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Cerré los los ojos.

Roberto pasó por mi y nos pusimos en marcha hacia mi casa. Cuando me subí al auto me observó por varios segundos y sé que quería preguntar qué me pasaba, sin embargo, prefirió no hacerlo y encendió el motor.

Boté todo el aire que tenía contenido en mis pulmones y dí paso a un par de lágrimas. No me puede estar pasando esto, tanto tiempo después. Sentí una presión que poco a poco se comenzaba a instalar en mi pecho y que amenazaba con oprimir tan fuerte, que el dolor que dejé atrás volvería a aparecer.

Aguanté hasta llegar a mi casa. Entré en ella y le pedí a Nani que no me molestara. Caminé directo a mi pieza, me desnudé y un segundo después estaba bajo el chorro de agua.

Me dejé caer, me derrumbé. Mi cuerpo se iba resquebrajando lentamente y yo solo quería congelar mi corazón de nuevo...

Simón... ¿Por qué tuviste que aparecer en mi vida? ¿Por qué tuviste que volver? Dolía, mierda, dolía demasiado.

Fueron varios los minutos que estuve dejando que el agua se llevara toda mi amargura. Salí de allí y me miré en el espejo. Ojos rojos, boca y cara hinchada y un dolor de cabeza empezaba a dar los primeros atisbos.

—Esta no soy yo —susurré.

Dejé mi mirada fija. Esto no podía seguir así. Llevaba semanas, desde que Simón volvió, sumida en la pena, en pensamientos estúpidos, sumida en él. Pero se tenía que acabar. Y sería desde ese momento.

Dejé caer la toalla y observé mi cuerpo detenidamente.

—Se acabó Simón —hice que mis manos recorrieran mis curvas suavemente—. Veremos quién gana esta guerra.

Busqué mi celular y marqué el número de mi querida amiga.

—No me mates, por favor —escuché que dijo en cuánto contestó.

—Tranquila. Necesito dos cosas...

—Dime.

—Necesito que me envíes el número de Simón junto con su dirección.

—¿Qué?—dudó—. Ok.

—Y tengo una duda... Su futura esposa, ¿Está en Chile?

—No estoy segura sobre eso. Sólo sé lo que te he contado... ¿Estás bien, Trini?

—Mejor que nunca, amiga. Nos vemos... Ah y mandame todo, ahora. Un beso.

—Sí.

Corté. Mis pies se movieron hasta el closet y de allí saqué el conjunto más caro de ropa interior que tenía. Blanco, sonreí. Perturbador.

Deslicé la tela por mis piernas hasta dejarlo perfectamente puesto y luego lo mismo con el sostén.

Un vestido, suelto de tirantes que apenas llegaba a la mitad de mi muslo; tacones negro y un cómodo abrigo. Tomé mi pelo en una cola alta. Maquillé muy suave y cuando dí el último vistazo en el espejo, la adrenalina me invadió. Está decidido, lo voy a destruir y yo volveré a estar bien.

—Roberto —le llamé cuando llegué a la cocina—. Necesito que me lleves, por favor —le sonreí.

—Claro —dijo suave.

Le dí la dirección de Simón, la que Maite no tardó nada en anviarme. Miré el edificio cuando el auto se estacionó en frente. No me iban a dejar entrar así como así. Al menos vive en un buen lugar, por fin tuvo aspiraciones en la vida.

Tomé mi celular y lo llamé. Cinco tonos y su voz se incrustó en mis oídos.

—¿Aló?

—Estoy abajo —digo simplemente.

Cruel corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora