Los vagabundos rayos del sol entran por las pequeñas aberturas que tiene la cortina semiabierta, así ocasionando que despierte de mi sueño y me mueva en la cama. Todavía soñolienta, abro lentamente los ojos y los tallos con suavidad mientras un bostezo sale de mi boca, me siento para luego apoyarme del respaldar de la cama.
Observo la habitación con determinación; frente a mí se encuentra un largo y espacioso tocador de madera blanca con molduras doradas alrededor del espejo y en los gabinetes, a su lado hay una simple puerta blanca, la cual esta cerrada. En la esquina del lado izquierdo de la habitación, se encuentra una pequeña mesa redonda de cristal adornada en el centro con rosas rojas y dos modernos muebles beige a su alrededor, y en la esquina del lado derecho hay dos amplios ventanales con ligeras cortinas doradas. Un candelabro de cristal adorna todo el centro del techo, las paredes son de un tono pastel y el piso esta tapizado con una moqueta blanca. A cada lado de la cama en la que me encuentro hay una mesa de luz, igualmente adornada con rosas rojas.
Me levanto de la cómoda cama, pongo mis pies desnudos sobre la moqueta y camino hasta el ventanal para luego abrir por completo las cortinas y así dejar entrar la cantidad necesaria de luz natural a la habitación.
Observo como el castillo esta rodeado por bosques y montañas cubiertas de nieve.
Escucho como tocan dos veces la puerta de la habitación. Me volteo y camino hasta el borde de la cama para tomar la bata de dormir y ponermela encima de la pijama.
—Pígaine [1].— digo en griego.
La puerta se abre y entra una mujer vestida con el uniforme real.
—Kaliméra, prinkípissa [2].— hace una reverencia —Oi ypóloipoi sas periménoun stin trapezaría gia proinó [3].— dice la empleada.
—Eínai oraía, amésos [4].— ella asiente y se retira.
Camino hasta el baño, que es la puerta que se encuentra del lado derecho de la mesa de luz, para luego quitarme la pijama y darme una corta ducha.
Lista, salgo del baño y busco mi equipaje; saco mi ropa interior, un ligero vestido corto de tirantes de un verde menta y unas bailarinas negras. Al ponerme todo, voy directo al tocador para peinar mi cabello, el cual recojo en una coleta alta. Tomo mi cartera del lugar de donde la deje en la madrugada y saco dentro de ella mi celular, para luego salir de la habitación.
Recorro el largo pasillo que dirige hacia las escaleras, mientras observo las paredes que están cubiertas por grandes y pintorescos cuadros, pero solo uno llama mi atención, el cual tiene retratado a una niña de hermosos ojos verdes en los brazos de una mujer con una belleza de otro mundo, y ambas están bajo una enorme luna de sangre y siendo rodeadas de lobos de grandes tamaños.
Mi atención es interrumpida al percibir fuertes ruidos provenientes de la planta baja, así que dejo de mirar la pintura y retomo el camino a las escaleras para luego bajarlas una a una. Al llegar al último escalón, me detengo en seco al recordar que no conozco ningún lado de este castillo.
Pero seguiré mi instinto lobuno: cruzo el umbral de la derecha, traspaso una estancia completa y llego a una puerta, la abro y veo que es el comedor; todos se encuentran sentados y conversando. Entro y todos giran sus rostros hacia mí.
—Buenos días.— digo y sonrío.
—Buenos días.— responden todos al unísono.
Me acerco a mis abuelos y le deposito a cada uno un beso en sus mejillas, luego hago lo mismo con mi madre y los gemelos, y estos últimos ruedan los ojos.
—¿Como has dormido, querida?— pregunta mi abuela mientras me ve caminando a la silla que está a un lado de ella.
—Cómoda.— respondo y me siento —Creo haber recuperado las energías que perdí en el viaje.
ESTÁS LEYENDO
La Princesa de los Lobos.
Lupi mannariAmanda Blake tiene dos semanas de haber cumplido su mayoría de edad y un secreto le fué revelado ese mismo día, al fin la verdad relució. Ella no tiene ni idea del mundo que la rodea. Ahora tendrá una perspectiva muy diferente de ver el lugar en don...