Días después
Volvía a Suiza, intentando concentrar su mente en el trabajo, como solía hacer siempre.
No había llamado a Lukas para avisar de su llegada, aunque este y Marco la habían telefoneado hasta el cansancio. No podía hablar con ellos, no hasta verlos personalmente.
Al día siguiente, en su oficina, la puerta se abrió estrepitosamente y ella se alegró de ver el cálido rostro de Lukas regocijándose de verla. Emanaba verdadera sinceridad y alegría. La abrazó levantándola del asiento y le dio un cálido beso en cada mejilla. Laura no aguantó las lágrimas y su amigo le alcanzó un pañuelo mientras él tomaba otro.
–Lo siento, nena –le dijo mientras le peinaba el cabello detrás de la oreja–. Siento lo de tu abuela... –Laura supo que Román se lo había contado–. Pero... ¿qué sucedió después? –preguntó sin comprender–. He querido hablar con Román pero no lo encuentro por ninguna parte... Llamó para contarnos sobre tu abuela y luego desapareció...
– ¡Oh, Lukas! –se volvió a abrazar a él y el le frotó la espalda con ternura para calmarla–. ¡¿Por qué tuviste que recomendarlo a él?! –gimió ella desconforme–. ¿Quién demonios es? ¿De dónde lo sacaste? No lo entiendo... –reprochó ella–. ¿Por qué lo hizo, por qué se fue si me amaba? –Él apretó los labios en una mueca de dolor–. Dime de dónde lo sacaste... –pidió como si eso la fuera a aliviar en algún sentido.
Su amigo suspiró repetidas veces, no le agradaba verla en ese estado, estaba sufriendo y él era impotente para ayudarla en cualquier sentido.
–Nena –dijo luego de meditar un instante–. No sé porque lo hizo...pero quizás cree que puede lastimarte...
– ¡Pues lo consiguió! –gimió descontrolada–. No quiero imaginar de qué psiquiátrico lo sacaste...
–Nena... –frunció la boca a un lado con pesadez–. Él es bueno. Sus actos son difíciles de comprender pero es un buen hombre... –quiso explicarle–. Lo conozco bastante bien... es el hermano de Marco.
Hubo silencio y los ojos de Laura se abrieron enormemente. Lukas se encogió de hombros y ella volvió a llorar como una desconsolada. Se terminaría allí... ese sería el último día que lloraría por él. Deseó consolarse repitiéndose: es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado.
Intentó comprender a Shakespeare, el inconveniente era que no podía comprender por qué motivo le tocaba perder infinitamente todo aquello que había amado.
Detuvo la camioneta frente a la licorería. Se mantuvo pensativo unos instantes hasta que finalmente tomó la decisión y salió del vehículo. De entre las mil bebidas que había eligió un whisky de buena calidad, un vodka y una botella de ron. Cuando pasó por la caja, el comerciante lo observó de 'la cabeza hasta los pies pero no dijo una palabra. Debía reconocer que no tenía el mejor aspecto. Pagó lo indicado y volvió con la bolsa a su vehículo.
Cuando Román llegó a su casa no le quedó más remedio que revisar la contestadora por si se trataba de algún cliente. Para su desgracia únicamente encontró mensajes de su hermano y Lukas, ambos gruñían preguntándose dónde estaba. Borró todos los mensajes y fue a ducharse ignorando los comentarios que habían emitido sobre su esposa.
"¿Qué demonios sucedió contigo?",preguntaba Marco preocupado.
Román sabía que habían ido hasta su casa, al no encontrarlo le dejaron una nota por debajo de la puerta y luego dejaron el mensaje del día en la contestadora, todos los días le dejaban un par allí y otro tanto en el celular. Nunca los atendía.
Cuando se refrescó, se sentó frente a las botellas y las observó con detenimiento; parecían estar esperándolo a él, esperando a que él las bebiera. Cerró los ojos mientras se masajeaba el cuello, estaba cansado y tensionado pero sabía que no se debía al esfuerzo físico de su trabajo. Sabía que se debía a estar pensando constantemente en ella. Rebobinaba en su mente las imágenes de Laura lanzándose por el acantilado y cuando lo invitaba a beber de una copa que tenía gaseosa en lugar del vino blanco que le ofrecía su familia. Miró su mano derecha, aún llevaba el anillo.