𝐂𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝟏𝟎. bienvenido a ozzie's

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Hombres vestidos con los rigurosos frac negros, acompañados de despampanantes mujeres y Omegas con vestidos brillantes, joyas y maquillaje que podía rozar con la fantasía teatral, se arremolinaban en pequeños grupos en los alrededores de una enorm...

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Hombres vestidos con los rigurosos frac negros, acompañados de despampanantes mujeres y Omegas con vestidos brillantes, joyas y maquillaje que podía rozar con la fantasía teatral, se arremolinaban en pequeños grupos en los alrededores de una enorme mansión, como un inmenso castillo, en lo alto de una colina. Allí iban personas desde el más alto rango, con sus capas negras sobre los trajes, pasando por abogados, actores de teatro y cine, cantantes, payasos, músicos con sus chalecos de colores indistintos; luego estaban los obreros, prostitutas, soldados, ¡marineros! Sin duda, una mezcla de todo. Las rejas de la residencia, con columnas cortas que sostenían un arco en el que predominaba el escudo de armas de la familia, y debajo de éste, forjadas en hierro, se leían las palabras: Ozzie's House.

Fuentes iluminadas bordeaban un camino de entrada repleto de limusinas; multitudes de gente glamorosa subían por las anchas escaleras de mármol. Otra caravana de autos se aproximaba, esquivando y serpenteando como si estuvieran a punto de chocar; un Rolls Royce descapotable atravesaba las rejas, con miembros del consejo político, un Roadster repleto de juerguistas, hillbillies se desviaba hacia el arcén y rugía descaradamente; todos gritaban, maldecían o incluso se peleaban por obtener un buen lugar donde aparcar sus transportes, desesperados por querer entrar. Muchos de ellos ya habían estado en la fiesta de Asmodeus antes. Era esa clase de eventos que uno simplemente no podía ignorar; una excusa perfecta para olvidar la aburrida cotidianidad de la vida y perderse en montones y montones de alcohol, hacer los actos más descarados y censurados por parte de la sociedad, y de paso, los negocios sucios.

Aunque el principal anfitrión ponía en claro los límites, los demás simplemente hacían lo que querían, y en vista de eso, fue que tenía que tener a la mano ambulancias y guardias de seguridad por cada lado. La orquesta y los músicos de jazz ya comenzaban su tocada; el ajetreo por tener listos los últimos detalles; las luces doradas de las candilejas y faroles que adornaban el pasillo de los cipreses hasta el gran domo y todo decorado en orquídeas, magnolias y rosas.

A duras penas, Husk encontró un buen lugar, bien escondido en la parte trasera donde había unas escaleras que debían ser usadas como salida de emergencias, para estacionar el Mercedes y que finalmente salieran. Angel se acomodó el escote del vestido y esponjó un poco más su cabellera rubia, y después se aferró al brazo de su minino, mientras Alastor rectificaba por última vez que su ropa estuviera perfecta. Se dirigieron a la entrada principal, saludando de vez en cuando a otros que pasaban por ahí o ignorándolos con intención.

—¡Husk, más te vale bailar conmigo hasta que se me entumezcan las piernas! —expresaba el Omega a su acompañante, al tiempo que llegaban a las escaleras de mármol.

—Lo haré con gusto... Cuando esté lo suficientemente borracho —respondió Husk.

—¡Ahh, qué cruel eres! Si no fuera por ti, invitaría a la fresita proxeneta para que me sacuda hasta el cansancio —le echó una mirada maliciosa a Alastor—. Pero ya sé que no le gusta que lo toquen a menos que sea para otros fines... —suspiró de forma dramática— Es una lástima que hayas venido solo, todos pensarán que no eres más que un botones o algo por el estilo.

BEATIFUL PROBLEMS ➞ APPLERADIO | RADIOAPPLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora