Capitulo 18-Final de la historia.

126 17 19
                                    

                    Los días después pasaba encerrada en mi cuarto, con los auriculares escuchando música de Ricardo Arjona, y escribía lo que se me venía a la mente. Leía los libros que tenía empolvados en casa, era tanto lo que me estaba gustando leer que en tres días terminaba de leer un libro. Pasaban los días y cada día me sentía nueva persona, nueva criatura. Albert me pasaba escribiendo, llamándome diciéndome que volviera con él, pero simplemente todo lo que sentía por él se había acabado. Por fin estaba aceptando que debía vivir para que mi ausencia se sintiera, para que cada vez que caminara mis huellas quedaran bien marcadas en la calle.

Sentía que volvía a ser yo misma, llena de vida, de color, la misma Elizabeth que solía ser. Por fin lo había arreglado, por fin yo misma me había remediado mi corazón, sentía que era una heroína. Me amaba lo suficiente para saber que no tenía que volver a lo mismo, una tarde aliste mi mochila metí el corazón que me había dado Albert que ahora se encontraba partido. Metí unas agujas con hilos, y me dirigí hasta la montaña del Merendón. Sentía una conexión con ese lugar, sentía que era uno de los lugares de inspiración, donde uno puede respirar sus propios pensamientos, despejar dudas y aprender de los errores. Mientras escuchaba la canción de Diana Mendiola llamada "Hija de un León" la canción decía: Mi apariencia puede ser de un vaso frágil. Por eso el oponente se levanta contra mí, no es fácil. Contra todas las barreras yo prosigo, tengo el coraje. Me contento como soy pues fui creada a su imagen. Los que juzgan mi apariencia menosprecia lo que soy. Se olvidan que hay promesas sobre esta hija de Dios. Y que el pozo que cavaron contra mí, en el ya caerán. Mi hermano se que yo nací cordero, más soy hija de un León. Soy la hija de un León mi hermano. Soy la hija de un León. No me hieres ni maltratas, ni me atas, ni me matas. Dios es mi protección. Mientras cantaba esta canción osturaba el corazón partido, como representación que ya lo había superado. Que mi corazón estaba volviendo a ser el mismo, que en algún momento lo había roto, pero ahora yo misma lo estaba remedando. Sentía que estaba volviéndome amar a mí misma, aun con mis defectos.

Observaba toda la ciudad de San Pedro Sula, y me sentía perdedora por haber querido conquistar a Albert, cuando lo único que debía haber hecho era conquistar el mundo. Estaba aprendiendo a levantarme en los momentos más horribles, pero siempre con la frente en alto como una guerrera. Recordaba todo lo que había pasado solo por un desamor, llegue hasta blasfemar contra Dios solo por una persona que no valía la pena. En ese momento me estaba liberando por completo de todo ese color negro que navegaba por mis venas, sabía que no valía la pena guardar tanto odio y rencor en mi corazón. Cada día le pedía a Dios que fuera quitando eso de mi corazón, esa es una carga que ya no quería andar encima. En ese momento al ver el corazón costurado, me sentía una nueva persona, una nueva criatura que ya no estaba atada a él. Si no que me encontraba atada a las ganas de vivir intensamente, a las ganas de demostrarle al mundo de que estaba hecha. Miraba toda la cuidad y me dije "Levántate como una guerrera de Cristo, pelea la batalla que tu vas con el rey. Levante que la recompensa será la estrella de la mañana y vive, disfruta que la vida solo es una" Había llegado el día de viajar a India para la boda de Yampuir, me había levantado contenta sin ninguna preocupación, sin ninguna atadura. Tenía la certeza que al ver a Albert ya no sería lo mismo, porque todo el amor ya se había ido. Sabía que cosas mejores tenía preparado Dios para mi vida, el tiempo trascurría tan rápido ya me encontraba en India. Hindira y Yampuir me fueron atraer, ellos estaban muy emocionados, se les notaba por los poros el amor que se tenían.

Era inevitable no sentir un poco de enviada que tan siquiera alguien en el mundo, era feliz en el amor. Hindira me había comprado un vestido muy hermoso para que me lo pusiera en la boda, me sentía tan feliz por ellos, sabía que se lo merecían. Estaban ellos enfrente de la persona que los estaba casando, era inevitable no pensar en Albert. Saber que él y yo hubiéramos podido estar en esa situación, pero gracias a él no se había podido dar. Tenía que detener mi imaginación que tantos problemas me había traído, creando un amor falso en mi cabeza.

ELIGEMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora