《 seis 》

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La angustia le inundaba el alma. Lisa no podía evitar el llanto, pues este, arraigado al lamento le consumía. Rosé tampoco podía evitarlo al tenerle entre sus brazos, mojaba con este la tela de su blusa y ella callaba, dejando al aire un silencio comprensivo, y a la vez, caricias en su espalda. De igual forma, una tenue tristeza le invadía la cabeza. ¿Por qué su novia había de estar así?

—Lisa, para... —susurró luego de liberar un suspiro cansado. La menor no pareció escucharle, o más bien, prestarle atención. Estaba más sumida y concentrada en liberar todo aquello que Rosé consideraba como innecesario. Le tomó por los hombros y le apartó, para verle a los ojos—. No me gusta que llores, bebé. —Sus dedos escurriéndole la humedad de sus mejillas.

—Han pasado dos semanas, eonni, Hanbin-ah no aparece, la policía ni siquiera ha encontrado rastros de él, es como sí... como si se hubiese eliminado del mundo.

Rosé le miraba inexpresiva.

—Todo está bien, bebé, eonni te lo asegura —sonrió de la forma más cálida que pudo. Una sonrisa que bien podría enfriar los corazones de todo el mundo... menos el suyo—. Sabes que eonni siempre tiene la razón, ¿no?

Lisa asintió, aún hipando con levedad. Su llanto había cesado casi en su totalidad, a causa de la ceguera que le ocasionaba Rosé, y que le hacía no darse cuenta de la realidad de todo.

—Te amo, Lisa.

La aludida le miró fijamente a los ojos, sintiendo su ser envolverse en alteraciones. Se acercó a la mayor y quiso enrollar sus brazos alrededor de su cintura, pero Rosé, con sus manos cambió la dirección de estos y les hizo posicionarlos sobre sus hombros, de esta forma se abrazaron, y próximamente Rosé le adormeció besándole con sutileza en los labios. Sus cuerpos desvestidos pronto se encontraron, de esa forma sus pieles estuvieron unidas, sus corazones mejor conectados, y pudieron sumirse en el placer de hacer el amor.

Lisa pudo sentirse en calma por primera vez durante muchos días llenos de desdicha para ella y los familiares del desaparecido. Sentirse envuelta en el calor de los brazos de su novia era la mejor medicina para el frío que le acechaba diariamente.

El reloj marcaba las nueve de la noche. Rosé llevó a su pequeña hasta su casa, estacionándose una cuadra antes para no ser vistas, y le despidió con un frondoso beso, un fuerte abrazo y palabras de apoyo. Puso en marcha su automóvil en cuanto vio a la pequeña rubia entrar a su casa, pero cuando faltaban aproximadamente cinco kilómetros para llegar a su apartamento, dobló en una esquina, dirigiéndose a uno de los almacenes sin uso de su empresa. Aquel lugar estaba en el olvido. Habían dejado de usarlo pese a su poco espacio, y al incómodo lugar en el que estaba situado. Para Rosé, ese fue el mejor lugar que pudo escoger.

Sacó las llaves de la puerta pequeña y se abrió paso dentro de esta. El lugar era sombrío, oscuro, lleno de polvo, suciedad y cajas que se habían vuelto el lugar perfecto para que las ratas hicieran sus nidos. Guardó las llaves en su bolso, y colocó sobre una de las cajas la bolsa con latas de atún, galletas saladas, pan y un jugo que más temprano compró, y sacó uno por uno cada aperitivo para lanzarlo al cuerpo masculino casi desmayado que yacía en el suelo, con sus manos y piernas atadas, y una bolsa en su cabeza.

Caminó con lentitud hacía él, sus caderas meneándose y los ecos de las pisadas de sus tacones resonando entra las paredes metálicas.

—Yah, despierta, es hora de comer —habló al cuerpo con frialdad. Pronto sus manos comenzaron a sacudir este para recibir una respuesta—. ¡Yah!

El chico se sacudió a sí mismo al reaccionar, sentándose y arrastrándose hacía atrás, con miedo. Rosé volvió a aproximarse a él, abriendo la lata de atún.

Sins. (ChaeLisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora