Otro día, no pensaba en nada, solo una mente en blanco, a comparación de muchos años antes, cuando mi mente pensaba solamente en la persona con la que quería pasar el resto de mis días, pero después de todo, las cosas pasan en la vida de las personas por cada decisión tomada a lo largo de esta, o a lo que algunas personas llaman: el efecto mariposa.
Esperaba pacientemente la llamada de mi superior en el ejército, yo era uno de los mejores, por eso me encargaban las misiones más difíciles, miré a los lados, no había nadie más en la sala, esta era rodeado por cuatro paredes oscuras sin ninguna emoción reflejada en ellas, también se encontraban sillas simples, de esas que apenas si notarías, pero para ser sinceros las mejores que se podrían encontrar después de largos años de sufrimiento. A mi lado derecho, solo un gran cristal polarizado que dejaba ver mi reflejo, pálido, por haber ignorado los gritos de mi cuerpo al pedir comida, cabello rubio entremezclado con tonos castaños, algo corto como para no decir que tenía suficiente cabello para hacerme una cola de caballo, y unos ojos decaídos, por el cansancio que ocasionaban las guerras después del incidente que hubo en América, mi continente de origen. Pasaron unos veinte minutos hasta que una mujer mayor, con piernas muy pálidas, cabello rubio hasta los hombros y ojos con un particular tono rojo, no tenía mala figura tratándose de una persona de su edad, pero tampoco era una persona muy agradable a la vista.
- Pase Sr. lights- Dijo aquella secretaria con una voz bastante ronca, yo solo me limité a levantarme de mi asiento y seguí por un pasillo derecho al despacho de mi superior.
El interior de ese lugar era de paredes grisáceas que resaltaban cierta similitud con las de la sala en la que me encontraba hace un rato, en el centro de este se encontraba un escritorio marrón algo desgastado, mi jefe estaba sentado en la clásica silla de cuero negra, haciendo le ver como alguien de pocos amigos hacia los soldados de bajo rango, pero sin embargo solo una pequeña broma para mí.
- Buenos días soldado, lamento haberlo molestado desde tan temprano, pero me urge llamarlo para discutir su siguiente misión- Anunció mi jefe, mientras fumaba un puro. Con sus botas embarradas sobre el escritorio y su viejo uniforme cualquier persona podría pensar que solo era un simple soldado, pero a decir verdad, lo que los distinguía eran sus montones de medallas sujetas a la chaqueta del uniforme y su característico látigo que acostumbraba a llevar en la cintura, su aspecto podría intimidar a cualquiera a primera vista, por el único detalle de que las facciones de su rostro eran similares a las de Hitler.
- Si mi general, y... ¿De que se trata?- Pregunté algo inquieto sobre esta encomienda. Aunque yo fuera un gran soldado, no siempre puedo aceptar cada misión que se me cruce de frente.
- Bueno, sé muy bien que usted ya se habrá enterado sobre el gran incidente de América, y también sé que pensará como todos los demás: que este "incidente" causado por una bomba lanzada con el propósito de acabar con todo el continente Americano es la causa de la guerra que se libró hace poco.- Él se removió en su asiento bajando las piernas y entrelazando sus manos mirándome directo a los ojos para luego continuar con su explicación.- Hace unos días, uno de mis informantes descubrió un video entre todos los archivos del gobierno que no solo demuestra, sino que también prueba que la verdadera razón de la destrucción de este fue por causa de...- Mi general soltó un largo y sonoro suspiro como diciendo "si le digo, va a creer que estoy loco y esto es nada más que una vil broma"- La verdadera razón de todo ese caos y destrucción en la que se vio envuelta América fue por demonios- Esa última palabra me dejo sorprendido. ¿Cómo es posible que los demonios existan? No son más que un montón de cuentos inventados por la religión para obligar a la gente a ser buena... o al menos eso era lo que yo pensaba.
- Su misión es investigar la auténtica y legitima razón de la destrucción de nuestra patria y traernos un informe bien detallado sobre las condiciones de esta, -Me explicó dejando el puro en el cenicero de cristal de su escritorio junto con las otras colillas de puros fumados previamente.- Y si la verdad está en buen estado, nuestra idea es darla a conocer.
Luego de haber terminado me pasó un pequeño disco con una serie de números grabados en la tapa de su caja, me levanté y le estreché la mano a mi superior para luego abandonar la estancia y dirigirme a mi oficina con el fin de examinar el contenido del disco y por un momento tuve la esperanza de que tal vez, solo tal vez ella siguiera viva.