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—¿Así de sencillo?

—Así de sencillo


—¿Cómo pudiste hacer esto, Elleonnor? —apenas estábamos llegando a la puerta—. ¡Estaba preocupada por tí! ¿Cómo sales a media noche como si nada? ¿Por qué no me contestas el celular siquiera? ¿Sabes lo preocupada que estaba?

Ninguno de los cuatro nos movíamos. Seguramente ellos estaban demasiado sorprendidos de ver a mi dulce y tierna mamá actuando de esa maneras tan poco común en ella. Quizás yo era la única que conocía esta faceta suya.

Entendía perfectamente su enojo, y no dejaba de sentirme culpable y estúpida.

Keim intentó decir algo, pero ella lo interrumpió.

—¡Y a ti no quiero escucharte ahora! —Keim quedó muy sorprendido por el regañó, pero no tenía fuerzas para burlarme de él—. ¡Es culpa tuya que haya salido de esa manera!

—No es culpa de Keim... —intenté disculparme, pero ella también me cortó.

—¡Ni siquiera quiero escuchar que digas algo! —gritó otra vez, y sabía que, más que enfadada, estaba dolida,  soportando para no echarse a llorar—. ¡Sólo ve adentro, y no quiero ver tu cara hasta que...!

Mientras ella gritaba, Keim subió los escalones que nos separaban y alargó su brazo, tocando sorpresivamente la frente de mamá.

Mamá lo miró desconcertada antes de quedarse en blanco y caer hacia atrás, sin conciencia. Keim logró atraparla antes de que se golpeara con el marco de la puerta y la arrastró hacia dentro de la casa.

No me moví, sorprendida y aturdida por la situación, y Ether sólo seguía sosteniendo una compresa contra un moretón de su pómulo, con su expresión idéntica a la mía.

—¿Quién quiere comer algo? —preguntó Jaco, para aligerar el ambiente.

Sentía toda la amargura que podía sentir alguien en una sola noche. Pero también tenía hambre.

Acompañé a los chicos dentro de la casa y cerré la puerta. Cuando miré al frente me llevé otra sorpresa.

—Sólo te pedí una puta cosa, Keim, ¿me entiendes? Te dije claramente que dejaras en paz a mi muñeca y mira en lo que terminó todo.

No me esperaba ver a Grace allí, sentado sobre la mesa y discutiendo hasta por los codos.

—Es que, ¿qué mierda piensas que soy? ¿Batman? ¿Crees que puedo comprarme un coche nuevo cada semana sólo porqué a ti te da la maldita gana de destruirlos? Que si puedo, pero, ¿sabés la pereza que me da? ¡Claro que no, porque tú nunca piensas en mí!

Keim recostaba a mamá en el sofá en ese momento, y nos dirigio una mirada de auxilio.

Ether se inclinó hacía mi.

—¿Y este quién es?

—Otro amigo raro de Keim.

—Es guapo.

—Lo sé.

Seguí escuchando a Grace.

—Y por supuesto yo tengo que perdonarte a ti, ¿no? Porque tú nunca puedes decirme Lo siento Grace, no quise destruir a tu muñeca por tercera vez en lo que resta de año, perdóname, ¿acaso es muy difícil decirlo?

—Grace, ya cállate —le suplicó Jaco, yendo hacia la cocina—. ¿Te quedas a comer?

—¿Qué es?

—Mmm, veamos. Arroz frito.

—Me quedo. Y como te decía, Keim —se volvió hacia nosotras, desconcertado y guardando silencio—. Lo siento, lindas, no las vi —echó sus lentes de sol hacia atrás, recorriendo a Ether lentamente con la mirada y sonriendo coquetamente—. ¿Qué tal?

𝐴́𝑛𝑔𝑒𝑙𝑒𝑠 𝐺𝑢𝑎𝑟𝑑𝑖𝑎𝑛𝑒𝑠 [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora