El archivo Aldazoro

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- Profesor, si desea puede ver los archivos de sus alumnos

A pesar de las resistencias, la secretaria se vio obligada a entregar los documentos del aula solicitada. "¿Profesorcito nuevo?...escobita nueva barre bien" – dijo entre dientes. ¿Qué dijo miss? No, nada. Con mucho fastidio y sonrisa forzada, tuvo que traer lo indicado por la Directora y entregarlo al nuevo colega, quien pasó a la Sala de docentes para la revisión de los folios.

¿Quiénes eran los del aula Épsilon? En colegios anteriores, no revisar un archivo había sido motivo de desconocimiento sobre la alergia a la penicilina de una alumna, quien tomó pastillas para el dolor de cabeza y solo pudo salvar la vida con ayuda de la rápida intervención médica. Era necesario revisar cada caso. En principio, no había nada inusual, hasta el archivo Aldazoro.

Luis Aldazoro Chillón tenía, en los documentos que poseía el colegio, la libreta de Primero de secundaria. Las anotaciones de su tutor se distribuían en cuatro bimestres. En el primero, sus calificaciones eran muy buenas mas no las de conducta. Sin embargo, tenía anotaciones de ánimo: "tú puedes", "sigue adelante", "aprende a controlar tus ímpetus", "poco a poco lo superarás", "ánimo y confianza", "estás mejorando". Cada palabra evitaba un lenguaje negativo y buscaba transformar situaciones que solo un docente con veinte años de experiencia puede comprender: había sido un estudiante complicado.

¿Quién era Aldazoro? ¿Quién era aquel tutor silencioso y anónimo que tanto cariño le había tomado al estudiante? En el aula hacía el esfuerzo, buscaba sacar las mejores notas (aunque le costaba tomar apuntes). Su bondad contrastaba con su rápido desarrollo físico, se notaba que controlaba su furia a partir de los consejo de un tutor anterior y muy dedicado. Un tutor que, según lo que informaba, había aprendido duramente que el grito y la amenaza poco o nada resolvían, a diferencia del buen trato con firmeza y ternura al mismo tiempo.

Los profesores son aves de paso, su trabajo es silencioso. No era posible saber quién fue aquel maestro que intentó brindar ánimo en el ahora estudiante de segundo de secundaria; pero su dedicación y arduo trabajo acaso ayudó a que el nuevo tutor en Segundo de secundaria, tuviera menos problemas.

Un profesor jamás es caudillo, mucho menos retiene a sus alumnos, debe aprender a compartir sus fracasos y sus triunfos, saber que no siempre estará en un mismo lugar y que forma parte de la vida profesional el dejar un proceso para abordar otro. Dura lección que solo la comprenden quienes viven la docencia no como el desquite de las frustraciones pasadas sino como una vocación caracterizada por la capacidad de renunciar al propio nombre.

Un grito se escuchó en la oficina de Dirección. Era firme, cargado de años y autoridad. Al bajar las escaleras, el docente que había observado los archivos se cruzó con otro docente nuevo.

- ¿Quién es el que grita?

- Es el sub-director, ¡hay que apurarnos o nos van a despedir!

El profesor bajó corriendo. Asustado, cruzó al siguiente local. Inclinó la cabeza varias veces mientras los ojos fijos de un profesor entrado en años lo señalaba y también al aula, siempre en tono de recriminación. Sí, sub-director, ya sub-director, no se preocupe sub-director. Segundos después, el tutor nuevo también se dirigía a su aula.

- Tiene clase profesor. Hay que mantenerse atento  indicó la voz imperativa.

- Tenía hora libre, atendía a las indicaciones de la Directora - respondió el tutor nuevo.

- Apúrese por favor.

- Tengo mi horario, gracias.

Al aparente sub-director no le simpatizó mucho la respuesta. El tutor nuevo podía sentir los ojos del agresivo colega clavados en sus pies y cuerpo entero mientras subía las escaleras. Si quería esperar sumisión, pues tendría que esperar sentado. Minutos después, continuaba gritando con más fuerza a un grupo de alumnos.

- ¡Ustedes no saben quién soy yo! ¡Yo tengo la autoridad aquí! ¡Yo mando aquí!

El ingreso al aula Épsilon coincidió con la veintena de arengas de superioridad del primer piso. En otros tiempos, el tutor nuevo habría bajado a responderle, pero ya no sería así.

Con una sonrisa, recordó la vez aquella en que el dueño de un colegio le gritó en plenos juegos florales. Con una carcajada y remordimiento, pensó en la vez que se acercó, le dio un cabezazo, le rompió la nariz y tuvieron que agarrarlo para no terminar preso. Antes que se lo dijeran, salió del colegio al día siguiente.

Mientras escribía en la pizarra, contrastaba el "archivo Aldazoro" con el tutor anónimo, el sub-director con sus gritos y el nuevo colegio donde ahora enseñaba. 


Expedientes secretos :)Where stories live. Discover now