los guantes. Román asintió y el hombre lo condujo por el pasillo. Avanzaron hasta un cuarto blanco con pisos de cerámica negra gastada y la encontró en una camilla mientras le pasaban suero-. Ella está bien -dijo el médico alcanzándole una planilla-. Firme aquí, por favor -Román lo hizo y le devolvió sus papeles-. En cuanto termine de pasar el suero podrán irse -indicó señalando la vía en su brazo-. El antídoto está haciendo su efecto.
- ¿Por qué no despertó? -preguntó él rodeando la camilla hasta ella. Estaba dormida pero había retomado su color y sus labios no estaban morados como hacía un momento.
-Es el efecto del antídoto. La mantendrá adormecida unas horas -explicó el médico revisando las gotas que caían por segundo hacia la vía-. Tuvo suerte de no haberla tocado una medusa roja -indicó dándole unos golpecitos al contenedor del suero-. No es temporada pero han surgido varios casos. La corriente del norte las arrastró a esta zona y están algo despistadas.
Román lo miró y volvió a verla suspirando. Se frotó la cara con ambas y luego se acercó al médico a los pies de la camilla.
-Gracias, doctor.
El veterano le dio la mano y miró a Laura.
- ¿De dónde son? -preguntó curioso.
-Ella es de aquí. Estábamos lanzándonos de un acantilado a poco de aquí -intentó explicar su empapado estado y la carencia de ropas de ella.
-Entiendo -asintió el hombre-. ¿Familiares de los Balzaretti? -preguntó más convencido.
Román asintió.
-Laura Balzaretti -señaló Román-. Soy su prometido.
- ¡Ahh! -comenzó a mover la cabeza asintiendo-. Conozco a la familia. Sus hermanos han venido aquí por varios huesos rotos producto de sus travesuras -Román asintió a los comentarios del veterano. En cuando vio que Laura se removía en su lugar se acercó con premura y el médico lo imitó por el otro flanco.
- ¿Cómo te sientes? -le preguntó inquieto.
Ella abrió un ojo con lentitud.
-Creo que bien -volvió a cerrarlo y miró al otro lado. El médico estaba sacando su pequeña linterna.
-Veamos esos ojos, jovencita -dijo el hombre y ella los abrió apenas. El estudio el color en sus pupilas y luego volvió la atención a su pierna-. Muy bien -dijo quitándole el vendaje-. El torniquete nos dio tiempo suficiente, niña. Pero olvídate de ir a esa zona del Tirreno por un tiempo - indicó el médico sacando su libreta de recetas-. Al menos hasta que cambien las corrientes.
-Está bien -asintió ella mordiéndose el labio superior-. La próxima vez chequearé el estado de las corrientes en mi blackberry.
-Sería bueno -indicó el médico ajeno a su sarcasmo. Le tendió unas indicaciones a Román y se tomaron la mano nuevamente-. En cuanto se termine el suero llama a la enfermera para que le retire la intravenosa y se podrán ir.
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