—Creo que acabo de vomitar un nacho. ¿A qué maldita hora se supone qué comí un nacho?— Se quejó Natalie inclinada sobre mi inodoro.
Hace aproximadamente unas horas habíamos llegado a mi casa. Por fortuna, Natalie se había guardado sus jugos gástricos llenos de alcohol para no derramarlos en el auto, pero eso no fue suficiente para que mi madre nos soltara a ambas un regaño milenario. Al parecer, mi progenitora no recordaba su adolescencia descontrolada y llena de excesos habidos y por haber. Creyó que tenía suficiente autoridad moral para regañarnos. Para su suerte, no me sentía con fuerza en aquel momento para reñirle.
Y ahí estábamos, a plena luz del día, en mi baño, sufriendo los estragos producidos por la primera resaca de mi amiga. ¡Que momento tan hermoso y especial! Deberíamos tomar una fotografía para conmemorar el momento, con mi amiga y su vómito verdecino como protagonistas.
—¿Te molesta si suelto tu cabello? Es que creo que estoy a punto de vomitar también. Tu vómito no huele precisamente a rosas.— Le susurré, a la vez que volteaba la cara para evitar el olor nauseabundo.
Ella siguió con la cara enterrada en la taza. Una de sus manos subió y jaló la cadena. Ella alzó su cara y me miró—. Es genial.
—¿Qué? ¿Vomitar hasta el biberón qué te dieron de pequeña en parvularios?
—No.— Se puso de pie y caminó hasta el lavabo, empapándose las manos y el rostro—. Embriagarse. Te sientes débil, cansada y risueña, pero es genial. Gracias al cielo tuve la compañía correcta.
Yo me crucé de brazos, calentando mi garganta para el interrogatorio—. ¿Cuándo pensabas decirme qué tu príncipe azul, resultó ser nada más ni nada menos qué el villano de mi historia?
Natalie se volteó y pegó la cadera al lavabo, jugando nerviosamente con sus manos pálidas—. Es solo que..., siempre fue un asno con ambas, pero hace poco lo empecé a ver de forma distinta.
—¿Cuándo? ¿Antes o después de qué ambos se alcoholizaran y compartieran saliva en un sofá?
Sus mejillas ardieron—. ¿Ves? Por eso mismo no quería decírtelo, sabía que reaccionarías peor que cuando te conté que fui a la cárcel.
Mi boca se fue al suelo—. ¡Nunca me lo contaste! Te detuvieron por robar unas malditas papas fritas, y además solo me enteré porque necesitabas dinero para la fianza y no querías llamar a tu madre.
—Llamarte, contarte, ¡es lo mismo!— Soltó rodando los ojos. Sí, amigos, nuestra amistad tiene más secretos oscuros que los expedientes del FBI y la NASA juntos.
»—Además, ¿qué me estás contando? Sé bien que Mike y tú se enrollaron como un par de víboras. Creí que era pésimo para tu gusto.— Esta vez fueron mis mejillas las que ardieron en llamas. Había estado toda la mañana tratando de reprimir el recuerdo de Mike y yo bailando como dos personajes de Disney. Había tratado de olvidar el asunto, pero no podía, seguía vivo en mi memoria como si fuera un asunto ocurrido hace tan solo segundos.
—Eso es distinto. Él y yo solo somos amigos, y creo que nisiquiera eso. Conocidos.— Le solté mirando a otro lado.
—Amiga mía, nací de noche, pero no anoche, así que ya sabes que no te creo. — Respondió.
—¿Cómo es qué...? — Iba a empezar a reñir, pero un sonido nos interrumpió. Un sonido rítmico y singular, una melodía pausada que llamo la atención de ambas... ¡Un teléfono, su teléfono!
Ambas nos miramos, para luego salir corriendo como animales salvajes contra la cama donde estaba el pequeño aparato móvil de mi amiga. Nuestras manos pelearon y se enredaron, hasta que por un rasguño la suya atrapó el celular. Fruncí el ceño, a lo que ella contestó con una sonrisa—. ¿Hola?
Sus ojos brillaron, a lo que yo rodé los míos. Aún no me creía esto—. ¡Brad! Hola, ¿cómo estás?
Me quedé mirándola, mientras ella enrollaba un rizo de su cabello en un dedo. ¿Acaso no notaba qué él estaba al otro lado del teléfono?
—Una cita..., ¿hoy?— Oh, no—. ¡Me encantaría!
Dando por terminado los preliminares de la aparente cita, ella colgó. Sus ojos me miraban ansiosos y contentos—. ¡Me invitó a salir! ¿Puedes creerlo? ¡Realmente le gusto!
—Sigo odiándolo. No me mires así, no es mi culpa, solo que el chico ha sido malvado por mucho tiempo. Es mi deber odiarlo. No lo digo yo, lo dice la ciencia.— Le expliqué reprimiendo una risa.
—Hablando de eso...— Sus labios forman una sonrisa malvada.
—¿Qué quieres?— Le pregunté —. No me digas que quieres que vaya contigo a la cita.— Dicho eso, solté una carcajada sonora. El asunto empeoró cuando mi amiga no siguió mi risa y esta se apagó lentamente.
De mi cara se esfumó todo tipo de emoción.— No..., ¡oh, no! ¡Eso no! ¡Jamás!— Vocifereé levantándome de la cama.
—¡Ay Robin, por favor! Me gusta tanto, ¡pero no sería capaz de soltar dos palabras a su lado sin sufrir un ataque epiléptico catatónico! Te necesito ahí.— Sus manos se juntaron a modo de súplica y sus abundantes pestañas se batieron angelicalmente. No se engañen, detrás de esa facha de chica dulce se encuentra satanás.
—¿Quieres qué vaya de carabina? No, muchas gracias. Quisiera mantener la mitad de mi dignidad intacta, muchas gracias.
—Robin...— Rogó en voz baja.
—No lo haré y punto final.
—¿Ya estás lista? ¡Mi trasero se volvió cuadrado de tanto esperarte!— Le grité a mi amiga desesperadamente. Después de una rogada de una hora, accedí rendida a acompañar a Natalie a su cita. La 'amiga fea' estaba jugando otra vez su papel, pero bueno, lo que una debe hacer para mantener la amistad.
Ahora estábamos en su casa, esperando a que ella apareciera para poder irnos.Unos tacones sonaron en el mármol de la casa. Me paré y fijé mi vista en la punta de la larga escalera. Natalie tenía una falda negra acompañada de un top, con tacones bajos acompañando el vestuario.
—¿Y? ¿Qué me dices? ¿Te gusta?— Preguntó con una sonrisa. Se veía hermosa.
—No vamos a la reunión de Victoria's Secret, pero te ves bien. ¿Podemos irnos?
El timbre sonó, a la vez que la cara de mi amiga se ponía de todos los colores. Ella tuvo la gran idea de darle su dirección a Bradley para que viniese por ella, tal y como en las películas. Ahora, su príncipe adorado estaba a tan solo pasos. Lo único en lo que yo podía pensar era en la cara que pondría el castaño al saber que yo sería su guardaespaldas esa tarde.
—¡Robin, abre! Iré arriba y fingiré que bajo solo para que me vea.— Dijo devolviéndose escalones arriba.
—¡No eres la reina de Inglaterra, exageras!— Le grité.
—¡Abre la maldita puerta y no me cuestiones!
—¿Désde cuándo pasé de ser amiga a bucama?— Susurré para mi misma mientras abría la puerta. Detrás de esta se encontraba Bradley, con sus manos entre los bolsillos. El olor a perfume me llenó la nariz, mareándome levemente—. Oh, eres tú, príncipe azul.
Él apretó la mandíbula nerviosamente—. Sí..., ¿y Natalie?
—¿No te lo dijo?— No me odien, pero quiero calentar las cosas.
—¿Decírme qué?
—Pues ella tiene algo de miedo, ya sabes, eres algo impulsivo y bueno, me pidió que fuera su guardaespaldas. Solo por precaución, incluso me hizo comprar gas pimienta.— Inventé, ¡pero debieron ver su cara! Podría jurar que estaba a punto de llorar el sensible.
—¿Qué...?
—Sí, la chica está loca.— Unos tacones se oyeron detrás mío, al mismo que una voz chillona hacía presencia.
—¡Hola, Brad! Que bueno que llegaste...— Susurró a mi lado—. ¿Nos vamos? Espero no te moleste, Robin vendrá con nosotros, emm, su madre tuvo un percance y no puedo dejarla sola, espero lo entiendas.— Los ojos del chico se posaron en mi, a la vez que yo sonreía. Gracias a la vaga explicación de Natalie él se veía más convencido.
Bradley sonrió tenso, guiándonos rendidamente a su auto.
Será divertido.
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Fattie ©
Teen Fiction❝Sentada al borde de mi propio abismo, me prometo no dejarme caer. ❞ Cuando Robin Smith decide dejar los estereotipos de lado y empezar a vivir su vida conforme con su físico, varias cosas pueden pasar. La vida mejorará, o empeorará. Una sola cosa e...