Día 2 (Parte 2)

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Si Agatha tenía razón, aún faltaban unas seis horas para la "transformación"

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Si Agatha tenía razón, aún faltaban unas seis horas para la "transformación". Todavía me costaba entender muy bien qué y cómo iba a pasar, o si simplemente iba a suceder y ni me iba a dar cuenta. La duda me estaba carcomiendo por dentro, pero tenía que esperar, estaba cansada de hacer preguntas, sentía que tenía siete años de nuevo y me molestaba.

—¡Tabitha! —Alexander entró a la casa de Agatha—. Merlín lo sabe —agregó, preocupado—, no sé cómo pasó.

—Tranquilos —Tabitha me miró, claramente un poco asustada—. Ve al dormitorio de Agatha y quédate allí, no salgas por nada.

Tardé unos segundos en reaccionar, confundida. Era la segunda vez que escucha su nombre y no parecía ser alguien bueno.

Le hice caso a Tabitha y me encerré en el cuarto. Desde allí podía escuchar varios pasos caminando de un lado a otro y un par de voces hablando. Hasta que se detuvieron. La puerta se abrió y alguien entró. Sus pasos eran lentos y firmes. Un par de segundos después se detuvo y habló.

—¿Dónde está? —preguntó una voz profunda y tranquila.

—No está aquí —contestó Tabitha con un tono serio.

—Prometo tratarla bien.

—Ahora no, Merlín. En otro momento.

—Pero ya estoy aquí —se quejó acentuando cada palabra, molesto.

—Lo lamento entonces.

—Eso espero, porque yo no.

Escuché como un soplido seguido de un chasquido, todos se callaron de repente, y poco después, unos pasos comenzaron a acercarse al cuarto de Agatha. Mis manos sudaban y mi corazón latía cada vez más rápido. Miré a mi alrededor, tenía que esconderme, así que elegí meterme debajo de la cama.

—¿Hola?

Abrió la puerta lentamente y entró.

—No te haré daño —confesó suavemente—. Sé que estás aquí, es inútil que te escondas.

Esperó unos segundos y comenzó a caminar hacia la cama. Sentía que mi corazón se iba a salir de mi pecho. Sus botas se detuvieron junto a mí para luego arrodillarse, mirarme y sonreír.

—¿Puedes salir, por favor?

Tragué saliva. Me arrastré por el suelo hasta que quedé totalmente afuera mientras él se alejaba, y me levanté. No sabía muy bien qué hacer. Observé mis pies durante unos segundos hasta que me animé a levantar la vista y lo miré directo a los ojos. Era un hombre no muy alto, cabello negro y ojos azules. Su mandíbula parecía ser casi tan filosa como un cuchillo. Solo podía ver un lado porque una máscara le cubría la mitad derecha de su rostro. «Cicatriz o deformidad», pensé.

—Un gusto conocerte, Anna —dijo él acercándose.

—¿Igualmente? —cuestioné nerviosa. Cada segundo que pasaba y cada paso que daba hacia mí me hacía sudar un poco más.

—Espero que sí —extendió su mano y la tomé—. Me llamo Merlín —sonrió—, y soy un brujo.

—Oh... Ya entiendo —balbuceé y solté su mano.

—¿Hablaron sobre mí? —Merlín se giró para mirar a una Agatha con los ojos muy abiertos, pero no contestó—. ¿Ya saben en qué se convertirá?

Pero nadie contestó.

—Cierto —rio—. Bueno, yo sí lo sé.

Nos observamos, esperando.

—¿Entonces? —le pregunté.

—Oh, lo siento. No te lo diré. A nadie.

Miré a Tabitha, quien no se movía. Estaba paralizada, literalmente, junto a Bastian.

—Ya lo sabremos —murmuré.

—¡Exacto! —exclamó Merlín.

Tenía tanto miedo que apenas podía decir algunas palabras, me aterraba decir algo que no debía o dar un paso en falso.

—¿Eso es todo?

Me miró directo a los ojos. Su mirada no decía nada, pero no se veía contento.

—Tengo grandes planes para ti.

Fruncí el ceño, confundida. Chasqueó los dedos nuevamente haciendo que Bastian suspire de alivio.

—Ya puedes retirarte —le dijo Tabitha a Merlín, molesta, señalando la puerta de salida.

—Eso tenía pensado hacer —le contestó él—, pero nos volveremos a ver.

Pasó frente a mí hacia la puerta y salió, no sin antes sonreírme con malicia en la mirada, pero lo ignoré y aproveché para observarlo. Llevaba ropa negra, un tapado largo casi hasta el suelo y borceguíes. Su postura era casi perfecta y sus pasos eran demasiado firmes, tanto que intimidaba a cualquiera.

—Lo odio —gruñó Agatha una vez cerrada la puerta.

—¿En serio? —Bastian fingió sorpresa.

—¡¿Quién se cree que es?! —exclamó ella ignorándolo, enojada.

—Sigue resentido —comentó Owen.

—La guerra fue hace más de cien años, que lo supere.

—¿Qué guerra? —interrogué.

—Es una larga historia, cariño —me respondió Tabitha—, pero te lo resumo: la Guerra Mágica fue entre brujos y brujas por el poder absoluto y los brujos perdieron. Por eso usa esa máscara.

Lo pensé por un momento y hablé:

—¿Una cicatriz?

—Algo así —asintió Bastian—. Es irónico que intente intimidar cuando en realidad es un cobarde. No solo esconde las consecuencias de una batalla perdida, sino que usa sus poderes como si nosotros fuésemos los malos.

—Recuerda que no cree que haya sido una guerra justa —aclaró Tabitha, haciendo una mueca.

—Cobarde —murmuró Bastian, molesto.

Noté que aún me faltaba mucho por aprender y conocer, y tan solo pensar en eso me abrumaba. Esto era solo el comienzo de una vida nueva, o de un sueño interminable. 

La Isla del Destino © #1 [ COMPLETA ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora