《 trece 》

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Los días pasaban realmente rápido, y como era de esperarse, el clima cambiaba. Para esas fechas, Rosé le recordaba y obligaba siempre a abrigarse bien cada vez que saliera, aun si no iba a ningún otro sitio más que temprano a su casa, y más tarde a la propia.

Era martes de vacaciones. El clima de esa tarde oscilaba entre los menos cuatro grados, muy frío para estar sentada en el sofá de su novia, y tener que reemplazar el calor que esta le daba siempre por una simple sábana, debido a que la misma había tenido que asistir a una reunión de jornada en su empresa, desde muy temprano ese día, dejándole las llaves en el buzón para que pudiera entrar sin privarse.

El televisor estaba encendido, y el DVD reproducía una película quizás un tanto vieja, pero de sus favoritas. Sin embargo, cerca de un cuarto de hora luego de que empezara, su mente ya no prestaba atención a las escenas aún si su mirada continuaba fija sobre la pantalla, pues su cabeza estaba en otro mundo.

Hacía tan solo una semana y varios días, había notado los primeros indicios de nieve, de invierno. Era diciembre ya, el año estaba por terminar, y cuando quiso echar un vistazo hacia atrás en el tiempo y darse cuenta de todas sus acciones, y el cómo le habían hecho acabar, se preguntó entonces si habría hecho las cosas bien, o mejor dicho, como se debía.

Pensaba entonces en todos los acontecimientos, desde los más relevantes, hasta el más diminuto e insignificante, que a pesar de ser calificado como tal, era un motivo más por el cual se encontraba esa tarde, a solas, sin la compañía y nada más que el calor anhelante de su novia Rosé presente, pensando y viajando a través de todo, sin razón aparente o fin de llegar a alguna conclusión, porque se había dejado claro hacia no mucho atrás de que sus decisiones, y ella en sí, era nada más que una masilla moldeable y a total disposición de la mujer de treinta y dos años de la cual estaba tan ciegamente enamorada, y por quien estaba dejando su vida y a sus seres queridos atrás y en el olvido.

A ojos de cualquiera, podría tal vez parecer exagerado, o no un hecho definitivo. Pero, lo era, pues Lisa lo sabía y aceptaba, y eso no era su error principalmente, sino, que tan sólo no quería cambiar ese hecho.

Cuando la película ya había transcurrido treinta minutos, retiró ésta del aparato y regresó al sofá luego de haber colocado la televisión normal. Pasando los canales pudo asegurarle a su mente distraída y, por alguna razón incrédula, de que sí, estaban ya en navidad. Esa época a la que ansió llegar junto a Rosé cuando su relación recién comenzó, y durante la cual no se sentía tan emocionada ya. O quizás era por el ambiente de ese día, o tan solo el hecho de sentirse sola sin su mujer a su lado, o bien y efectivamente, la realidad golpeándole justo en el pecho y haciéndole sentir melancolía ante el sí definitivo de que sí estaba sola ahora no teniendo a sus mejores amigas, a su madre, o bien, alguien en quien poder apoyarse realmente. A esas alturas, Lisa lo entendía. Por qué nunca logró sentirse confiada al hablar abiertamente de sus pensamientos y dudas con su novia, puesto que cuando en ciertas ocasiones ambas se mostraban distintas, Rosé mostraba su molestia de manera notoria, lo cual le hacía cohibirse, sentir miedo. Sentirse muy frágil en los brazos de su amada en lugar de protegida, mas aun así encontrandolo reconfortante pese a sus palabras que le hacían exagerarse en sensaciones placenteras.

Lisa tuvo pensamientos de todo tipo en un solo instante. Tan sólo en ese fugaz momento pudo recordar el amor que su madre desde niña le dio, del cual se hubo alejado tanto. Se sintió culpable al ser ella la única hija que la mujer hubo engendrado, y estar en tal situación, donde siquiera le saludaba o despedía al salir, en donde su lengua ya no sabia reconocer el sabor de la comida que siempre le preparó sin quejas, siempre con una sonrisa; y su cuerpo no sabría reconocer ya el calor que desde sus primeros segundos de vida le dio. Lisa pensó en aquella señora, y luego en que todo lo que Jisoo muchas veces le hubo dicho mediante los mismos mensajes de texto, que tenía razón, y entonces su rostro comenzó a ser bañado en lágrimas, silenciosas, que ocultó entre las rodillas de sus piernas siendo abrazadas por sus propios brazos, tratando de confortarse a sí misma.

