Capítulo 11

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XI

Tras el portazo dado, John avanzó por el callejón del que había sido su viejo vecindario hasta no hace más de una semana, se colocó la chaqueta y abrigo con disimulado enfado y suspiró mirando alrededor. La calle y cada pequeña pero sobre poblada casa le parecían igual de tristes como desde el momento en que notó su realidad con mayor claridad a los siete años; sacudió la cabeza y se negó a seguir con pensamientos deprimentes, en cambio, anduvo hasta salir a la avenida más cercana, llegando a lo que las personas de mayor clase llamaban "la Londres buena".

Apenas bastó que pasara por una librería cuando topó contra la espalda de un incauto mirando el escaparate de dicho local, detenido a media acera.

"Perdone usted... ¿Sherlock? ¿Pero qué haces aquí?" Cuestionó John al notar quien era el incauto.

El pelinegro, ahora con la identidad descubierta, se giró ante la voz de John y éste, podría jurar, le vio sonreír por un segundo; le estudió de arriba abajo con rapidez y suspiró. "Acaso requiero un permiso o aviso formal para poder venir a la ciudad? Londres es de cualquiera, Watson. No sólo tuya." Miró el escaparate por varios minutos más, después se dio el lujo de mirar la hora en su reloj de bolsillo e inclusive se atrevió a pedir que le llamaran un coche de renta; todo para cansar la paciencia de John. "Apenas será la hora del té y el último tren sale dentro de dos horas; a menos que planees dormir en la acera para rememorar viejos tiempos, andando." Instruyó simple cuando el coche arribó y el conductor le abrió la puerta.

John apretó el puño para contener su molestia ante la nueva mofa a su vida anterior y subió tras él sin palabra alguna. Bueno, al menos aquél oportuno (e inoportuno a la vez) encuentro le salvaba de pagar el coche. Por lo menos. "Es curioso: cuando no quieres responder a algo, insultas." Notó mientras miraba por su lado el cómo pasaban los locales con relativa rapidez.

El pelinegro frunció el ceño ante aquello. "O quizá cada apunte constructivo que se te comenta, lo tomas como un insulto. ¿En qué momento pude agraviarte al decir que la ciudad no es tuya? Ni siquiera le pertenece a mi padre, y se comprenden los motivos porqué si podría pertenecerle y a ti...pues no."

"Eso, precisamente eso es lo que haces: No me insulta ni me ofende que digas que la ciudad no es mía; porque es bastante cierto; lo que me molesta un tanto es tu manera de mencionar las cosas. ¿Cuál es la necesidad de ser tan cortante todo el tiempo? He pasado toda mi vida en la parte baja de la ciudad, Sherlock y aun así, puedo asegurarte que nadie va a dañarte si eres amable. En verdad." Concluyó el joven rubio con calma, como si explicara las verdades sencillas del mundo a un niño de cuatro años.
Cuando llegaron al hotel Brown, donde tomaron té juntos por primera vez, John apenas pudo esperar a que le abrieran la puerta para bajar por si mismo, agradeciendo fugaz por la ayuda que se le ofreció; tras él, bajó un Sherlock descolocado por su consejo previo: En serio, ¿Qué tenía el agua que bebían los pobres como para que se comportaran así? Si bien él nunca había tenido la necesidad de comportarse "apropiadamente" como el resto del mundo esperaba de él, tampoco creía necesario el que John apuntara su manera de ser de tal modo. Pero aun así.
De nueva cuenta les condujeron a la sala de té privada, tomaron asiento en la mesa para dos cercana a la chimenea y Sherlock se entretuvo en encender un primer cigarro, pasando su cigarrera plateada a su rubio acompañante; se encargó de pedir para ambos al notar el enfrascamiento mental en el cual John se encontraba y exhaló un tanto de humo mientras miraba al rubio una vez el mesero les abandonó. "Entonces, ¿tu padre discutió antes o después?" Preguntó de repente, sacando a John de sus pensamientos.

"¿Disculpa, que?"

"Que si tu padre discutió antes o después de que tomaras el almuerzo con tu madre." Repitió Sherlock con su poca paciencia.

The London HusbandsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora