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Comienzo mi rutina semanal

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Comienzo mi rutina semanal. La ducha diaria, la elección del mejor traje para ir a trabajar, el desayuno y me subo al auto conducido por Roberto. Conozco a Roberto hace unos cuatro años. Empezó a trabajar en mi casa, yendo a cortar el pasto y mantener las plantas. Me llegó a dar tal confianza que le ofrecí ser mi chofer, odio manejar, y él aceptó.

Él y Nani son mi familia, y no lo digo porque me lleve mal con la mía real, sino porque mis papás viven en el sur y mi hermano está en Alemania estudiando.

A veces me gustaría ver a mis papás más seguido y no solo para fiestas importantes como la navidad, año nuevo y cumpleaños, o a mi hermano, una vez cada dos años. Si tenemos suerte, una al año. Pero el trabajo y los estudios, nos consumen. Todo lo que tenemos ha sido gracias a eso...

En mi oficina ya está mi café Venti y Sofía. Reviso todos los documentos y salimos con el equipo directo al Estadio Nacional a revisar cómo va la realización de toda la armazón de espacios y escenario. Lo que nos toma hasta el medio día.

Una vez de vuelta en la empresa, me como una ensalada y vuelvo a trabajar. La tarde se me pasa rápido y termino todo antes de lo pensado. Tomo mi teléfono y le marco a Maite.

—Amiga querida —contesta—. ¿Cómo estás?

—Súper. ¿Cómo estás de tiempo? ¿Puedo ir a verte a tu oficina? —respondo.

—¡Qué! No. Me refiero a que no, porque no estoy ahí, si quieres yo voy a la tuya, tengo tiempo.

Extraño.

—Quiero salir de aquí Mai, voy para allá, ¿dale? —escucho que suspira.

—Ok. Nos vemos en media hora.

Corto la llamada. De verdad eso fue extraño. En fin. Espero unos minutos y luego salgo en dirección a la revista de mi amiga. Roberto me deja en el estacionamiento y le pido que me espere. Tomo mi cartera y entro. Me subo en el ascensor y presionó el botón del piso doce. A medida que este sube, para en cada piso y se empieza a llenar de gente, algunas bajan antes que yo y, cuando bajo otras siguen. Saludo a la secretaria de mi amiga y esta le va a avisar que la busco.

—Carla, Carla —escuchó una voz que la detiene y me congela—. ¿Podrías pasarle estas notas a Maite? Tengo que irme rápido.

—Claro, Simón. Que te vaya bien. Ahora te anuncio a Carla, Trini.

Asentí a penas, estaba congelada. Me pegué al escritorio de Carla. Podía sentir aún la presencia de él a menos de un metro de distancia. Miré mis uñas. Iba a explotar de nervios. Que se vaya, se tenía que ir rápido, que se vaya por favor. Sentí un movimiento y cerré los ojos.

—Trini —la voz de Carla me hizo abrir los ojos—. Pasa.

Esquivé sin mirar el cuerpo de... él, ese hombre y entré. Cerré de un portazo y su mirada me hizo entender que sabía que lo había visto. Aunque no era cien por ciento real.

Cruel corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora