Nueva Orleans, Luisiana. 1932.
... Dos meses después ...Alastor siempre había resultado un enigma para las personas, o quizás para toda la sociedad.
En primer lugar, tenía calculado estrictamente sus tiempos para comenzar el día. Le tomaba alrededor de veinticinco minutos exactos bañarse y vestirse, diez minutos en desayunar y ponerle llave a la puerta del sótano, del pequeño patio trasero y la puerta principal de su hogar, y veinte minutos para caminar y dirigirse a la estación de tranvía, que llegaba puntualmente a las siete de la mañana, y le tomaba al menos una media hora en llevarlo hacia el centro de la ciudad, y otros quince minutos en pie para dirigirse a la estación de radio.
Cerca de las ocho de la mañana, el corazón de Nueva Orleans cobraba vida.
El cielo estaba cubierto por una maraña de nubes blancas e infladas, como encaje fino. Hoy el ambiente andaba muy movido y ruidoso, -como todos los días-, el mercado y los comercios estaban más que abiertos, invitando tanto a habitantes como extranjeros a comer o comprar sus productos. Ganado, vendedores ambulantes, los concurrentes automóviles y demás tranvías se movían de un lado para otro. Alastor cruzó la calle en sus zapatos de cuero con punta redondeada, bien pulidos y brillantes. Portaba un discreto pero bien cuidado traje de sastre, saco largo y chaleco de color granate y café, camisa blanca, pantalones planchados de vestir y, extrañamente, guantes de cuero negros. Esa gama de colores se mezclaba tan bien con su piel morena y cabello castaño oscuro, el cual había sido peinado con esmero, aunque algunos mechones se habían negado a ser contenidos, que lo identificaba no como un hombre exclusivamente preocupado por la moda, aunque tampoco del todo bohemio.
Con tranquilos pasos avanzaba por la calle, tarareando una canción popular de la época.
—¡Buen día, mis estimados caballeros! ¡Se nota que tendremos un día maravilloso y hay que aprovecharlo al máximo! —Exclamaba con gran entusiasmo cuando pasaba al lado de cualquier persona bien vestida, inclinando la cabeza con educación y sin dejar de sonreír.
La gente inmediatamente lo saludaba también, contagiados por su buen humor.
—Señoritas, ¡se ven tan exquisitas en esos vestidos que uno las confundiría con un campo de flores! —comentaba con galantería a las jóvenes Omegas y Betas que se reunían en el parque para una fiesta privada o un simple paseo de amigas. Enseguida sus rostros adquirían un ligero color rosa y reían abochornadas, otras estiraban su espalda para verse más altas o parpadeaban lentamente, queriendo verse coquetas, o soltaban suspiros, enamoradas.
A su parecer, aquel que se paseaba con tanta seguridad era un Alfa apuesto, impecable y de buenos modales que todas deseaban que les cortejara o siquiera que les diera un poco más de su atención. No obstante... Eso solamente era un lado de la moneda.
La supuesta perfección también podía ser un engaño. Sin que muchos lo supieran, Alastor también era de lo más excéntrico y quisquilloso, probablemente ambicioso, que se mostraba indiferente con lo que pasaba a sus alrededores; con el rostro siempre adornado por una inmensa sonrisa, en ocasiones, mostrando los dientes si es que ocurría una situación de lo más graciosa. Aquel gesto era para algunos signo de un gran entusiasmo y gozo de la vida, veían a un tipo carismático que no dejaba que la tristeza, enojo o cualquier sentimiento negativo afectara su ya de por sí actitud alegre, aunque si lo veían desde otra perspectiva, resultaba de lo más perturbadora (objetivamente hablando, era terrorífica), ya que incluso, cuando había momentos difíciles que implicaban una actitud seria, él no se veía afectado y sus labios curvados seguían intactos, en casos particulares, soltaba grandes carcajadas.
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BEATIFUL PROBLEMS ➞ APPLERADIO | RADIOAPPLE
Fanfiction( BEAUTIFUL PROBLEMS ¡! ) Alastor E. Haworth lleva una vida que podría considerarse digna y tranquila, aunque muy solitaria. Es un locutor de radio altamente famoso y respetado por la mayoría de los grupos sociales, aunque hay un pequeño detalle; s...