Capítulo 8.

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—No puedo creer que hayas hecho eso. ¡Se supone que la odiamos!— Replicó nuevamente Natalie dando vueltas en mi habitación. Si seguía así, haría un agujero en la alfombra.

Después de que Caramelo me diera el beso de Judas frente a Natalie, ella enloqueció. No me habló por el resto de la jornada, y ahora, en las cuatro paredes de mi habitación, estaba perforándome los oídos con su evidente molestia. Nuestra amistad era peor que una crisis matrimonial.

»—¡Además! ¿Por qué rayos Caramelo querría hablar contigo? Recuerdo que hace menos de tres días invento un montón de idioteces sobre ti. ¿Acaso lo olvidaste? Bueno, te lo recordaré. “No es que seas gorda, sólo coleccionas kilos” dijo cuando pasamos por su lado en el pasillo hace unas mañanas. “Eres tan gorda, que cuando llevas tu vestido a la lavanderia te dicen: No lavamos cortinas.” dijo en la hora del almuerzo, ¡ese mismo día!— Me recordó como si llevara una lista escrita en su cabeza de cada insulto que Caramelo me había soltado. Y ahora, pensándolo bien, Caramelo era mala para insultar. Esos chistes parecían de chiquillos de parvularios—. Ella es peor que la gripe, todos la han tenido. Y aún así se atreve a decir que no es una puta. Pero lo peor de todo es que hables con ella, ¡es absurdo! Llevamos diciendo un montón de tiempo que el cerebro de Caramelo está fundido de tanto semen que ha tragado intencionalmente, ¿y ahora eres su íntima amiga? ¡Es ridículo!— Replicó nuevamente. La exageración y mi amiga fueron separadas al nacer, como lo pueden notar.

Natalie finalmente se calló, mientras yo me masajeaba las sienes. El secreto de Caramelo me estaba revolviendo el estómago por tanto retenerlo, y lo peor, me estaba a punto de producir un vómito verbal que no podría controlar.

—Está bien, escucha...— Sí, estoy a punto de confesarlo, ¡pero vamos! Natalie tiene más importancia para mí que Caramelo alías 'más fácil que la tabla del uno'—. Hay algo que aún no te he dicho.

Ella se sentó a mi lado en la cama, mientras sus ojos se abrían al tope—. Suéltalo.

Suspiré, sintiendo el remordimiento sin haber soltado aún la bomba. Puede que Caramelo fuese una arpía, pero realmente confesar su secreto me hacía sentir culpable—. ¿Recuerdas ésta mañana cuándo fui al baño en la clase de Callum?—Ella asiente frenéticamente, incitándome a continuar—. Bueno..., descubrí a Caramelo hincada sobre un inodoro, estaba vomitando. Yo la vi y ella se alteró demasiado. La única razón de que me hablara es porque no quería que se lo confesara a los demás.

Los labios de Natalie formaron una O invisible, mientras su cara se tornaba rojiza. Claramente, el secreto era una gran noticia.

—¡Maldición! ¿Sabes lo qué significa?— Gritó parándose de la cama y dando pequeños saltos. Algo me decía que aquello no sería nada bueno—. Ahora mismo tienes a Caramelo comiendo de la palma de tu mano. ¿Lo entiendes? Aquella chica que lleva años molestándote, diciéndote mil y un cosas asquerosas y dejándote como una mala persona frente a los demás, ¡ahora está desesperada porque las descubriste con las manos en la masa! Rayos, esto no podría ser mejor.

Ella me miró, mientras sus cejas se meneaban. Natalie estaba mermando un plan maestro, el cual no me estaba agradando—. No, Natalie, no lo haré.

—¡Porfavor, Robin! No la chantajearemos, solo le diremos que guardáremos su secreto si nos deja en paz, ¡es muy sencillo! Bueno, también debe añadirle algunas invitaciones especiales a las fiestas a las que va y un poco de lambisconería, ¡pero es todo!— Chilló mientras reía.
Mientras yo negaba con la cabeza, ella me miraba expectante. Como lo he dicho mil veces, no podría caer tan bajo. No podía ser como ella, debía mantener mi dignidad y firmeza.

—Piénsalo... Unos días sin tener que aguantar miradas, comentarios, ir riendo de aquí a allá mientras todos nos contemplan sin decir una palabra. Podemos hacerlo, Caramelo es nuestra última oportunidad para pasarla bien.— Dijo mientras hacía un puchero.

Tal vez...

Maldición, es tan complicado.

—Pero estaríamos aprovechándonos de ella.— Le reproché.

—¿Y qué? Ella se ha aprovechado de nosotras durante años. Podemos darle un trago de su misma medicina.

—¿Y sí fueras tú la qué estuviera en su lugar?— Cuestioné tratándola de hacer meditar sobre lo que tenía pensado.

—En primer lugar, no sería tan mala como ella, ¿o acaso no recuerdas todas esas veces en las qué inventó cosas sobre ti, sobre mí y hasta de tu madre?— Sí, lo recordaba. Inventaba cosas como que mi madre se ganaba el dinero bailando privadamente para hombres de mi vecindario, eso fue lo peor.
Realmente, Carmen era una mala persona.

»—Entonces, ¿qué me dices? ¿Le entras o no?— Me presionó.

Miré a Natalie, mientras ella juntaba las manos a modo de suplica.

Suspiré—. Si todo esto sale mal, te echaré toda la culpa.

Ella sonrió, mientras hacía una celebración improvisada e infantil en su lugar.
Anoten esto, amigos: esto saldrá fatal.







A la mañana siguiente, mientras me encaminaba por el pasillo junto a una triunfante Natalie, tenía la piel completa de gallina. Me sentía como en una de aquellas películas antiguas del oeste, caminando en cámara lenta hacía mi enemigo, sólo que sin botas texanas ni armas.

Frente a los casilleros se encontraba ella, Caramelo, flaqueada por su grupo cliché de plásticas huecas y sin una pizca de inteligencia para descifrar cuánto era 2+2. La primera me miró, mientras las otras le seguían. Normalmente, en un momento como éste agacharía la cabeza e ignoraría alguno de sus comentarios. Hoy es distinto.

Los tacones de Caramelo tronaron, dirigiéndose frente a nosotras, parando así nuestra caminata.

—Necesito hablar contigo.— Volvió a decir como el día anterior. Su tropa de rubias me miró de arriba a abajo, como si de un bicho raro se tratase.

—¿Se les perdió algo?— Pregunté arisca. Sí, me estaba aprovechando de mi jugosa posición de testigo. Jamás descubrir algo prohibido había sido tan dulce.

Caramelo las miró, mientras ellas se retiraban frunciendo el ceño. Paso uno: completado.
Ahora vamos con la confrontación.

—Tú — Dijo Caramelo a Natalie—. Lárgate.

—¡Uff! Robin, ¿no hueles ese apestoso olor a pene? Creo que Caramelo olvido cepillarse esta mañana.

—¿Disculpa?— Replicó Carmen—. Esto no te incumbe, ahora vete.

—Lamentablemente, si me incumbe, Señorita del Baño.— Dijo Natalie impostando una sonrisa.

La piel de Caramelo palideció, mientras yo sentía un retorcijón. A pesar de tantos años de burlas, lágrimas y odio, ahora me sentía culpable. No quería ser tan mala y tan poca cosa, pero me estaba dejando llevar por la venganza de Natalie.

—Pero que tenemos aquí...— Susurró una voz masculina a mis espaldas.

Las tres volteamos, mientras mi cabeza empezaba a doler.
¡Maldita sea todo! Justo lo que faltaba en ésta estúpida receta de rareza y rencor, un nuevo enemigo en escena.

Gracias Dios, ya sé que me odias.

Fattie © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora