Capítulo 6.

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—Ryan lo hizo genial, debes admitir eso.— Añadió Natalie, mientras bebía un sorbo de Coca-Cola.

Estábamos en mi habitación, horas después de aquella cena. Luego del incidente verbal entre Mike y Ryan, el primero se marchó, excusándose con que tenía que 'estudiar'. Apenas llevaba un día en la escuela y según él tenía más tarea que media institución junta. Claramente, mi novio falso había derribado sus intentos por humillarme, cosa que le agradecía internamente.
A lo último, mamá se retiró a su habitación, argumentado que aquella fatídica reunión la dejó exhausta. Mi falsa pareja no le agradó, cosa que también agradecía. Su apatía por él podría ser una buena excusa para acabar con la relación y zafarme sin problemas de aquello.
Todo había salido bien, cosa que no esperaba. Normalmente, todo me salía al revés. Hoy, al parecer, era la excepción.

—Lo único extraño es que tu hermano no quiso recibir el dinero.— Le reproché a Natalie. Al acompañarlo a la puerta, él negó cuando traté de pagarle su parte del trato, cosa que no entendía.

Ella se llevó la mano a la barbilla con gesto pensativo—. Tal vez creyó que no era necesario. Créeme, nunca hace nada divertido, tal vez creyó que la noche genial que pasó fue suficiente.

No me lo creí, pero aún así, me quedé callada.





A la mañana siguiente, desperté fastidiada por un sonido rítmicamente estresante. Lo conocía a la perfección, y al parecer, no pararía por un rato.
Me senté en el borde de la cama y me froté los ojos, mirando a la puerta abierta.
Con una aspiradora funcional a toda potencia, mi madre estaba limpiando la alfombra de mi habitación. Tenía puesta una camisa trasparente junto a un sostén rosa, mientras llevaba un pequeño pantalón que parecía más ropa interior que cualquier cosa. Sin ánimos de ofender a mi querida madre, no sabía si estaba limpiando o si iría a bailar en un tubo.

—¡Ya, levántate Robin! Llegarás tarde a la escuela otra vez, como siempre.— Gritó por encima del cuchicheo de la aspiradora. Bufando sonoramente, me encaminé al baño, mientras mi madre empezaba a tararear una de esas horribles baladas de amor de los años 90'.

Cerré la puerta, mientras me recostaba en esta. Moría del hambre y no tenía ganas de ir a la escuela. ¡Maldita sea la persona a la que se le ocurrió crear los centros estudiantiles! Si deseaban diseñar un infierno contenido en cuatro paredes y con adolescentes odiosos y ruidosos, lo han logrado.

Me desvestí y procedí a bañarme, tardando aún más de lo normal. Llegaría tarde y todo el rollo, pero realmente no quería ir. Quería quedarme en casa, comer y ver cualquier estúpido reality que estuvieran pasando en mi precaria televisión, ¿era mucho pedir?

—¡Robin! ¿Acaso te dormiste en la ducha? ¡Sal ya de ahí, maldita sea!— Gritó dulcemente la voz de mi delicada madre. ¿Acaso no es un amor, señores? Claro que lo es.

Un albañil ebrio tendría más clase que ella, ni que lo digan.

Rodando los ojos, salí y me sequé, apresurándome en obedecer a mi madre. Lo último que deseaba esa mañana era que mamá se convirtiera en aquel troll enojado y arrogante que suele ser cuando se enfada; prefiero evitarme las palabras hirientes que suele escupir cuando está así.

Salí de allí y entré a mi cuarto, cerrando la puerta y apurándome.
Me enfundé con dificultad en unas tejanos y me puse una camisa blanca, acompañada de una chaqueta contra el frío. Iba vestida casualmente, lo cual esperaba me dejará fuera de la mira de depredador que poseían mis compañeros.

Tomé mis cosas y salí de allí volando hasta la cocina, gracias al hambre que me atenazaba cada pulgada del estómago.

—Hasta que por fin apareces. Parece que el inodoro te hubiese succionado. Aunque pensándolo bien, ya sabes, no podría ser eso.— Dijo mamá, mientras me daba una bolsa con comida para la escuela. No había que ser un experto para notar que estaba haciendo alusión a mi peso.

Puse la mejor sonrisa displicente que pude—. Que te vaya bien hoy en tu trabajo de arpía con menopausia, mami.

Gracias a nuestra destructiva relación, comentarios de este tipo vienen y van sin consecuencia alguna.

Di media vuelta y salí de allí, tratando de zafarme de su mirada iracunda.






Al llegar al instituto, las clases ya habían empezado y los pasillos permanecían vacíos. Estaba nerviosa, mientras internamente me retorcía de dolor. Me había embutido aquel sándwich que mamá preparó, el cual ahora estaba haciéndome trizas el estómago. Parecía que mis intestinos estaban montando la tercera guerra mundial, rogando a gritos ayuda. Lamentablemente, eso tendría que esperar.

Al llegar al salón 305, golpeé la puerta, esperando una respuesta. El profesor de matemáticas, el señor Callum alías 'horrible apellido' abrió la puerta, mientras me inspeccionaba.

—Llega tarde otra vez, señorita.— Regañó, mientras me miraba.

—Sí, lo lamento.— Dije sin poner mucha atención. Pasé por su lado y me dirigí a la parte trasera del salón, donde Natalie ya me guardaba un asiento.

—Prosigamos.— Dijo él dándome una mirada de reproche y siguiendo con su clase.

Natalie siguió con la lección, mientras yo sacaba mis cosas. De la nada, una punzada en el abdomen volvió a atacarme. ¡Santo Dios! Parecía como si fuera a parir quintillizos.

Chillé en bajo, mientras Natalie me miraba—. ¿Qué pasa?

—Creo que voy a vomitar.— Gracias mamá, por tu sándwich venenoso y buenos deseos.

—Dile a Callum, tal vez puedas escapar de esta cárcel.

—¡Profesor!— Lo llamé apretándome el estómago.

Él dejó de dictar, mientras me miraba exasperado—. ¡Por Dios! ¿Y ahora qué?

—¿Puedo ir al baño?— Pedí mientras todos me miraban.

—Estamos en medio de algo importante, debes esperar.

—Estoy a punto de perder una tripa. No puedo esperar.— Argumenté, ganándome una risita de los demás.

Él frunció el ceño, para luego suspirar.

—No te tardes.

Básicamente escapé corriendo de allí, mientras los demás seguían riéndose. Ustedes se ríen mientras yo escapo, pobres.

Mientras corría al baño, me percataba de que ningún profesor ocioso me pillara deambulando, ya que lo que menos quería era estar en más problemas.

Al entrar en este, me quedé estática. Un olor nauseabundo inundaba el ambiente, mientras yo me negaba a avanzar.
Maldición, parecía que alguien hubiese muerto allí.

De la nada, un sonido conocido hizo presencia: arcadas. Alguien estaba vomitando.
Preocupada, me acerqué a los cubículos, revisándolos silenciosamente. En el último, me encontré una escena sorprendente: Caramelo estaba arrodillada frente al inodoro, introduciendo dos dedos en su garganta.

Estaba impactada, pero más que todo, asustada. Caramelo era una chica conocida en la escuela, su verdadero nombre era Carmen, pero todos la llamaban Caramelo por cariño, o algo así. Era cruel, déspota y malhumorada, una de mis acosadoras personales de casualidad. Ciertamente, una perra con bastante actitud.
Solo que ahora no parecía la Caramelo real; se veía indefensa, asustada y carcomida por el dolor. No la reconocía.

—¿Caramelo?— La llamé, mientras ella se tensionaba.

Al voltear, su cabello, barbilla y boca estaban cubiertos de vómito, mientras sus ojos denotaban sorpresa y miedo.

Realmente estaba en un aprieto.

Fattie © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora