El profe Winter

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- Necesito otro aumento de sueldo.

Winter había preguntado a cada profesor sobre su salario. Para ello, tuvo que escuchar pacientemente la historia de cada uno de ellos (su triste historia, como llegó a convertirse en profesor, la amante que había conseguido, la colega que se "había levantado", etc.); pero el objetivo lo valía, conocer el sueldo de cada uno le permitiría saber si podía o no pedir más por el trabajo que realizaba. Aunque para ello le había sido necesario invitar algunas cervezas e incluso unos cuantos almuerzos.

Tras cinco años de docente, se percató que lo mejor era llegar al aula sin mayores aspavientos y buscando el menor esfuerzo. Los noventa minutos de clase se reducían a escritos simples en la pizarra, una explicación sencilla y un balotario de preguntas que resolverían los estudiantes. El resto del tiempo lo usaba para ver los goles de la "liga premier" y los del fútbol local en su móvil nuevo. Mientras tanto, los estudiantes podían sacar sus celulares, conversar o resolver las tareas de otros cursos. Siempre sin hablar alto y mostrando buena conducta.

No siempre fue así. Al inicio en la institución educativa, su labor incluía material didáctico, diapositivas, separatas, bromas, sentido crítico, procesos de aprendizaje, sesiones de clase bien elaboradas y una reflexión de cierre acompañada de actividades de metacognición. Tomaba el tiempo de sus horas libres para apuntar un "anecdotario" donde colocaba el avance de cada estudiante y los nombres de quienes tenían deficiencias. Mientras lo hacía, observaba que los docentes más antiguos no trabajaban tanto, aprovechaban para sacar los celulares (en especial los de matemática) o conversar sobre la última pareja del colegio. Las "Emilias" (docentes de comunicación e inglés respectivamente) eran quienes traían la información, la multitud de comentarios y en especial las eternas peleas y reconciliaciones de los dueños. La dedicación duró cinco meses. Agotado, concluyó que las horas libres podían ser aprovechadas para descansar. "Después de todo hago más que los otros", pensó. Poco a poco se ganó la confianza de los docentes, quienes le fueron comentando lo que recibían "solo haciendo lo necesario para el bien de quienes quieren aprender". Sorprendido, concluyó rápidamente que su sueldo ni siquiera llegaba a la mitad de lo que otros recibían haciendo menos. Era necesario tomar una decisión.

La segunda conversación fue con los supervisores. "Mucho te esfuerzas", "acá se vive bien, haz lo necesario", "no te agobies con los que no aprenden, es su problema". Cada supervisor coincidía que el sueldo docente no alcanzaba para todo lo que había que hacer. Por ello, bastaba una pizarra simple, ejercicios básicos y desaprobar a cuantos se pudieran para obligarlos a marchar, hacer actividades, recibir clases extra o hacerlos venir durante las vacaciones.

Winter pensó, sintió y actuó de un solo modo. ¿Para qué traer separatas extra? Eso cuesta. ¿Para qué traer la laptop? Le podrían robar. ¿Para qué el sentido crítico? Nunca iban a cambiar. ¿Era necesario un cuaderno de apuntes? Eso costaba más. Siete meses después observó que había pocos profesores que se quedaban por el sueldo, en especial los más jóvenes. Dada su perseverancia, puntualidad y primera dedicación, fue nombrado supervisor, lo cual implicó un ligero aumento y menos horas de clase. "Bienvenido, Wintercito", le dijeron. En ese nuevo nivel, descubrió nuevamente que el aumento recibido era irrisorio en comparación con los otros supervisores. Descubrió también que los dueños les delegaban otras labores por las que los más antiguos recibían ingresos adicionales. "Así es mi estimado; una Academia, una asesoría, impresión y fotocopiado de material para los estudiantes, clases adicionales, capacitación a docentes, en fin. Se gana bien, solo hay que saber cómo hacerla", le explicaba el responsable de matemática.

