Capítulo 24: ¿Buena Mañana?

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Un par de leves golpes aporrean la puerta para intentar despertarnos, cosa que conmigo sucede, pero no con Ricky, quien sigue durmiendo como un perezoso, o como un oso hibernando. No quiero separarme de sus brazos, no quiero levantarme, pero debo hacerlo si quiero saber quién está al otro lado de la puerta.

A duras penas consigo deshacerme de su abrazo y, cuando me levanto de la cama, susurra algo que me hace gracia.

—No te vayas, Math osito... Eres blandito —y aprieta la almohada.

Estoy a punto de reírme a carcajadas por lo gracioso y lindo que parecía, pero me aguanto cuanto puedo.

Me acerco a la puerta y la abro lentamente para ver que quien está detrás es el mismísimo Farren, quien viene a decir que el desayuno está listo.

—Vale, gracias. Ahora vamos —le respondo con una sonrisa.

—¿Aún sigue durmiendo? Son las diez de la mañana.

—¿Quién sigue durmiendo? —la cabeza de Jennifer aparece de la nada y mira hacia dentro—. Esto lo arreglo yo muy rápido.

Se crea paso entre los dos y camina directa al bello durmiente, quien babea en la almohada. Dios, muero de ternura.

La rubia le zarandea y grita como si fuera un monstruo gigante.

—¡Ricky! ¡Levanta, perezoso! ¡Un ladrón se ha llevado a Marth, a tu uke!

—¡¿Qué?! —se levanta con los ojos muy abiertos por el susto que le acaba de gritar—. ¡¿Dónde está Marth?!

—Tranquilo, solo quería que te despertaras. Tu príncipe está aquí mismo.

Me mira y le saludo un poco avergonzado de que le hayan asustado.

Suspira.

—Si querías despertarme solo tenías que moverme y gritar mi nombre.

—Y aun así no sería suficiente. Vamos, que el desayuno está listo y se enfría.

Se levanta de una vez y, cuando Farren y Jennifer se van de la habitación, el recién asustado me detiene y me abraza por la espalda mientras me susurra algo.

—¿Qué tal has dormido? —su aliento en mi oreja me hace cosquillas a la vez que me crea un escalofrío.

—Como un bebé —apoyo mi mano sobre las suyas que están juntas en mi abdomen.

—Pues ya sabes, si quieres dormir más veces así, solo tienes que llamarme. ¿De acuerdo?

—Muy claro, capitán.

—Venga —me suelta, doy un paso adelante y me da una cachetada en la nalga derecha—, a desayunar.

Con ganas de darle yo también, me esquiva con facilidad. Necesito pillarle desprevenido.

Llegamos al salón y por el ruido de la calle entiendo que sigue lloviendo a cántaros. Vemos a los dos que se odian ya sentados en la mesa. Farren está intentando pasear su mano por la pierna de mi amiga, pero no lo consigue, ya que ella lo aparta.

—Misión imposible, querido Farren —me mira y con una seña me lo indica todo—. Vosotros dos, sentaos a mis lados, por favor.

Quitamos a Farren de su lado y hacemos que se siente delante de ella. Ya no puede acercar su mano sin que nos enteremos, y si ella se entera le clava el cuchillo de la mantequilla. Un poco difícil pero con ella es posible.

Desayunamos con tranquilidad todo lo que hay en la mesa, que no es poco. Un desayuno completo como tienen los ricos, y me sorprende que Farren tenga todo esto en casa.

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