《 once 》

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El resto de aquella semana y la siguiente transcurrió realmente rápido, y sorpresivamente mejor de lo que Lisa negativamente imaginó. Su tranquilidad abarcó primeramente por la ausencia de Jennie, quien  obedeció a su ruego y no volvió a aparecerse frente a ellas. El mismo vendedor de aquel día mencionó que esta había partido inesperadamente el mismo día de la discusión, y entonces sus angustias desaparecieron, o al menos, parte de ellas, las demás eran a causa de Rosé.

Sin embargo, esta volvió a ser la misma después de recuperarse de la resaca, e incluso más cariñosa, cosa que hizo a Lisa olvidarse de lo sucedido y que en su cabeza no existiese otra cosa más que Rosé, sus besos, sus abrazos y sus palabras de amor. Nuevamente había sido cegada, y aunque lo sabía, no se quejaba, porque ahora era adicta a tales sensaciones. Era adicta a Rosé y toda ella. Por ende aquella última noche, estando ambas sentadas sobre la arena, observando la infinidad del mar y el cielo estrellado como fondo, sujetaba con mucha fuerza su mano y descansaba sobre el hombro de ella, su fiel amada, a quien pensaba entregarle todo su amor en total plenitud, para así no perderle nunca. 

Pasaban la media noche ya, y aun si el frío amenazaba con congelarles, sus anatomías juntas les brindaban a cada una el calor necesario para contrarrestar este. Había sido un agotador día en el cual se dedicaron a juguetear en el agua, a correr y hacer castillos de arena, y en ese último chance se dedicaban a guardar un último recuerdo de una primera experiencia juntas, disfrutando de la brisa de la playa y compartiendo quince días juntas como la compañía de prometidas, solo ellas en un mismo lugar, despertando y yendo a dormir juntas noches seguidas.

Lisa pensó en que pasado mañana debería volver al colegio, a la rutina sin Rosé acompañándole sino hasta la noche. Pensó en que tendría que ver a Jisoo y Nayeon yendo por rumbos distintos a ella, e iba a sentirse sola de nuevo por otra larga temporada. Sin quererlo, sus deseos fueron pronunciados.

—No quiero irme, eonni.

Rosé dio un apretón a su mano y suspiró con ligero pesar, al igual que ella.

—Yo tampoco, bebé —susurró—. ¿No te parecieron estos los mejores días?

Lisa removió su cabeza del hombro de la mayor para verle y asentir cabizbaja.

—¿Qué es lo que te preocupa, Lisa? —Cuestionó la mayor acariciando su mejilla con su mano libre, claramente a sabiendas de las ansiedades de su pequeña, quien volvió a ella y le abrazó con fuerza, hundiendo su cabeza en su pecho.

—No quiero volver al colegio, no me gusta, lo odio —lloriqueó, las lágrimas anteriormente acumuladas soltándose con total libertad. Rosé sobaba su espalda.

—Tienes qué, bebé —murmuró con voz dulce—. Quizás sea duro, o no te guste, pero es por tu bien, por tu futuro.

—¿No puedo cambiar de colegio? No quiero tener que verles todo el tiempo —confesó.

—No puedes, Lisa —musitó con su egoísmo reflejado en sus palabras, sin ser notado por la rubia—. Pero, puedes recurrir a otras opciones.

Fue entonces al escuchar aquello que el llanto de Lisa se detuvo y se separó para verle y pedir con la mirada más información acerca de lo dicho. Rosé le entregó una de sus mejores sonrisas en las cuales mostraba el blanco de su boca.

—Eonni te dará la solución, mi pequeña —susurró al acercarse a su rostro, muy cerca de los labios de Lisa.

Lisa, con su corazón haciéndose notar por la brusquedad de sus latidos, cerró sus ojos y dejó que la mayor le endulzase con el dulce sabor de sus labios, dejándose llevar allí mismo, cuando Rosé tomó posesión de su cuerpo y su alma, con el zarpullido de arena picando sus pieles, el sonido de las olas funcionando como fondo, la humedad de estas rozando sus pies, amamezando con atraparles y delatarles, y la luna desde el cielo ojeando y siendo testigo de dos amantes quemándose y perdiéndose en el fluir de sus corazones y la trampa de sus mentes.

Sins. (ChaeLisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora