CAPÍTULO 22

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Media hora después sigo en el aeropuerto, paralizado por sus palabras. La gente va de un lado a otro y yo soy como una estatua, "tengo tres hijos", son las palabras que resuenan un mi cabeza. Reacciono, me subo en el coche y pongo rumbo a casa de Goran, necesito hablar con alguien y él es la única persona en la que puedo confiar.

Estoy en la puerta de su casa, no me atrevo a tocar, igual es mejor que me marche a casa, olvide todo lo que ha pasado este fin de semana y la sustituya en el proyecto. Recapacito, necesito hablar con alguien sacar todo lo que estoy sintiendo y llamo a puerta.

- Hola – saludo

- Hola, ¿qué te pasa?

- ¿Por qué tendría que pasarme algo? – intento disimular

- Porque traes cara de haber visto un fantasma. - bromea

- No exactamente. Si me invitas a unas cervezas te lo cuento.

- Te invito porque eres mi amigo no para que me lo cuentes.

Le cuento, que tuve que ir a recogerla al hotel, que ha estado todo el fin de semana en mi casa y que la he llevado a conocer Copenhague.

- ¿Cuál es el problema?

- No sé por qué la llevé a casa cuando podía haberla llevado a casa de Sophie, estoy seguro de que la habría acogido encantada. O incluso podría haberte avisado y traerla aquí aprovechando que tú no estabas.

- Te llamó a ti, y yo personalmente te agradezco que no la trajeses a mi casa y más cuando yo no estoy.

- Sí, pero en casa me hizo hacer cosas que jamás habría hecho.

- ¿A qué cosas te refieres?

- No sé, cocinar lo mejor posible para que le parezca que la comida está buena. Lavar y planchar su ropa, hasta le dejé mi ropa y le dí acceso a toda mi casa sin problemas. Encender la chimenea.

- ¿Encendiste la chimenea?- asiento mirando al suelo.

- Estaba mirando por la ventana, le pregunté que estaba pensando y me dijo que le gustaban las chimeneas porque le hacían saber que había vida fuera y porque dan calor de hogar. Entonces sin pensarlo corrí el sofá y la encendí para ella. La encendí esa vez y el resto de días que ha estado en casa.

- Intentabas ser hospitalario.

- Se la presenté a Andra y a mis padres.

- ¡Eso si que no me cuadra!

- Bueno en realidad Andra llegó por sorpresa. Pero a mis padres se la presenté porque quise. Ella estaba en la habitación podía haberle pedido que no saliera pero hice todo lo contrario.

- ¡Guauuu! ¿Qué dijo Audrey? – se está divirtiendo.

- Por increíble que te parezca, y aunque le repetí varias veces que es la subdirectora de Danber España, ello se empeñó en decir que desde que la conozco he venido cambiando. Le ha parecido una mujer asombrosa, según ella.

- Cuesta creer que a Audrey una mujer le parezca adecuada para ti. – golpea mi hombro y reímos.

- El caso es que hemos pasado el fin de semana viendo películas y hablando en el salón de mi casa.

- Bueno tampoco la ibas a tener encerrada en la habitación, no es tan fea como para no querer verla.

- Anoche preparé una cena delante de la chimenea. – hago una pausa – Intenté besarla pero me rechazó y se fue a la habitación. La seguí, estaba llorando y me sentí el ser más despreciable de la tierra.

- ¿No hiciste nada?

- No, sólo me quedé allí escuchándola hasta que dejó de llorar. – hace un gesto de desagrado.

- Tal vez deberías de haber hablado con ella.

- Tal vez. El caso es que esta mañana, no era capaz ni de mirarme a los ojos y yo era incapaz de decir nada por miedo a que se sintiese mal. Estaba dispuesta a irse a pasar todo el día en el aeropuerto, y algo dentro de mí no quería que se fuese.

- ¿Qué has hecho? porque con la cara que traes me da la sensación de que has metido la pata hasta el fondo más profundo.

- No. La he invitado a desayunar y la he llevado a conocer un poco Copenhague.

- ¿Tú has faltado al trabajo para hacer de guía turístico? – asiento –¿ Y has pasado el día con ella?

- Si. Un día estupendo, tal vez el mejor en muchos años. No el día, el fin de semana completo.

- Me estás dejando sin palabras.

- Nos hemos besado en el aeropuerto y como despedida me ha dicho que tiene tres hijos. – ya no aguanto más y lo suelto, su cara es todo un dilema.

- ¿Es una broma? – niego – Es muy joven, ¿cuántos años tiene?

- Tiene treinta y cuatro. ¿Te acuerdas que es viuda?

- Si, como olvidar tú brillante intervención en Madrid.

- Desde que entró en aquél café con su amiga llamó mi atención como ninguna mujer lo había hecho desde Cristine y cuando quedaste con ellas, no quería conocerla.

- Pues lo hiciste muy bien porque la pobre se fue de allí odiándote.

- El día que la vi entrar en mi oficina pensé que el destino se estaba burlando de mí. Con toda la gente que hay en Madrid tengo que conocer precisamente a la que trabaja para mí, y con la cantidad de empleados que tengo tiene que ser ella la que hace un proyecto más que brillante.

- Igual la vida te está haciendo señales de humo y tú no quieres verlas.

- No sé lo que me pasa con ella. Quiero ser frío y distante, intento marcar las distancias pero la miro y no puedo.

- Es muy sencillo, ¡te gusta! – sujeto mi cabeza con mis manos.

- Ahora, ¿Qué hago?

- Puedes mandarle flores para disculparte. Eso suele funcionar.

- No quiero disculparme, ella me dejó abrazarla, y en el aeropuerto siguió mi beso.

- No sé, igual deberías olvidar lo que ha pasado y seguir tratándola como una empleada más.

Pasamos casi toda la noche hablando, de Carla. He tomado demasiadas cervezas para conducir hasta casa, así que me quedo en casa de Goran. Creo que mañana con menos cervezas y descansado podré pensar mejor en todo esto. Me duermo repasando los días que ha estado en mi casa, su timidez, su sonrisa, su forma de avergonzarse de las cosas como si fuese una quinceañera, la paz que me hace sentir a su lado, lo mucho que valora las cosas más simples y la suavidad y calidez de sus labios en los míos.

Llego a la oficina y le pido a Sophie que anule todas las reuniones, no estoy centrado para hacer negocios y gracias a la cantidad de cervezas que tomé anoche me duele horrores la cabeza. Pienso qué debería hacer, y tomo la opción más sencilla, mandarle un correo.

"Sra. Ortega.

No es necesario que viaje en las próximas semanas. Le avisaremos cuando la necesitemos."

Le doy a enviar, y vuelvo al trabajo. Me paso la mañana revisando el correo a la espera de su respuesta, una respuesta que nunca llega.

En casa, me dedico a recordarla, me gusta sentarme en el sofá en el que ella solía hacerlo, pongo la chimenea sólo porque me recuerda a ella, y uso la a menudo la ropa que le preste. Estoy empezando a pensar que me estoy volviendo loco.

PUNTO Y PRINCIPIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora