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Los días normales dejaron de ser normales


El sábado en la noche había sido raro en todo sentido.

Un psiquiátrico incendiándose, demonios y ángeles enloquecidos, tres ángeles comiendo arroz frito en mi sala y Keim sin camiseta (esa había sido la mejor parte).

Por un segundo -uno muy largo- no podía creer que las cosas raras se acabarían por un tiempo, que podría continuar estudiando tranquilamente y concentrarme en los exámenes, y que podría dejar de pensar en Keim y separarme de él por un tiempo, pero, como siempre, yo estaba equivocada, porque todo resultó extrañamente bien, natural y sin coches locos intentando arrollarme, pero por eso no podía dejar de pensar en que aquél dicho; Después de la tormenta viene la calma era falso.

Después de la tormenta venían los huracanes (no era meteorológicamente cierto, pero en mi caso todo era válido).

El domingo fue del todo normal, excepto claro por mamá, que despertó risueña y haciendo desayuno y sin recordar que me había escapado en medio de la noche y que estaba a punto de matarme.

—Ya le caigo bien a mami otra vez —se burló Keim, cuando ella le sirvió una montaña de panqueques.

Mientras desayunábamos en el sofá vimos las noticias, pero dijeron muy poco sobre el psiquiátrico.

No me dolía en lo absoluto que el edificio se hubiese venido abajo: así tendría una escusa perfecta con mamá para no ir nunca más con el doctor Marsh, por lo menos, hasta que terminasen con las nuevas reparaciones, pero seguramente mamá no me dejaría volver nunca más, y tendría tanto pánico a ese lugar como el que le tenía a la feria.

Las próximas semanas empezaron bastante tranquilas, también, aunque yo no dejaba de vigilar por debajo de las piedras, preguntándome que había pasado con quiénes me seguían y actuando un poco paranoica con todo, aunque estuviese en compañía de Keim, que normalmente me llevaba y traía de la escuela (y claro que mamá estaba encantada con ello).

No podía decir que había alguien en la escuela que no supiese que el chico raro y guapo y la chica pelirroja que trabajaba en una cafetería eran novios, porque él siempre estaba pegado a mi, o intentando tomarme la mano por más de dos minuto, aunque yo intentase huir de clase en clase.

Lo poco bueno que encontré esa semana sobre Keim fue que me ayudó en clases con materias que no entendía, lo que me hacia llevarme felicitaciones de los profesores y de mamá. Si seguía tan bien en los trabajos finales ya no tendría que preocuparme por mis notas para la universidad, aunque aún faltase mucho para eso.

Y entonces pasaron cuatro semanas, tan rápidas como un parpadeo, y un viernes en la noche yo ya podía estar tranquila acerca de los demonios, y Jaco y Keim no hablaban nada acerca de ello, así que podría decir que todo había vuelto a ser medianamente normal otra vez.

Incluso con Ether.

—Estoy saliendo con alguien.

Me sonrei.

—Que sorpresa —dije con burla.

Me miró con reproche desde el espejo, donde seguía probándose mis pijamas para poder dormirse. Si ella no dormía con un pijama que la hiciese ver sexi, no era Ether.

—Me he sentido castrada por semanas —me explicó, quitándose el short de pijama para probarse otro—, cuando un chico me invitaba a salir o me llamaba al teléfono no podía evitar pensar si no era mitad pulpo o un bicho raro de esos. Estoy superando una grave fobia a los chicos justo ahora.

𝐴́𝑛𝑔𝑒𝑙𝑒𝑠 𝐺𝑢𝑎𝑟𝑑𝑖𝑎𝑛𝑒𝑠 [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora