—No.
Espera, ¿qué?
—¿Qué?— Respondió él. Espera, ¿yo respondí qué no?
—Lo siento... Dios, enserio lo lamento.— Dije entre balbuceos absurdos.
—No, espera. ¿Qué sucede, hice algo mal?— Preguntó, pero, ¿cómo explicarle qué la qué estaba mal era solamente yo?
Suspiré, ignorando el claqué que se formaba en mi estómago. Me alejé un poco de él y negué con la cabeza—. Lo lamento. Perdóname.
Él me miró sin comprender a que me refería. Temblé levemente y me di media vuelta, saliendo rápidamente de allí, casi corriendo despavorida como una cenicienta a la cual la persigue su príncipe. ¡Pero vamos! Es imposible compararme con ella. No soy una princesa, y él no es mi príncipe de ensueño.
Salí del planetario sin acatar los llamados de Mike, el cual venía trotando detrás de mí. A pasos más ágiles me hundí en las calles, buscando un taxi que pudiera sacarme de allí rápidamente. Estaba avergonzada, y sólo quería huir lejos, cobardemente.
—¡Taxi!— Grité estando en la avenida principal. Uno de ellos paró, y yo lo abordé sin siquiera mirar al conductor. Al cerrar la puerta, le di mi dirección a la mujer que conducía. Ella asintió y pisó el acelerador, alejándonos por fin del lugar.
—Dios...— Dije fatigada, hundiéndome en aquel asiento. Saqué mi teléfono y rápidamente lo apagué, viendo una llamada entrante de Mike.
Lo guardé y me tapé la cara con las manos, empezando a respirar pesadamente. Nisiquiera entendía mis propios sentimientos. Por un lado, me sentía asustada. Y tenía razones para estarlo. En mi vida, era muy poco típico que alguien tan siquiera me mirara por encima de su hombro, y ahora, con los sentimientos a flor de piel de Mike, y el caos en el que se había convertido mi existencia, me sentía a punto de explotar.
Él no merecía mi rechazo. Él merecía algo mejor, merecía a alguien que pudiese verlo con confianza y cariño, alguien de quien no tuviera que avergonzarse al caminar por las calles o a alguien a quien no tuviera que ocultar de los demás. Merecía a alguien a su medida, a quien pudiera decirle “te quiero” sin temor. Yo no podía ofrecerle eso, lo único que yo hacía era ocultarme de las opiniones, encerrarme en mi mundo y pedir todas las noches por una vida mejor. ¿Era eso lo qué él buscaba? ¿Alguien qué no se sentía compasión por si misma? ¿Alguien qué se odiaba en secreto y pedía toda las noches por qué las cosas qué estaban pasando no fuesen reales?
Estaba desquiciado, él no era prefecto, pero tampoco era alguien que pudiera caer tan bajo. Caer tan bajo conmigo.—
La noche había caído, y yo seguía sin ser capaz de entrar a mi hogar. Había llegado a mi destino hace horas, pero no quería entrar y encerrarme allí para apiadarme de mis sentimientos, o lo contrario, atormentarme. Las luces de mi casa estaban apagadas, por lo que supuse que mi madre nisiquiera había notado mi ausencia –cosa que no me sorprendería–.
Suspirando, me levanté de un banco solitario que estaba enfrente. Empezaba a helar, y mi piel rogaba calor para no congelarse.
Me quité la mochila del hombro y rebusqué mis llaves en los bolsillos. Al encontrarlas, las acerqué a la cerradura para ingresar.
La puerta se destrabó, y yo entré lentamente. Mi piel se erizó cuando, más allá del pasillo del primer piso, la luz de la cocina permanecía entendida. Pasé saliva y entré, cerrando la puerta principal tras de mí.
Me aferré a la mochila y caminé lentamente hasta la cocina. Lo primero que pude captar fue una cajetilla de cigarrillos sobre la mesa donde solíamos comer, al igual que un cenicero de cristal y un encendedor. El olor a humo impregnaba el aire.
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Fattie ©
Teen Fiction❝Sentada al borde de mi propio abismo, me prometo no dejarme caer. ❞ Cuando Robin Smith decide dejar los estereotipos de lado y empezar a vivir su vida conforme con su físico, varias cosas pueden pasar. La vida mejorará, o empeorará. Una sola cosa e...