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Solo me quedan dos horas para arreglarme y salir con Maite

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Solo me quedan dos horas para arreglarme y salir con Maite. Me doy una ducha rápida sin mojar mi pelo y al salir mi teléfono está sonando: Tomás.

—Amor. ¿Cómo estás? —contesto.

—Bien. ¿Cómo estuvo tu día?

—Muy bien —sonrío—. ¿Noticias de la oficina?

—Lo más importante es que ya se resolvió todo con el recinto para el festival. Así que ya entramos en pie derecho.

—Qué bueno. No se podía salir con la suya ese tipo.

—Así es. Una vez más, ganaste —reímos—. Amor, te dejo, que mis primos vienen al departamento y tengo que ordenar un poco.

—Bueno. Te quiero mucho.

—Yo también.

—Ah, oye. Saldré con Mai.

—No me quejo solo porque vienen mis primos, pero podrías pensar en proponerle que fuera tu novia.

Río. Es verdad, paso más con ella que con él.

—Le diré, no creo que quiera eso si. Un besito. Hablamos.

—Pásalo bien.

Luego de la crema y un poco de dedicación en la elección de mi ropa interior, enfundo mis piernas en un jeans negro ajustado, una blusa blanca y una chaqueta de cuero. No quiero tacos. Botines. Idealmente cómodos y negros, obviamente.

Me lavo los dientes y maquillo. Arreglo mi pelo para que se vea con un poco más de volumen y, sí. Me gusto. Y el cambio en mi cabello, sinceramente y sin ser presumida, me encanta.

El timbre sonó y abrí. Los ojos de Maite se agrandaron y pestañeó rápido. Abrió la boca sin decir nada unos segundos y entró cerrando tras ella.

—No, no, no. No puedo creerlo. Tu pelo. No... Trini, te ves. ¡Wow!

Reí y rodé los ojos. Vuelvo a decir, si me gusta como quedé, pero no es para tanto.

—Exageras.

— Te ves maravillosa, amiga —grita y me abraza—. ¿Y este cambio, por qué?

—No lo sé. Solo quise hacerlo y ya.

—Vas a dejar a todos mis compañeros locos.

Niego y sonrío. Nos despedimos de Nani y nos vamos en su auto hasta el pub.

Entramos en el local y vimos cómo, de inmediato, varias manos se levantaron haciéndonos señas. Maite agarró mi mano y nos dirigimos hasta la mesa. Habían al menos diez personas allí, a algunas ya las conocía, pero no me acuerdo de sus nombres, soy pésima con eso. Y otras, la mayoría, jamás las había visto. Saludé a todos y cada uno y me senté al lado de mi amiga.

Enseguida se nos acercó un mesero y pedí espumante. Sí, después de las tres cervezas y el dolor de cabeza, lo mejor era irme por lo conocido y acostumbrado.

Cruel corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora