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Eran incluso peor que el caos


—Hey, ya son las doce, ¿quieres ser mi novia?

Había perdido la noción del tiempo. Estaba sentada en la rama del árbol junto a mi ventana, mirando mis piernas balancearse con la neblina fría de la media noche.

Tal como había decidido, me tomé mi tiempo en la ducha, así que ya no tenia que temer por una herida infectada.

Sentí a Keim sentarse a mi lado.

—No lo sé —respondí a modo de broma, alzando mis hombros—. Es que no te conozco.

Keim levantó sus cejas con incredulidad. Pensó un segundo y luego volvió a mirarme.

—Mucho gusto —alargó su mano hacia mi—, soy Keim Blace y quería conocerte —una enorme y pícara sonrisa se extendió por sus labios—. He estado observándote —ladeó su cabeza ligeramente hacia mi habitación (hacía la posible cámara en mi habitación)—. Oh, y estudiamos juntos, también. Y no pude evitar acercarme porque te me haces muy interesante, y estaba pensando, ¿quisieras tener una cita conmigo?

No podía dejar de sonreír aunque lo intentase, y él, mirándome fijamente, imitaba mi sonrisa.

—Una cita estaría bien, ¿cuando?

—Ahora mismo, obviamente, porque un pajarito me contó que tienes insomnio y, que casualidad —volvió a sonreír, mucho más ampliamente—, yo igual.

Mordí mi labio inferior para contener una risa y asentí.

—¿Y eso es para nuestra cita? —señalé sus manos, la comida que acababa de notar que traía—. ¿Compraste eso?

Keim me pasó una taza y le quitó la tapa, liberando el delicioso olor.

—Es arroz frito recalentado, lo preparó la mamá de mi ex.

—Ah, las sobras de tu ex, que romántico.

Se encogió de hombros.

—Así soy yo; todo un romántico. Toma una cuchara.

La tomé, notando como Keim cruzaba tranquilamente sus piernas sobre la rama, como si no estuviese sentado a metros sobre el suelo.

—Y entonces —tomé algo de comida y probé, recibiendo calor en mi estómago—, ¿algo interesante que quieras contarme?

—Mmm, veamos —fingió pensar, muy tranquilo—. Puede que no sea humano, pero es un detalle insignificante.

—¿No eres humano? —lo miré, fingiendo incredulidad—. Eso es imposible.

—Oye, tengo alas y todo.

Alejé la cuchara de mi boca, sin tener que fingir sorpresa; no había pensado nunca en las alas.

—Imposible.

—Te lo puedo jurar —aseguró.

—¿Y puedo verlas?

Hizo un gesto de asentimiento, y luego de pensarlo, negó.

—No lo sé, ¿eres un ángel?

—No, pero mi padre puede que lo sea.

—Supongo que podría hacer el intento de mostrarte.

Dejé la comida a un lado sobre la gruesa rama, imitándolo.

—Voy a quitarme la camiseta, intenta no desmayarte —advirtió, con sonrisa pícara y mirada coqueta.

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír.

𝐴́𝑛𝑔𝑒𝑙𝑒𝑠 𝐺𝑢𝑎𝑟𝑑𝑖𝑎𝑛𝑒𝑠 [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora