Lo observó hablando con otros comerciantes. Esperó hasta que caminó solo hasta una de las mesas y se le acercó.–Alessandro, no hemos tenido tiempo de hablar –dijo Franco alcanzándole otra copa.
–No quería molestar en una charla familiar –aseguró el joven–. Más con la cara de pocos amigos de tu futuro cuñado... Da miedo.
–Ladra más de lo que muerde –aseguró sonriendo–. Creo que tengo algo interesante para ti... Una exclusividad, aún no sabemos cuando la lanzaremos, pero es un buen proyecto.
– ¿En serio? Me interesa –se bebió el contenido de la copa de un sorbo.
–Perfecto, entonces –le indicó el camino y comenzó a moverse–. Estoy seguro de que será de tu agrado.
Salieron de la sala hasta tomar el pasillo, lo recorrieron hasta la puerta de madera que indicaba la bodega. Franco abrió la puerta, estaba oscuro pero aún así invitó a que Alessandro entrara primero. Este cuidó de ir pisando en cada escalón debidamente hasta que sus pies hallaron el suelo firme del sótano. La luz se encendió y apareció Franco frente a él con una de las botellas de vino.
– ¿De qué se trata lo que quieres plantearme? –preguntó interesado. Sorpresivamente sintió que le golpeaban el hombro izquierdo y se volteó. El prometido de Laura lo observaba sonriente–. ¿De qué va todo esto? –preguntó molesto.
–Ya verás –musitó Román y le abofeteó con tal fuerza que se desplomó en el suelo sin. un segundo para defenderse.
Todo era confuso; el dolor de cabeza, principalmente el que provenía de su rostro era agobiante. Abrió los ojos con dificultad, había demasiada luz para sus retinas. Divisó un par de hombres frente a él, uno de ellos estaba sin el saco que componía el traje. Ese mismo fue el que se acercó y le tomó del rostro para que levantara la vista.
–Te desmayaste durante cinco minutos –le dijo, abrió los ojos un poco más hasta que logró reconocerlo, era el novio de Laura –. Estuve a punto de golpearte para que despertaras... Aunque no sé si hubiera dado resultado –sonrió remangándose la camisa.
El hombre quiso hablar pero percibió que había sido amordazado, habían cubierto su boca completamente con cinta adhesiva de la más fuerte. Igualmente estaban sus manos y pies, sujetos a una silla con tanta presión que sus miembros estaban escociéndole.
–No te molestes en gemir o protestar –indicó –. Nadie te escuchará –levantó un dedo hacia el techo y luego señaló las paredes–. Muros de piedra, ideales para nuestros planes. Además, están de fiesta arriba así que tu ausencia pasará inadvertida –comenzó a dar vueltas alrededor de él mientras Franco observaba–. Debo admitir que hace mucho tiempo no me dedico a esto –se encogió de hombros–. Haré lo mejor que pueda –dijo ya frente a él–. Debiste pensar que todo en esta vida vuelve antes de cometer las infamias que cometiste, idiota.
Franco estaba un tanto confundido ya que la severidad en las palabras de Román contrastaban demasiado con la pasividad que estaba demostrando. Luego comprendería. Burki suspiró un largo rato, intentaba mentalizarse. Esto sí es una causa justa, se dijo, y se convenció completamente de que sus actos estaban avalados por las circunstancias pasadas.
Se volteó y le dio otro puñetazo a Alessandro. Comenzó a emanar sangre de su nariz profusamente. Luego lo golpeó en el mentón y en el centro de la nariz; se escuchó el crujir del tabique y sus quejidos se hicieron más guturales.
Entre la adrenalina que poseía a Román y los nervios que estaban agobiando a Franco, ninguno se percató de que la puerta fue abierta y estaban bajando los escalones hacia ellos.
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