《 dieciséis 》

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Cuando la primavera muestra sus primeras flores, que adornan los parques de la ciudad en distintos colores, el panorama se torna dulce, empalagoso, como el néctar de las mismas. Los padres pasean junto a sus niños, y se contagian de la alegría incesante en ellos. Algunas otras familias, se quedan en sus hogares, acostumbrados a estarlo siempre, protegiendo a sus pequeños, quizás recién nacidos, y gozan también de tan agradable época; la madre de Lisa, sin embargo, se encontraba sumida en una angustia que parecía ser eterna.


Marzo estaba pronto a acabar, y no habían habido señales de su hija, ni de quien le arrebató de sus brazos. Ambas escaparon, justo después de haber sabido la verdad y, por consiguiente, haber puesto una denuncia. La señora no había salido de la habitación de su niña desde entonces, habiendo pasado casi tres meses y, sosteniendo un cuadro de la misma, su cansada mente no le pedía hacer otra cosa más que rezar, entre sollozos que poco a poco comenzaban a desgarrar su voz, más bien lamentos; la culpa le caía como un balde de agua fría al sentir que pudo haber estado más pendiente de Lisa. Pudo haberle escuchado y orientado mejor.


Aunque, siempre fue una buena madre. Lisa simplemente, se había dejado tomar por las manos de una persona egoísta y extremista, y todo a decisión propia. Los padres en realidad no eran culpables, cuando sus hijos decidían perderse en lo corrupto, le hubo calmado Jennie aquel día, mas no había consuelo que calmase la pena y el arrepentimiento en su gastado corazón. Se sentía en la perdición misma.


Rosé se había llevado a Lisa lejos, mas no fuera del país aún. Se hallaban en una de sus residencias, casi al lado de las cordilleras y el bosque. Lisa era feliz ahí. Su mente no se detenía a pensar en cualquier otra cosa viviendo, al fin, definitivamente con Rosé, desconociendo el tamaño de aquella mentira, pues, llevar una vida tranquila lejos de todo el bullicio e interrupciones en su relación con Lisa no estaba ni cerca de asimilarse a sus verdaderos deseos. Lisa recibía las mismas sonrisas enamoradas de su novia, al igual que los cariños, besos y caricias; pero, siempre fue engañada por los ojos que tan fijamente le veían y, como había a pasar más seguido, se perdían en algún punto.


Eran míseros los sitios en los que Rosé clavaba su vista cuando se enfocaba en pensar, planificar, pues en su mirada realmente podía sentirse arder en temor con tan sólo verla. La frialdad con la que representaba su odio perfectamente sólido, quemaba. Pero, Lisa ya no temía de ésta en los momentos que alcanzaba a pillarle, y en lugar de eso, se acercaba a tomar su mano, entrelazarla y susurrarle una sutil confesión de amor al oído, seguido de un recordatorio tan venenoso:


—Estaré con eonni siempre, pase lo que pase.


Y entonces, Rosé volvía al mundo real que les encerraba, y sonreía a complacencia antes de tomar los labios de la adolescente y dejar una marca física más en ella. Lisa era solo suya.


La menor no era capaz de quejarse de la fuerza con la que a veces era tomada por Rosé. Las marcas que ésta dejaba sobre su piel se tornaban azules después de un tiempo, dolían cuando las tocaba y apenas acababan de borrarse cuando ya tenía otras en otros sitios. Rosé le mordía con más fuerza el cuello y los labios. Enterraba sus uñas en su piel y lograba arañarle en algunas ocasiones. Los chupetones eran más intensos y últimamente había descubierto algunos moratones no tan notorios en los lugares de donde era agarrada por sus manos. Y Lisa, reiterando, no era capaz de quejarse aún si dolía a veces, sólo a veces. Porque su novia se veía emocionada, y sonreía ante su gran sumisión, entonces ella también se alegraba.

Sins. (ChaeLisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora