Capitulo 4 EL CASTIGO.

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El hombre ni siquiera contestó, se limitó a colgar. Alma se sintió entonces sola, sola ante un desconocido, que probablemente la estaba mirando, vigilando. Se levantó del sofá, le temblaban las piernas. Se acercó a la ventana y observó, la pareja de novios había desaparecido ya de su vista, y no se veía a nadie más, buscó en la ventana que tenía justo enfrente pero no pudo ver nada fuera de lo normal, sólo cortinas echadas y oscuridad. Se dirigió al baño y se introdujo en la ducha, lo mejor era eso, pensó, ducharse y tratar de no pensar demasiado en su misterioso amante. Aunque le resultaba difícil, ya que al quitarse el masturbador pensó en él, y luego, mientras se frotaba con la esponja por todo el cuerpo y sobretodo el sexo, y cuando salió de la ducha y se secó, y volvió a ponerse el masturbador, no dejó de pensar en todos los momentos de placer que le había dado y sobretodo en quien sería, quizás Ricardo, su compañero de mesa; pensó, porque era uno de los pocos que sabía perfectamente donde vivía y que podría haber alquilado un piso justo enfrente del suyo, ya que era soltero y no tenía que dar explicaciones a nadie. Sí, quizás fuera él, aunque su carácter, no, inmediatamente pensó que no podía ser. Aquel hombre que la controlaba que la tenía en sus manos y la había convertido en su juguete y hacía con ella lo que quería era un hombre de carácter fuerte, con un gran dominio de sí mismo y que sabía muy bien como tratarla, como conseguir que hiciera lo que él quería sólo con sus palabras, así que Ricardo no podía ser, pensó Alma. Su misterioso amante era ahora su dueño y señor, dueño de sus deseos, dueño de su placer, dueño de sus actos...Inmersa en esos pensamientos se metió en la cama y aunque le costó, finalmente pudo conciliar el sueño.

Cuando despertó estaba atada, con los brazos y las piernas extendidos formando una equis y los ojos vendados, se revolvió asustada.

- Tranquila, no pasa nada, estoy aquí – dijo con voz susurrante su misterioso amante en su oído.

Alma se quedó quieta entonces, pero inmediatamente una pregunta le surgió. ¿Cómo había entrado? Estaba segura que antes de meterse en la cama había comprobado que la puerta estuviera bien cerrada y antes de que pudiera preguntar su amante le dijo:

- Cogí tu llave de repuesto el otro dia – parecía que hubiera adivinado lo que pensaba – Bueno, ya te dije que tendrías un castigo, así que aquí estoy.

Alma sintió que algo se movía sobre su cuerpo, una especie de tira de un material semiduro, quizás piel, pensó o cuero. Sintió como la tira descendía por su cuerpo y lo abandonaba y finalmente como esta caía sobre sus senos haciéndola gritar por el dolor que el fuerte golpe le causó.

- No grites – le ordenó su amante – no quiero escuchar ni un solo grito de dolor. Este es tu castigo y lo soportarás estoicamente.

Alma hizo lo posible por acallar los siguientes gritos de dolor, mientras los golpes caían sobre sus sensibles senos uno tras otro. Repentinamente los azotes pararon y tras unos segundos de espera Alma sintió los dedos de su amante rozando sus labios vaginales, parecía estar embadurnando su sexo con algo, alguna crema que la quemaba, que hacía que sus labios vaginales ardieran. Luego sintió algo introduciéndose dentro de ella, algo que también ardía y que hacía que su vagina ardiera, era un vibrador, probablemente embadurnado con la crema. Alma trató de aguantar aquel ardor, mientras su amante le susurraba:

- Hoy aprenderás que sólo yo controlo tu placer, tu deseo, tu orgasmo, ¿entiendes? Sólo yo, nadie más, ni siquiera tú.

Tras esas palabras el vibrador empezó a funcionar y Alma se estremeció; era extraña la sensación de ardor y placer que sentía, extraña pero también agradable y de nuevo, cuando su orgasmo empezaba a nacer su amante detuvo la vibración del aparato. Alma se sintió frustrada. Luego lo sacó, colocó un cojín, bajo los riñones de la chica, de modo que su culo y su sexo quedarán un tanto elevados. Durante unos segundos Alma sintió que él se movía por la habitación, la espera se le hizo eterna, pero enseguida volvió a sentir sus manos sobre su cuerpo. El hombre acarició el vientre de la muchacha, luego sus senos, tersos, suaves, excitados y finalmente Alma sintió que algo oprimía sus pezones, algo que le hacía daño. Su amante le había colocado una pinza de ropa sobre cada uno de ellos. Alma gimoteó dolorida. Tras eso, las manos de él descendieron hasta el sexo de ella, lo acarició y de nuevo, tras las caricias, Alma sintió un pinzamiento en sus labios vaginales, primero sobre el izquierdo y luego sobre el derecho. A continuación, el hombre murmuró:

EL AMANTE MISTERIOSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora