Apolo Bunny

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Los pies de Amstrong hicieron el descenso por la escalera del Águila con mucha lentitud. Quería saborear el momento. Sentir el peso de la Historia —con mayúsculas— posarse sobre sus hombros en un ambiente tan irreal como ése. Tomar cada pedacito de experiencia, grabarlo en su memoria y llenarlo de significado, para poder transmitirlo a su familia y amigos en el futuro.

—Estoy en el pie de la escalera —dijo, en voz bien alta, sin dejar de aferrarse a la baranda—. Las patas de la nave están enterradas en la superficie unas dos pulgadas. Aunque la superficie parece muy granulada, cuando te acercas es casi como polvo. La masa del suelo es muy fina.

No podía dejar de imaginar su voz convertida en ondas que viajaban a través del espacio, llegaban a la Tierra y atravesaban la atmósfera, hasta el cuartel general. No podía dejar de pensar en la pequeña frase que diría luego, para inmortalizarla.

—Ahora voy a pisar fuera del módulo —anunció, con una tranquilidad ensayada millones de veces.

Una ligera vacilación. Un movimiento ínfimo. Todavía aferrado con la mano derecha a la nave, enterró su bota blanca en el suelo polvoriento. Su corazón iba a dar un vuelco. Entonces creyó ver, de reojo, que algo se movía a su izquierda. Desechó la alarma que saltó en su mente. Sabía que su cabeza estaba llena de estímulos nuevos y los recibía todos a la vez.

—Un pequeño paso para el hombre —recitó—, un gran paso para la... ¡Mierda! ¡Houston, tenemos un conejo!

Por unos instantes, el silencio y la sorpresa habían cortado toda conexión del astronauta con el resto de la humanidad. Igual, aquella soledad estelar no duró mucho. El horror inicial dio paso a una serie de gritos y de preguntas desordenadas del otro tripulante de la nave, Buzz Aldrin, y de una histeria de fondo a la comunicación desde la Tierra.

«Base Houston. Este no es momento de hacer bromas, comandante. No olvide que estará en televisión nacional. Le pedimos que nos confirme su estado. Ahora».

—¡No es ninguna broma! —gritó Amstrong, desesperado al intentar correr y enredarse con el cable que lo ataba a la nave—. ¡Es un conejo gigante, en dos patas! ¡Y la cámara que traigo no enciende!

—¡Aldrin reportándose, voy a comenzar ahora el descenso del Águila!

«¿Han enloquecido, los dos? ¡Hay un protocolo, no pueden hacer lo que se les dé la gana! Piloto Aldrin, ¡se le prohíbe moverse de su lugar ahora!».

Acto seguido, las cámaras y micrófonos del módulo lunar entraron en una ruidosa interferencia. No hubo más comunicación con los dos astronautas.

El Columbia quedó en órbita por un día más. El piloto del módulo de mando, Collins, esperó alguna señal de sus compañeros. Las grabaciones del llanto y los rezos temblorosos del hombre durante esas horas quedarían para siempre, archivadas, en algún rincón oscuro de los cuarteles de la NASA. Pero el Águila no abandonó la superficie lunar y no hubo ni una sombra más sobre el lugar.

La semana siguiente, un grupo armado del ejército norteamericano llegó a la Base Tranquilidad. Mal entrenados, asustados y con los ojos de un planeta entero sobre ellos, abordaron al módulo lunar vacío. No hallaron sangre, ni rastros de que nadie hubiera regresado.

Nixon ordenó declarar a la Luna como territorio enemigo y hubo protestas en las calles por los rumores de bombardeo al satélite. Nada más ocurrió. Poco después, el regreso de Elvis Presley a los escenarios, en un hotel de Las Vegas, ocupó todas las portadas de los diarios. La Luna y su misterio pasaron al olvido.

Al año siguiente, se estrenó la película «Houston, tenemos un conejo». Fue un verdadero éxito.


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Relato para el reto número quince de El libro del escritor. Me encanta la leyenda del conejo en la luna. No puedo creer que volví a escribir un relato, luego de casi quince días de que no saliera nada de mi cabeza. (En el título, la idea era poner Apollo Bunny, con el nombre en inglés de la nave y la misión, pero me sonaba muy feo. Lo dejé en Apolo y lo de Bunny en inglés, como imaginé que lo llamaría la prensa acá, en homenaje a Bugs Bunny).      

El fantasma en mi tintero - Pequeñas historiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora