Día 11

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Me desperté a causa de un terrible dolor de cabeza, apenas podía abrir los ojos del sueño y estaba muerta de frío

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Me desperté a causa de un terrible dolor de cabeza, apenas podía abrir los ojos del sueño y estaba muerta de frío. Estuve destapada durante horas por alguna razón; aparentemente me movía mucho mientras dormía, cosa que no hacía antes. La garganta me dolía mucho, y, en resumen, no me sentía nada bien. Luego de darme un baño caliente, cosa que me ayudó bastante, y vestirme, salí del cuarto para encontrarme con la casa vacía. Sobre la mesa del comedor había una nota, me acerqué y la tomé.

Estoy en el centro haciendo unas compras, no me extrañes.

(No es una orden, puedes hacerlo)

Pd: te quiero.

Agatha

Al principio no me gustó mucho el hecho de estar sola sin protección, hasta que me dio cuenta de que tenía un rato de soledad, libertad. Había querido volver al lago desde que Bastian me llevó a ver a las sirenas, y este era mi momento; era ahora o nunca. Quería ir a ver a Ivy para conocerla y para hacerle una pregunta, ya que había escuchado que eran muy buenas guardando secretos.

Me puse un tapado con capucha para pasar un poco desapercibida por si, de casualidad, me cruzaba con alguien que no debería verme. No estaba muy segura hacia dónde tenía que ir, pero algo recordaba. Enseguida divisé un camino que parecía el que llevaba al lago. Me estaba adentrando en el bosque, cosa que era una muy mala idea ya que los cambiantes patrullaban por esa zona. Sin mencionar que no estaba en las mejores condiciones, no podía caminar rápido; al contrario, mi paso era muy lento. Después de unos largos, y algo dolorosos, minutos, llegué. El agua se veía más azul que antes, pero aun así podía ver algo.

—¿Ivy?

Comencé a pronunciar su nombre una y otra vez sin levantar mucho la voz. Ella apareció luego de la décima vez y no se veía muy contenta. Su cabello era pelirrojo como el mío, pero más anaranjado. Su rostro estaba completamente cubierto de pecas, pero lo que me llamo la atención fue que no tenía los senos cubiertos.

—¿Qué haces aquí? Es muy peligroso —murmuró apoyando los brazos sobre el pasto.

—Necesito un consejo.

—Anna, ¿cierto? —asentí—. Bien, Anna. Tienes que irte, regresa y no vuelvas a salir sola.

—Merlín me amenazó —me apresuré a decir e Ivy se quedó callada—. Quiere que vaya con él y si no lo hago lastimará a alguien.

—No lo hará, y si lo hace, lo desterrarán.

—Pero si lo hace...

—Ya es suficiente.

De repente salió un hombre junto a ella. Tenía el cabello negro y largo, y su mirada era muy intimidante; al igual que sus músculos.

—Es buena, padre —explicó Ivy con una sonrisa.

—No me interesa, puede ponerte en peligro —insistió serio.

—Pero...

—Escuché lo de Merlín —la interrumpió y me miró—. Nos acabas de poner en peligro, así que vete, por favor.

—¿Qué? ¿Por qué? Nadie sabe que estoy aquí —aclaré rápidamente.

—Merlín sabe que no se lo dirás a nadie, y se asegurará de que eso siga así, créeme.

Dicho esto, tomó el brazo de su hija y se sumergieron en el agua, pero antes pude escuchar las últimas palabras de Ivy.

—Lo siento.

Me levanté y comencé a caminar de regreso a la casa, decepcionada y molesta. No sabía qué hacer, pero sabía que no tenía mucho más tiempo para pensarlo, en cualquier momento aparecería Merlín para averiguar cuál era mi decisión. Vivir con culpa por las consecuencias o peor, vivir, probablemente siempre amenazada, y nunca encontrarlo. Estaba tan sumergida en mis pensamientos que no me había percatado de que las flores a mi alrededor estaban marchitas, las hojas de los árboles caían como si fuera otoño y el césped estaba seco. ¿Acaso estaba afectando a la naturaleza? ¿O la estaba controlando sin darme cuenta? Giré sobre mi eje y, cuando vi que no estaba sola, me sobresalté, pero enseguida me sentí aliviada. Esto provocó que todo vuelva a tener vida. 

—Tranquila, soy yo —dijo Alexander con una sonrisa—. ¿Qué haces aquí? ¿Estás con Bastian?

—Eh... No —murmuré.

—¿Agatha?

—Tampoco.

—¿Sola?

Asentí lentamente y Alexander se puso serio.

—Ven, te acompaño a casa.

—Gracias.

Estuvimos callados un tiempo, el silencio no era incómodo, pero Alex decidió romperlo mientras caminábamos.

—Quiero que sepas que puedes contarme cualquier cosa; sé que no hemos hablado mucho y no me conoces lo suficiente, pero puedes confiar en mí.

—Lo sé, gracias —sonreí.

—Entonces, ¿me dirás qué te dijo Merlín realmente?

Su pregunta fue tan directa que me agarró desprevenida.

—Ya lo dije, habló muy mal de mi padre, dijo cosas horribles —susurré con el ceño fruncido.

—Eso no suena a Merlín, no vendría hasta aquí solo para eso —negó y se detuvo, haciendo que yo también lo haga—. ¿Te amenazó?

Lo pensé unos segundos y asentí, bajando la mirada.

—¿Qué te dijo?

—Que lastimaría a alguien muy querido si no voy con él —balbuceé antes de quebrarme y romper en llanto.

Alexander me abrazó. Comenzó a acariciar mi espalda con delicadeza y suspiró.

—No irás con él, ¿está claro?

—Pero...

—Todos estarán bien, te lo prometo.

—¡No puedo arriesgarme! —exclamé alejándome mientras sollozaba—. Yo... No puedo...

Cubrí mi rostro con las manos intentando calmarme. Tosí un poco e intenté cubrir un poco más mi cuello.

—¿Te sientes bien? —negué con la cabeza—. Ven, vamos rápido.

Se convirtió en un pony para que pudiera subirme sin ayuda y nos llevó hasta la casa de Agatha.

—Gracias —dije en cuanto me bajé.

—Cuando quieras —contestó—. La próxima vez que quieras salir, me avisas.

—Lo haré.

—Gracias.

Se convirtió en un lobo y salió corriendo.

Entré a la casa y aún estaba vacía, así que suspiré de alivio. De repente estornudé y maldije en voz alta. Decidí regresar a la cama y no volver a salir hasta que me obligaran.

La Isla del Destino © #1 [ COMPLETA ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora