Capítulo 3- Recuerdos.

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Dos semanas antes.
30 de noviembre.

Me sigo arreglando para la cena que tendré por mi cumpleaños dieciocho, ya que las fiestas extravagantes no es lo mío.

He ondulado las puntas de mi cabello y ahora sólo falta maquillarme así que tomo el corrector y lo aplico encima de mis ojeras, las cuales sean formado por el mal sueño que tuve en la noche, luego aplico sombra dorada sobre mis párpados, delineo un poco con lápiz negro y aplico máscara para pestañas, por último me pinto los labios de rojo.

Lista, me levanto del asiento y voy al armario para buscar un vestido para ponerme pero al cabo de unos quince minutos no decido por cual elegir, así que me pongo a dar vueltas mientras refunfuño histérica sin saber qué hacer.

Escucho que tocan la puerta.

—Adelante.— digo mientras me ato la bata y me siento en la cama.

Veo como madre entra y en sus manos trae dos cajas blancas con moños dorados, cierra la puerta detrás de ella y se sienta a mi lado.

—¿Por qué aún no te has vestido?— pregunta —Dentro de poco llegaran tus amigos y tus abuelos.

—Lo sé, sólo que... tengo la sensación de que algo saldrá mal.— resoplo y me encojo de hombros —Además, no sé qué vestido ponerme.

Mamá sonríe y acaricia mi cabello.

—No tienes de qué preocuparte, tengo todo organizado.— sonríe —Y sobre el vestido te tengo la solución.— habla emocionada y río —Sabía que no ibas a poder elegir entre esos vestidos que tienes en tu armario y por eso compré uno perfecto para que usarás el día de hoy.— me entrega la caja más grande junto con la más pequeña —Estos son unos de los tantos regalos que te tengo a ti está noche.— me abraza y me da un tierno beso en la mejilla —Feliz cumpleaños, hija.

—Gracias, mamá.— sonrío.

—Te dejare para que te cambies.

Se levanta de la cama y se va de mi habitación.

Observo las dos cajas y le deshago el moño a la más grande, y en su interior lo que contiene me deja maravillada y con la boca abierta. De inmediato me quito la bata para ponerme el vestido y al terminar de subir el cierre, me acerco a mi espejo para verme mejor; el vestido es blanco y encaja perfecto en mi cuerpo, me queda un poco más abajo de las rodillas y está cubierto de encaje en las mangas y en la espalda.

Regreso a la cama y deshago el moño de la caja pequeña y adentro hay unos par de tacones de correa color crema y con suma delicadeza me los calzo.

Por último me aplico perfume.

Tocan la puerta.

—Adelante.— y veo entrar a María.

—Señorita, sus abuelos han llegado y la esperan abajo con algunos de sus amigos.

—De acuerdo, enseguida bajo.— ella se da la vuelta pero antes de que salga de la habitación, la detengo —María, ¿cómo me veo?— le pregunto y giro.

Ella sonríe y me mira con dulzura.

—Como toda una princesa.— al decir eso, un nudo se forma en mi estómago y le sonrío devuelta —Con su permiso, me retiraré.— asiento y ella antes de salir, se detiene —Feliz cumpleaños, mi niña.— dice tímida y se retira de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella.

—Gracias, nana.— susurro.

Agarro mi celular de la mesa de noche y salgo de la habitación, camino hacia las escaleras de caracol y mientras las voy bajando escucho varias risas que zumban en mis oídos y me aturde. Me detengo en seco cuando de la nada un fuerte dolor de cabeza me ataca como miles de agujas pinchando. Me agarro del pasamanos para no caer rodando al último escalón.

La Princesa de los Lobos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora