No quiso importunar a Laura cuando despertara y decidió marcharse apenas ella se había dormido. Deambuló por la casa hasta que encontró una tumbona en el porche que daba al mar. Se recostó allí intentando aclarar su mente, aunque fuera un ejercicio en vano. Estaba confundido y contrariado; en otras circunstancias hubiera actuado muy diferente a como lo acababa de hacer.Debió de usar toda su fuerza de voluntad para marcharse de esa habitación totalmente insatisfecho.
¿Pero qué estaba haciendo? ¿Y qué hacía ella? Ponderaba su forma de besar y luego se disculpaba por creerlo gay. Ella se quedaba dormida y él totalmente desconcertado. ¿Y cómo actuaría después? Para empeorarlo todo había dinero de por medio y él lo había aceptado sin saber la razón exacta.
Estaba demasiado comprometido y se estaba acorralando a sí mismo.
Estaba con los ojos cerrados, pensando una y otra vez en dónde estaba y a lo que había venido. Más precisamente estaba pensando en cómo le cobraría a Lukas por su traicionero trato. Se tragaría todo lo que quería decirle hasta que encontrara un momento seguro lejos de la casa, en ese instante no quería alejarse de allí pues estaba muy cómodo escuchando al mar de fondo hablarle al oído.
Un leve chirrido llamó su atención y miró a su derecha. Donatella se acercaba lentamente con su andador, sonriente como una niña y arrugada como una nuez.
–Mi niño Romeo –dijo la anciana sentándose en la tumbona con dificultad. Román se incorporó para ayudarle pero ella se negó con la cabeza. Se alisó la falda y volvió a sonreírle pícara–. ¿Y Laura Caterina?
Él volvió a sentarse en la tumbona posando los codos sobre sus rodillas y se encogió de hombros.
–Durmiendo –contestó sin más. Desconocía si la anciana sabía del accidente y decidió no dar demasiados detalles.
Ella miró hacia dentro de la estancia, vigilando por si alguien anduviera cerca.
–Estoy algo sorda –comenzó a decir moviendo la alianza en su delgado dedo anular–. Pero no más de lo que creen y tampoco soy tonta.
Román asintió, la nonna sonrió tenuemente y volvió la vista al mar hablando algo que él no pudo descifrar.
– ¿Perdón? –intentó que le interpretara.
–Oh, lo siento –hizo un ademán despreocupado y aclaró–. ¿Sabes que me preocupa?
Román se extrañó ante la pregunta. –No, Donatella. ¿Qué le preocupa?
–Ven aquí –le señaló el lugar junto a ella y Román se cambió de sitio obedeciendo–. Hace unos cuantos años, Laura Caterina estuvo muy triste –explicó la anciana con las manos temblorosas–No me dijo la razón, pero ella siempre fue tan alegre que fue fácil para una vieja como yo percibir que algo no andaba bien –él creyó saber a qué se refería pero intentó disimularlo–. Creo que se llevó una gran decepción –concluyó la abuela con suavidad–. ¿Puede esta vieja pedirte un favor?
–Por supuesto –indicó con amabilidad temiendo lo que se aproximaba.
–Buen muchacho –sonrió ella tomándole una mano–. Intenta cuidarla –Bürki notó los ojos claros de la señora inundarse de lágrimas–. Todavía están cicatrizando sus heridas. Está protegiéndose –suspiró–. Lo digo por la forma distante en la que te trata – se puso serio.
–Ella es así.
–Pero no significa que esté bien –indicó negando con la cabeza–. Haz que te trate de la misma forma en que te mira –le sonrió esperanzada–. Es evidente que te adora pero no lo expresa demasiado. Endúlzala.