En el aula, Winter comprendió que había estado equivocado al inicio de sus labores. Al descanso y tertulia durante las horas sin dictado se añadió el merecido descanso durante las clases. "Noventa minutos es mucho", pensó. Su clase terminaba en media hora cuando era extensa. Con la finalidad de dosificar su esfuerzo, consideró que la evaluación podría hacer a "criterio docente" y solo revisaba el cuaderno de apuntes y las hojas de práctica del día con una firma rápida y sin fecha. "Ellos la pueden poner, que trabajen", concluía para sí.

La necesidad de dosificar aún más el tiempo lo llevó a pensar que los exámenes debían ser los más sencillos o los más difíciles. Alternaba uno y otro según el mes. Los fáciles les permitía revisar rápido y mantener a los estudiantes felices, los difíciles eran para mostrar a los supervisores y dueños que tenía un gran nivel académico. En este último caso, pasaba las preguntas más difíciles a los alumnos más aplicados y a los que marchaban en los desfiles a cambio de alguna remuneración adicional que podrían hacer los padres, de modo voluntario, a su número de cuenta bancaria. Esta modalidad no era invención personal, fue sugerencia del supervisor de Matemática, quien había podido construir su casa gracias a estos generosos aportes.

Los alumnos estaban felices, sus colegas lo admiraban, los supervisores lo envidiaban pero al mismo tiempo respetaban. Observó también que los más antiguos faltaban y luego justificaban con documentos que podían comprarse a unas cuadras. Con el objetivo de "dosificar" aún más su trabajo, pensó que también tenía el derecho a faltar, lo cual hizo alegando que se estaban capacitando o daba conferencias y charlas. Los dueños lo apoyaron, le brindaron todas las facilidades y entendieron que tenían el inmenso privilegio de contar con un profesor de calidad docente admirable. Respecto a los alumnos, preparaba separatas que dejaba un día antes de faltar, la cual estos delegaban a los estudiantes más aplicados para que luego se copiara. "Si nadie se queja tendrán puntos extra en los exámenes bimestrales", arengaba.

El profe Winter se ganó el aprecio de todos y logró ser supervisor general. Con el dinero obtenido pudo terminar de construir su casa, comprarse ropa nueva, viajar por lo menos diez veces al año. Fue premiado como el profesor del año en tres ocasiones y consiguió las copias virtuales de otro colegio y hacerlo pasar como propias. Esto lo convirtió en el intelectual que los dueños tanto habían soñado para su institución. Durante sus capacitaciones (generosamente remuneradas), exhortaba a los profesores nuevos a trabajar duro, traer su propio material, ser creativos y jamás faltar.

- Claro profesor. El aumento es posible. ¿Le parece bien un 50% más de lo que gana ahora?

Evitando esbozar una sonrisa, el profe Winter asintió con la cabeza. Se despidió de la hija del dueño, quien era la encargada de área administrativa. Le pidió unos minutos para conversar con él, agradecerle por su labor, pues gracias a ella la cantidad de estudiantes aumentaba cada año y los ingresos eran más que significativos, razón por lo cual podía recibir el aumento solicitado.

Continuaron conversando mientras salían de la oficina y bajaban las escaleras. Al llegar a la puerta del colegio, el portero traía el carro nuevo de la joven hija del dueño, quince años menor que él y recién egresada de la facultad de Contabilidad. Era un Peugeot último modelo y del año, plateado, reluciente y con olor a recién comprado.

- Gracias por su labor profesor, hasta luego.

La hija del dueño subió al auto y aceleró torpemente, pues recién había aprendido a manejar. Mientras se alejaba, el profe Winter miraba su ropa nueva, pensaba en los arreglos de su casita, la laptop barata pero nueva y los viajes al interior que había realizado; sumando todo, no llegaba ni a la mitad de lo que costaba el nuevo auto de la hija del dueño.

- Papá tenía razón, me equivoqué de carrera.

Al tomar el bus que lo llevaría a casa, meditaba en la forma de acercarse a los dueños y ganar también su confianza.

Expedientes secretos :)Where stories live. Discover now