Cap. 3- Insomnio y rebeldía

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Fue la noche más larga de mi corta vida. Aún asimilaba lo que pasó, el mal trato que siempre me daba. Era mi madre pero, era injusto que me viera como su enemiga, no podía entender nada.

Sentí frustración, impotencia, quería decirle todo lo que pienso pero no tenía ninguna oportunidad. Me senté al lado de mi cama, con mi espalda recostada en ella, abrazando mis piernas dobladas, pensado y pensando. Lloraba y cada gota caía lentamente como el transcurrir del tiempo de una noche triste. 

-¡Me harte! me iré de esta casa. Así estará feliz, así dejará de mirarme con odio.- me dije a mi misma, con toda la ira que podría sentir una niña de once años.

Tome un papel y le escribí una nota. Y mi plan ya estaba dado. Me iría de su vida apenas amanezca, no me importaba nada más que huir de aquella mazmorra de regaños, odio y malas caras.

Aquella madrugada eterna pasó, llegó por fin el alba, yo ya andaba lista y preparada con lo poco que podría llevar conmigo en mi aventura de liberación. 

Me puse mi mochila, dejé la nota sobre mi cama y me dirigí a la puerta de la casa, sigilosamente. Abrí y una luz de paz me empapó el rostro. Aquella mañana fue calurosa y con un ambiente de verano hermoso. Salí del todo y crucé la acera, y a una cuadra llegué a una parada de autobuses mientras pensaba a dónde me llevaría mi actuar. Ya no pensaba en nada más que en alejarme de aquella casa que había sido "mi hogar". Subí al primer autobús que paró, me cogí fuerte de los barandales y trepé con mis cortas piernas aquellos escalones empinados, seguí de frente y me senté al fondo, en una esquina. Oí el motor rugir y con él también se encendieron mis temores. Ya no sabía lo que hacía, pensaba también en el desenlace final, en la golpiza que me daría aquella frívola mujer cuando toda esta "rebeldía" de niña acabase.

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