—Simón, para...
Su concentración se fijó en mis ojos y se levantó. Observé su cuerpo y tuve que contener el aire.
—Dime lo que quieras —habló— y lo hago —sus manos volvieron a acariciar mi cuerpo.
...
Nos miramos por varios segundos.
Podría haber sido todo tan distinto y lo perdí. Sin embargo, en ese momento lo tenía de vuelta, estaba en sus brazos, envuelta en su olor, en su esencia, a punto de volver a unirnos como antes... Aunque, quizás, esta vez no sería por amor de ambas partes sino por algo parecido al odio... por rencor.
—Disfruta lo que quieras. Será la última vez.
Como imanes, nuestros labios se volvieron a unir, sus brazos me rodearon y me levantó hasta que llegamos al sofá a unos cuantos metros. Luego de dejarme se posicionó sobre mi y sin dudarlo, entró. Nuestros cuerpo se acoplaron a la perfección, como siempre lo fue.
Un gruñido ronco de su parte y ninguno de los dos se movió. Era solo sentir cómo uno llenaba al otro y era acogido. Un escalofrío me recorrió y probablemente a él, también. Y juntos comenzamos el vaivén exquisito que, entre besos, lucha y... nada. Nada, ¡no fue nada!
Simplemente llegamos al orgasmo.
Y mierda que fue exquisito.
—Quién iba a pensar que te volvería a tener alguna vez entre mis brazos —habló. Gotas de sudor cubrian su frente y me miraba de una forma... que da igual.
—Sólo soy buena gente. Te notaste demasiado necesitado cuando me llevaste a tu auto —me defendí.
Su risa llenó la sala.
—Trini, ya estamos grandes. Morias, también, por volver a sentirte así —hundió su cara en el hueco de mi cuello y comenzó a morder suave, junto con sutiles movimientos de sus caderas.
—No... —sentí que mi cuerpo comenzaba a vibrar y lágrimas querían hacer de las suyas.
—Podría hacerte pagar con sexo todo el daño que me hiciste... —me miró y aumentó sus movimiento. Yo no lo pude evitar y gemí. Debía tomar las riendas del asunto, pero Simón me tenía completa. Sonrió y sin más con unas cuantas estocadas, volvimos a fundirnos en el placer.
Me levanté al baño, claramente él me indicó dónde estaba. Me vestí y miré el espejo. Sonreí y tomé la tanga rota que había recogido anteriormente. Salí del baño. Él estaba con su bóxer y una camiseta sentado. Me observó hasta que llegué a él y me puse sobre sus piernas a horcajadas. Lo besé, intenso. Sus manos se fueron a mi trasero y aproveché aquello, más un movimiento de caderas para que su miembro volviera a cobrar vida. Con mi mano desocupada, lo saqué del bóxer y lo introduje, aprovechando el movimiento para meter mi tanga entre los cojines del sofá, lo más al fondo posible. Gimió. Mordí su labio y me levanté.
Confusión.
—Que tu futura esposa te de todo, absolutamente todo lo que necesites —sonreí—. Date una ducha. Que estés bien —guiñé un ojo y, tomando mi cartera salí de allí, evidentemente, dejándolo sin palabras.
Llamé a Roberto y tomé el camino a mi casa.
Cortito... Y de a poco iremos retomando.
ESTÁS LEYENDO
Cruel corazón
RomanceSiempre culpamos a los hombres por cómo hacen sufrir a las mujeres... Bueno, aquí hay una mujer que hizo sufrir desmedidamente a un hombre que la amaba con todo su ser, que se entregó completamente y que, sin embargo, ella desechó. A veces pien...