Perdió la cuenta de cuantas veces la habían felicitado. Varias de sus tías le habían dejado la marca de labial rojo en las mejillas. A Roman lo había perdido de vista entre sus primos. Aunque era rastreable por medio de los gritos y exclamaciones. Apenas había pasado una milésima de segundo y ya lo habían raptado. Pensó que deberían dedicarse al trabajo de mercenarios ante tal efectividad.– ¡Parla italiano! –escuchó que exclamaba una voz gruesa y avasallante. Ese era su primo–. ¡Il suizo parla italiano!
Deseó que llegara un terremoto o una ola gigante. Estaban a cuatrocientos metros del mar, la ola no demoraría mucho en llegar a ella y salvarla de la catástrofe en la que estaba enclavada. Esperó unos segundos por si Dios se apiadara de ella pero parecía que se había tomado unas vacaciones lejos de esa área. No lo culpaba, ella hubiera hecho lo mismo pero había estado muy ocupada tramando hundirse en las arenas movedizas de la mentira y ahora se estaba hundiendo plácidamente.
– ¡Laura! –dijo su prima Siena saltando a su alrededor como un cabrito–. ¡Es guapo, muy guapo! ¿Dónde lo cazaste?
– ¡Siena! –Gimió poniendo los ojos en blanco–. No fui de safari...
–Quiero uno igual –se explicó Siena–. ¡Y qué sonrisa! ¡Está increíble, Laura!
–Sí, gracias –se limitó a decir agotada. Ya lo había notado para qué negarlo.
– ¿Dónde está el anillo? Quiero verlo –preguntó en un nuevo ataque de saltos. Le tomó las manos y se decepcionó de no hallarlo.
–Me quedó un poco grande –ella recordó la astuta respuesta pensada por Román–. Debimos dejarlo en la joyería para que lo hicieran a medida.
–Uhhh –se decepcionó su prima–. Qué pena. Aunque con ese trasero debes perdonarle cualquier cosa –insinuó su prima con picardía.
Laura abrió la boca para intentar agregar algo pero la detuvo la imagen de una cabeza canosa acercándose a espaldas de Siena. Urgió a Dios para que la rescatase, pero seguramente su línea directa al cielo estaba fuera de servicio momentáneamente. Su padre se dirigía a ella con ese andar lento y altanero que le hacía parecerse a Clint Eastwood. Y eso no antecedía nada bueno.
–Laura –dijo Giancarlo cuando la tuvo enfrente–. Ven –abrió los brazos y ella se acercó envolviéndolo. Stella comenzó a llorar en cuanto vio a su marido sonreír como hacía tiempo no lo hacía. Estaba toda la familia reunida y feliz, ella sólo podía regocijarse.
Sus primos y hermanos llevaron a Román junto a Laura anunciándoselo a su padre.
–Zio, zio –. Aquí tienes a tu yerno.
Giancarlo soltó a su hija y miró al que sería su yerno. Sus grandes ojos negros lo estudiaron con detenimiento un segundo. Tenía aspecto fuerte, era alto de cabello oscuro y ojos negros. Tenía un rostro recto pero agradable, una que otra cicatriz le decoraba el semblante tranquilo pero no le molestó. Era joven aunque no demasiado y eso le gustó. El hombre parecía que lo estaba estudiando de igual manera pero no estaba estresado, o quizás lo ocultaba muy bien. Vio cómo miró a su hija, pero se perdió en la expresión curiosa en el rostro de ella. De un momento al siguiente Román alargó su mano hacia él esperando que lo saludase.
–Un placer conocerlo finalmente, señor –dijo hablando en el italiano que mejor le salía.
Giancarlo apretó los labios mirando a su hija.
–Parla bene –musitó su padre–. Il piacere è mio –estrechó su mano y los muchachos detrás de ellos festejaron dando vítores.
Laura suspiró aliviada mientras Stella se persignaba a escondidas. Todo había salido bien, de momento. Giancarlo sonreía, eso ya era meritorio de un premio Oscar. Le dio una palmada en la espalda a su yerno y abrazó a su hija por la cintura.