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—¿Me estás raptando? Ay querido, parece que seguiste avanzando pero de peor forma en tu vida. Déjame salir —lo amenazo.

Una sonrisa aparece en su rostro y se me seca la boca.

—Seis años tuvieron que pasar para recibir uno de tus amorosos comentarios. No sé cómo aguanté que me trataras así. ¿A tu pololo de ahora, también le hablas mal y lo haces sentir pésimo?

Sonrío y me apoyo en la puerta contraria a él para tener más distancia.

—Claro que no. Al menos a mi, seis años me sirvieron para madurar y encontrar al amor de mi vida. Al parecer, tú no la encontraste, sino estarías ahora con ella y no conmigo —lo provoco.

—Nos besamos —cambia de tema.

—No me acuerdo, querido. Estaba tan borracha que debí haber pensado que eras una piedra...

Achica los ojos. Atacará.

—¿Tan necesitada estabas que querías besar una piedra?

Me acerco y lo agarro de la camisa. Quién mierda se cree que es.

—No me hables así, Simón. Sabes perfectamente que conmigo tienes todo para perder. Todo, así que no te conviene meterte conmigo.

—¿Por qué? ¿Qué más me vas a hacer? —su aliento golpea mi piel. Estamos demasiado cerca. Nuestras narices casi rozan y decido que lo mejor es echarme atrás y dejarlo ganar. Pero un de sus manos es más rápida y se aferra a mi cintura. Yo aún no suelto su camisa. Está bien. Si lo que quiere es guerra. La tendrá.

—Puedo hacer muchas cosas que te encantaban, y que la otra noche te morías porque te hiciera. Desde que te volví a ver, no sabes cuántas ganas tengo —roza mis labios y un jadeo se escapa de ellos. Eso estúpida. Él sonríe— de volver a besarte y complacerte, como antes... Ese día me contuve, no sabes cuánto me costó. Verte en ese conjunto de ropa interior, tener que bajarte el cierre de ese vestido, volver a tener tu cuerpo tan cerca como lo tengo ahora...

—Imbécil.

—Sí, en eso me convertiste. En un imbécil. Y pensé que nunca volvería a sentir nada por ti. No es que lo sienta en realidad. No te ilusiones.

Apreto los labios. Voy a llorar.

Me suelta de una y gruñe. El silencio comienza a reinar. Solo nuestras respiraciones se escuchan.

—Lo siento —habla.

—Púdrete, Simón. Siempre fuiste poca cosa para mi y con esto me lo demuestras aún más.

Gira su mirada hacia mi. Puedo ver el... ¿Odio? ¿Decepción? ¿Dolor?

Su movimiento es rápido y estoy entre la puerta, a mi espalda, y él casi sobre mi. No dice nada, solo mira directo a mis ojos. Conteniendose. Respira, respira otra vez. Su calor comienza a envolverme. Y no tengo fuerzas para alejarlo. Porque seis años fue mucho tiempo sin tenerlo tan cerca.

Muevo mi cuerpo hacia delante y dejo atrás esos escasos centímetros que nos separaban. Mis labios se pegan a los suyos, los que me dan paso con sorpresa pero que, sin dejar pasar más de dos segundos toman las riendas adueñándose de mi boca.

El fuego revive en mi interior, llegando a cada rincón y hace latir mi corazón como hace mucho no lo hacía. Nuestras lenguas entran en la batalla con el otro y la pasión comienza a invadirnos. Sus manos me toman y me dejan sobre él, no me resisto, no puedo. Estoy a horcajadas, sobre mi ex, mientras nos devoramos. No quiero parar, quiero sentir sus labios por muchísimo tiempo más. Mis caderas toman un impulso que no vi venir y provoqué un suave roce. Me freno en seco y sus manos aprietan mis muslos, después de un gruñido de su parte.

Jadeamos. Hemos dejado de besarnos, sin embargo no nos hemos separado ni un centímetro. Siento que quiero llorar. Claramente no lo haré. Lo mejor será volver a poner la burbuja de hierro y terminar con esto ya.

Pero tal como si lo hubiese presentido, Simón, sube sus manos a mis caderas y niega.

—No rompas este momento —susurra.

Quiero volver a besarlo. Bufa cuando comienza a sonar mi celular y me suelta. Me muevo digna y busco en mi cartera. Mierda. Es Tomás.

Tomo aire y lamo mis labios. Soy la peor mujer del mundo.

—Mi amor... —contesto ante la mirada fulminante de Simón.

—Acabo de llegar a la casa de mi mamá —suspira—. Fue un viaje largo...

—¿Cómo te sientes?

—Ahora estoy un poco tranquilo. Me daré una ducha e iré a la iglesia donde lo están velando.

—Te mand un abrazo, muy apretado. Te tengo que dejar, te llamo en un ratito. Te quiero —corto y guardo—. Necesito que me dejes salir —miro a Simón.

Sin decir nada le quita el seguro a su puerta y baja. lo sigo hasta que bajo y me quedo frente a él.

—Simón, lo que acaba...

—No significó nada —me interrumpe—. Nunca las cosas significan algo para ti, Trinidad.

Tomo aire.

—No tienes idea.

—Si la tengo —se acerca un poco y baja a mi altura—. Sé que no amas a ese imbécil.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —me cruzo de brazos.

—Te podría haber hecho el amor hace un minuto atrás —dice luego de pensarlo, disminuyendo el espacio, nuevamente entre nosotros. Mi boca se abre, voy a hablar pero e niega—. Y estoy seguro de que no habrías pensado en él. Y de verdad, no sabes cuánto me muero por tenerte de nuevo...

—Ya basta, Simón —me alejo—. No entiendo para qué haces esto. Si quieres hacerme daño, no lo vas a lograr. Ahora, me voy. Y por favor, no me busques. Haz tu vida.

Me doy media vuelta y emprendo el camino mientras le marco a Roberto.

—Me voy a casar —escucho y me freno. Trago —Trini...

Que se pudra. Vuelvo a caminar y desaparezco del lugar.


Hola!

¿Cómo están?

Gente bella, necesito saber  qué les va pareciendo hasta aquí la historia. Lo bueno, lo malo... todo. Me será de mucha ayuda.

Los leo!

Cruel corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora