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"Manías desagradables"

Desde lo que nos ocurrió a mi y a Ether, me había descubierto yo misma manías desagradables.

Despertaba por las noches completamente ansiosa y desesperada por algo que no entendía, y aveces no dormía, llorando para calmarme. No podía dormir con las luces apagadas y la puerta cerrada por el pánico a quedarme sola en la habitación, así que mamá prometió cuidarme, pero también me daba pánico dormir con ella, así que optamos por dejar abierta la puerta. Sabia que ella no dormía para cuidarme de un ataque de panico, los cuales eran muy seguidos a todas horas de la madrugada y aveces en la tarde cuando me encontraba sola en la calle.

De un momento a otro empecé a cortarme. Al principio, sobre la ropa, con miedo a herirme como me hirieron. Me empezó a resultar relajante, casi como una droga, y dormía mucho mejor con eso, por más horas de las que me resultaban comunes.

Luego fue algo más profundo que eso. No podía dormir sin repetir esa maldita rutina, hasta que necesité algo más, sólo que no quería que mamá me descubriera. Empecé a cerrar finalmente la puerta y a apagar la luz, y a escurrir un cuchillo de cocina a la habitación. Comencé a dormir muchas más horas después de eso.

Sólo que no estaba mejorando para nada, porque seguía de mal humor, cansada y sin probar bocado por días.

Así que todo fue evolucionando, porque de algún modo creía que si llegaba más profundo en mi exploración iba a mejorar. Comencé a cerrar con seguro la puerta, segura de que tardaría para limpiar la sangre o quitar las sábanas sucias.

Cuando me atreví a contarle esto al doctor Wrets -con su promesa de no decirle nada a mamá- él me recetó pastillas para dormir y antidepresivos, con la estricta supervisión de mamá para tomarlos sin falta. No podía salvarme de las pastillas para dormir, porque al pasarlas con agua me quedaba dormida, pero los antidepresivos pude eludirlos, haciéndome vomitar.

De un momento a otro las pastillas para dormir dejaron de hacer efecto inmediato, y tenía unas horas de ansiedad desde que mamá salía de la habitación hasta las doce de la noche, que era cuando normalmente me dormía hasta la mañana para ir a la escuela.

Seguí cortándome cuando las pastillas dejaron de hacer efecto durante la noche y me hacían caer rendida durante las horas de clase o el almuerzo.

Yo estaba enferma, de todas las formas posibles, muerta desde cualquier punto de vista. Sabía que lo que hacía estaba mal y aún así seguía, hasta que pude hacerme pasar por una adolescente completamente sana. Fingía tomar mis pastillas cuando mamá pensó que podría ingerirlas sin su supervisión, comía mi desayuno y tomaba el dinero que mamá me daba con la confianza de que lo usaría para comer algo en el almuerzo, y actuaba animada el resto del día. Hacia deportes para que creyeran que mis constantes cambios de peso se debían a eso, cuando en realidad era causado por mis dietas irregulares, mis vómitos, las cinco pastillas seguidas que tomaba para matarme y uno que otro atracón de ansiedad que me daba por las noches, cuando no podía dejar de comer ansiosamente, para después vomitar y volver desde el principio.

Por supuesto, sentía remordimiento, y era esa otra razón para llorar durante horas.

Antes de que Keim apareciera en mi vida yo estaba mejorando de cierto modo. Comía sin la necesidad de querer ir a vomitar todo luego, me hacía con medicinas para la jaqueca en la farmacia cerca de la escuela y los deportes y exámenes me entretenían para no pensar en seguir cortándome, incluso dejé de ver al doctor Wrets, porque enserio estaba mejor, creía no necesitarlo.

𝐴́𝑛𝑔𝑒𝑙𝑒𝑠 𝐺𝑢𝑎𝑟𝑑𝑖𝑎𝑛𝑒𝑠 [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora