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Ira y sangre

Doblé y doblé entre árboles y busqué con desesperación un camino que me indicara que estaba cerca de casa, y lo suficientemente lejos de esa maldita cabaña.

Pronto dejé de molestarme en mirar alrededor; el bosque era igual en todas partes, y no importaba cuanto lo intentara, podría estar corriendo en círculos y nunca acabaría de darme cuenta.

Cuando consideré que estaba lo suficientemente lejos, me detuve a descansar, respirando con dificultad y con mis piernas ardiendo de dolor. La pierna que hasta hace poco había librado del yeso empezó a doler desde el hueso, y no pude detener las lagrimas otra vez.

No sabía qué hora podía ser ya, pero noté que empezaba a aclarar sobre la copa de los árboles. Me mantuve en ese lugar, pensando en la escusa que pondría a mamá si lograba salir de esa y notaba mis nuevos golpes. Ether también se preocuparía, pero a ella no podía mentirle.

Debía disculparme con Keim también, por no hacerle caso y meterme como tonta al bosque.

—¡Boo!

Salté de mi lugar, y, cuando iba a gritar, una mano cubrió mi boca y otra tiró de mi cintura, haciéndome chocar con un cuerpo que me arrastró.

Por un momento el miedo me golpeó tan fuerte que quise patalear para liberarme, pero la voz de Keim me tranquilizó un poco.

—Shh, has silencio, sígueme.

Estaba aún tan afectada por el comportamiento de toda esa gente que, a pesar de saber que ahora estaba segura, mi corazón no me permitió tomar un respiro adecuado aún cuando Keim me liberó, ocultandonos tras un árbol.

Sentía que iba a darme un ataque, y jadeaba tan fuerte que Keim volvió a cubrirme la boca, pegándose a mi para ocultarse. Tras el árbol, escuché pasos sobre la tierra y el pantano, que no tardaron demasiado en desaparecer.

Keim se alejó, mirándome con el ceño fruncido.

—¿Qué te pasa?

Yo seguía temblando, jadeando y sujetando mi cuello y mi pecho por el dolor de la respiración. Nunca me había sentido tan asustada y desesperada, y me asusté más al pensar que la falta de respiración me mataría.

—N-no sé... —jadeé, sintiendo las lágrimas atacarse en mi garganta—. M-me duele... No puedo... R-respirar.

Todo el enojo abandonó su rostro.

—Es un ataque de pánico —advirtió—. Agachate y mete la cabeza entre las piernas, intenta controlar tu respiración.

Me agaché, cubriendo mi cabeza como indicó, y él se agachó a mi lado. Tomó mi cabeza entre sus manos y la apoyó en su pecho. Sentí caricias suaves en mi nuca, y sólo entonces, cuando su paz me invadió, busqué regular mi respiración.

Tomé varias bocanadas de aire hasta que pude controlarlo, cerré los ojos contra su pecho y volví a tomar aire. Los temblores me abandonaron poco a poco y mis manos soltaron mi cuello y pecho.

Keim me abrazó, acariciando mi espalda, y casi quise dormirme allí, pero, una vez más, no pude evitar llorar, hipando y temblado otra vez.

𝐴́𝑛𝑔𝑒𝑙𝑒𝑠 𝐺𝑢𝑎𝑟𝑑𝑖𝑎𝑛𝑒𝑠 [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora