Mientras Stella y Giancarlo se quedaban en la cocina con los últimos preparativos sobre la fiesta de aniversario, Laura arrastró a Román hacia la bodega. Lo primero que este notó fue lo bien que Franco y Lucca habían limpiado la sangre del suelo. Tenía que reconocer que parecían profesionales y se alegró de haber recibido su apoyo. Se trataba de su hermana, no esperaba que reaccionaran de otra forma; de lo contrario debería de haberlos puesto en el mismo sitio que Alessandro.
–Me estoy poniendo más nerviosa... –masculló mordiéndose las uñas–. Se lo están tomando demasiado enserio.
– ¡Se lo están tomando como si fuese verdad, Laura ! –arguyó con sarcasmo.
– ¡Ya lo sé! –gritó con la libertad que le permitían los muros de piedra–. ¿Cómo hacemos para disminuir su entusiasmo?
Él se recostó contra una de las paredes y suspiró con cansancio. No le diría lo que acababa de hablar con su padre. Esperaría un momento en el que no estuviera tan desquiciada. Ella continuó hablando varios minutos mientras paseaba por la bodega. Controló el tiempo en su reloj y cuando se aburrió lo suficiente la tomó velozmente de un brazo y la arrinconó contra el frío muro de piedra.
–Cierra los ojos –ordenó. Ella no lo obedeció–. Hazlo –a regañadientes lo hizo y esperó más indicaciones–. Respira profundamente –él centró su mano sobre su estómago y presionó levemente.
Laura inhaló hasta colmar sus pulmones y luego exhaló lentamente. Abrió los ojos y se encontró con que Román estaba más cerca de lo que había creído.
Había exhalado sobre su boca . Él había esperado ese momento, estaba esperando que se callara para que relajara su mente lo suficiente como para darle el tiempo de relajarle el resto del cuerpo luego. Posó su frente sobre la de ella y esperó un segundo. Laura volvió a inhalar y exhalar sobre él. La mano que en un principio había colocado sobre su estómago se había movido oportunamente hasta su pecho y ahora controlaba los latidos que se sucedían en su organismo.
El ritmo constante y acelerado lo había hecho sonreír, Laura ya no estaba prestando atención a la pausada respiración que debía practicar para tranquilizarse. En ese momento se concentraba en el nuevo camino que las manos del hombre estaban explorando. Por debajo de su blusa sus dedos jugaban una carrera apresurada hasta sus pechos. Ella arqueó el cuerpo contra él y asi supo que había conseguido tranquilizarla al punto exacto que él prefería. Se colgó de su cuello y comenzó a besarlo hasta que él debió morderse los labios para distraerse del dolor en su ingle.
Se apartó lo suficiente como para respirar el resto del aire de la habitación que no estaba inundado con el perfume de Laura. Ella sonreía con satisfacción y lo contagió, aunque su orgullo se había herido levemente ante la pequeña batalla que ella había ganado. Se humedeció los labios más determinado y le cogió de las muñecas hasta colocarlas sobre su cabeza. Con la mano libre y ayuda de Laura , la levantó por el muslo e hizo que se sujetara de él con sus piernas.
–Mi turno... –musitó acercándose a su boca lentamente pero fue ella quien terminó atrayéndolo del todo.
–Esto no va a solucionar nuestros problemas... –indicó cuando apenas despegaron sus labios.
–No, pero ayuda más que los tranquilizantes –volvió a besarla hasta que se le acalambraron los labios.
Todo parecía haber vuelto a la normalidad durante la cena. Nada extraño sucedió salvo el sapo muerto que los gemelos habían dejado en el horno para asustar a su abuela. Tuvo el efecto que esperaban, y no sólo ellos fueron reprendidos ya que Lucca había festejado su ingenio y se mereció la reprimenda correspondiente de parte de su esposa.
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