Sin embargo, allí estaban de nuevo los brazos que le hundieron a ese tipo de vida, rodeando su cuerpo, haciéndole sentir el calor perfecto para la temporada, callando sus alaridos internos, volviéndole alguien sumamente contradictoria pese a sus pensamientos y sus reacciones ante las acciones y muestras de Rosé, la mujer que había regresado, había acudido a ella y sus llamados para hacerle entrar en razón de manera inmediata.

—No llores, conmigo a tu lado no tienes por qué manchar tu rostro, yo soy la única a quien necesitas.

Sí.

Después de todo, Lisa estuvo pensando mucho y más allá de lo permitido esa tarde. Con el regreso de su novia pudo regresar a su verdad, a la de ambas, y no sentir más ese ardor o presión ejerciéndose en su pecho.

Todo volvió a ser claro.

Todo volvió a ser claro cuando su amante pelinegra le tomó entre sus brazos y le posó sobre la tela suave de su cama, del mismo tono lechoso de su piel. Y aunque vio nublado luego, mientras cerraba sus ojos, la claridad quedó allí, y se esparcía en cada espacio de su cuerpo que era besado por Rosé. En las marcas extendidas a lo largo de la espalda de la misma, causadas por sus uñas, desgarrando la delicada piel, al igual que su garganta vaciándose en súplicas de amor, de más del placer que Rosé le entregó y entregaba siempre.

Pues, la humedad yacente entre sus cuerpos unidos, le devolvía a su instancia en la playa, cuando se hubo surmergido bajo el agua, escapando de los golpes de las olas, y sonreía, al igual que al hacer el amor con el agua salada mojando los dedos de sus pies. Recreándolo en ese momento, pero haciéndolo cada vez más significativo.

Porque Lisa amaba a Rosé y a sus gozosas maneras de hacerle olvidar sus pesares. De hacerle pronunciar su nombre de la forma más íntima, lejana a cuando le llamaba para ver la televisión, o para hacer alguna otra cosa. Y Rosé, amaba y gozaba ferviente de las mil y un maneras mediante las cuales podía hacer sentir a su pequeña en una pieza del cielo, hacerle olvidar que existía un mundo exterior a ellas, a aquel cuarto, y hacerle pensar nada más que en ella misma.

El calor nunca se esfumó una vez acabaron, abrazadas bajo las sábanas, ocultando su complicidad y entumiendose por este, siendo prisioneras del sueño minutos después. Y al despertar, la oscuridad del día, más el rugido de la barriga de ambas les hizo levantarse para tomar la cena, no sin antes permanecer unos momentos en la cama, conversando amenamente.

—Me tomaste por sorpresa.

—No realmente. Tan sólo estabas muy concentrada, siendo una bebé llorona —rio Rosé después de responder en un tono suave.

—No soy una bebé llorona —se quejó Lisa, haciendo un mohín, a lo que la mayor pellizcó su mejilla.

—Lo eres —dijo—. Y ahora, dime, ¿qué fue lo que hizo llorar a mi pequeña hoy?

Lisa bajó la mirada.

—¿Te extrañé mucho? —cuestionó sin ganas, aferrándose a las sábanas.

—No me mientas, Lisa —sentenció de manera sumisa Rosé. Posterior a un beso dulce en su frente, le atrajo a su cuerpo e hizo hundir su rostro bajo su cuello—. ¿Nuevamente pensando en cosas tontas? —Lisa, sin saber qué responder realmente, asintió con su cabeza a como pudo por la posición. Rosé acariciaba su rubia cabellera—. Ah, mi pequeña Lalisa... No he sido buena eonni, ¿cierto? No debo permitir que tengas esos pensamientos, y que, peor aún, te hagan llorar. Es muy molesto, ¿lo sabías?

La menor apretó sus ojos y volvió a asentir.

—Prometo que seré más buena... Me encargaré de deshacerme de las cosas innecesarias, y que te molestan —susurró.

—Sí... —Murmuró en respuesta la adolescente, adormecida. Un cántico dócil y amaestrado.

El silencio se hizo presente por largos minutos, y pronto las dos mujeres se alzaron de la cama para saciar el hambre que les urgía por alimento. Lisa miró a su novia y sonrió, Rosé también lo hizo y selló una promesa más sobre sus labios.

Al estar de frente nuevamente, Lisa, de alguna forma, se había contagiado de aquella sonrisa que fue, hasta ese momento, solo particular de Rosé.

Sins. (ChaeLisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora