¿Y si te dijera que existe una isla donde las decisiones que tomaste en el pasado te convierten en algo más? Todo aquel que se atreva a pisar esta desconocida isla tendrá que aceptar su destino, o el karma.
Un día llega alguien nuevo que, sin quere...
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Ya habían pasado 120 horas desde que perdí a mi familia, pero nunca las esperanzas. Cada día me hacía más fuerte y me dolía un poquito menos.
Tabitha les había pedido a Alex y Daniel que le dedicaran una hora todos los días a la búsqueda de mi familia. Hoy, un poquito más. Agatha estuvo haciendo una capa para poder llevarme al centro y lograr que pase desapercibida. El objetivo principal era cubrir mi cabello.
—¿Vamos? —pregunté impaciente.
—Sí, ya.
Agatha terminó de acomodarse el gorro y salimos.
Era un camino completamente nuevo para mí. Comenzamos a caminar por un camino de tierra, rodeado de árboles, arbustos y flores, y no nos olvidemos de las aves observándonos desde las ramas.
—Agatha.
—¿Sí?
—¿Te gustó ser voluntaria?
—Sí, conoces gente increíble. Sin embargo, puede ser muy triste también. Hay que ser fuerte para estar más de cinco minutos allí.
—Pero ayudaste a mucha gente.
—Y no hay nada mejor —asintió y sonrió.
Al cabo de unos cuantos minutos, ya pude divisar a la gente trabajando y caminando de un lado al otro. No eran muchas personas, pero sí más de las que imaginaba.
—Por allá están los artesanos —mencionó Agatha señalando un sector a la izquierda—, allá los cultivadores —señaló a la derecha y los saludó—, y el mercado.
Al final del largo camino había una construcción que parecía un establo, pero inmenso.
—¿Venden comida nada más? —interrogué mirando los puestos.
—No, también muebles, ropa, telas... Un poco de todo.
—¿Todo eso lo hace esta gente?
Nos detuvimos en la entrada y nos quedamos allí, observando.
—No siempre, generalmente la ropa la van a buscar a otras zonas de la isla o venden lo que encuentran en maletas perdidas.
No me cayó muy bien lo último, no pude evitar pensar que tal vez allí estaba la ropa de mi padre.
—Hago unas compras rápidas y nos vamos, ¿sí?
Asentí y comencé a caminar lentamente, observando a la gente que estaba trabajando con madera y tierra. La mayoría eran hombres o adolescentes. Intenté no hacer demasiado contacto visual y procuré mantener mi cabello escondido.
—¡Oye, tú! —exclamó una voz masculina provocando que me sobresaltara—. ¿Tú eres la mundanium?
Me giré para ver al hombre, asustada. Parecía tener casi cincuenta años, era alto y grandote. Se veía bastante enojado.