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"Hay mucha gente mala y enferma"

Corrí como si mi vida dependiera de ello, que de cierto modo así era, porque Keim me pisaba los talones y gritaba amenazas y groserías que me forzaban a ir más rápido si era posible.

Correr en medio del bosque, por la noche, con un lunático siguiendome, no había sido mi plan para mis pequeñas vacaciones esa semana. De vez en cuando gustaba de tener veladas nocturnas y caminar en medio del bosque como Blancanieves, pero esa situación no se asemejaba en lo absoluto.

Me internaba en un hueco cada vez más oscuro que el anterior, intentando perder a Keim entre pinos y pinos, perdiéndome a mi misma como idiota, y dejando de escuchar sus pasos y su voz a los pocos minutos.

Me detuve, respirando agitada y sudando frío, mirando alrededor todo aquél desconocido lugar. Me volví a un lado y al otro, de repente muy asustada y algo temblorosa.

—¿Keim?

Miré entre las sombras, descubriendo que estaba completamente sola. Miré por última vez alrededor y llevé las manos a mis rizos, atando éstos en mi nuca para no cubrir mi visión.

Comencé otra vez a caminar entré los árboles, sin dejar de estar alerta alrededor, y cojeando un poco por mis calcetines de algodón húmedos por un pantano que tuve que cruzar corriendo minutos antes.

Tenía frío y estaba cansada por culpa de Keim, y ahora también estaba perdida, aunque eso no importaba mucho si tenía en cuenta que había ido hasta allí para morir en primer lugar.

Miré entre los árboles y mi cuerpo se paralizó al ver una figura oscura moverse en las sombras. Un demonio. Lo miré atentamente mientras se acercaba, y caminé hacia atrás hasta que mi espalda se pegó a un tronco.

Vi al demonio formarse más en la oscuridad hasta que estuvo completo frente a mí. Se alzó, como si olfateara el aire y se detuvo un segundo con su cuerpo en mi dirección.

Honestamente, había dejado de temerles hace mucho, así que tomé una bocanada de aire y pasé a su lado, adentrándome en el bosque e ignorandolo. El demonio no me siguió, pero tampoco fue el único que me encontré en el camino.

Mientras más avanzaba más demonios encontraba en el camino, y parecía que mis pies me llevaban por su cuenta, sin dejarme descansar aún cuando mi cerebro me lo exigía.

.

Debían ser casi las dos de la madrugada, casi media hora desde que perdí a Keim, y mis pies finalmente decidieron que era hora de detenerme.

Obviamente, el lugar era desconocido para mi.

Incliné un poco mi cabeza y pude ver un claro entre los árboles, un lago oscuro y, mucho más adelante, una cabaña diminuta y con aspecto de no haber sido habitada en años.

Miré por última vez a mis espaldas, comprobando que nadie me hubiese seguido, y fije mi vista en la cabaña para dirigirme hacia ella.

Para ese momento no me importaba lo que me pasara, ya había asimilado la idea de mi muerte, el camino que estaba recorriendo era, según esperaba, el camino directo a ella.

Entré al claro, mirando alrededor con curiosidad. Era sólo un espacio vacío, lleno de pantano y algunas plantas, el lago estaba igual. Sólo una masa de pantano y plantas flotando en el agua sucia, y, al otro lado de éste, más bosque.

La cabaña estaba junto al lago, y me dirigí directo hacia ella, notando una camioneta roja y sin cauchos ni ventanas, hundida en la tierra.

Subí las escaleras al porche, escuchando la madera podrida crujir bajo los pies, y miré la puerta y por las ventanas para comprobar que estuviese deshabitada.

𝐴́𝑛𝑔𝑒𝑙𝑒𝑠 𝐺𝑢𝑎𝑟𝑑𝑖𝑎𝑛𝑒𝑠 [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora